lunes, 18 de enero de 2010

LA BELLEZA DEL MAL

Por Saúl Ordóñez


Conocí la poesía de Adriana Tafoya en su primer libro: Animales seniles, que trata un tema tabú: la sexualidad en la vejez. Somos animales sexuados en todo momento, de la concepción a la muerte; sin embargo, para la sociedad en la que vivimos, pareciera que únicamente lo somos al arribar a la adultez y hasta la edad madura, periodo en el que podemos ejercer nuestros goces, siempre y cuando no sean perversos –perdón, por un momento olvidé que ya no hay perversiones, sino parafilias. Sobre nuestro vecino del norte, es hipócrita, por decir lo menos, que un pueblo que condena tan severamente la pornografía infantil y la pedofilia, erotice de manera tan descarada, obscena, los cuerpos de las chiquillas en supuestos concursos de belleza. Los padres de adolescentes, prohíben a sus hijos regresar tarde cuando salen con sus amigos o parejas, y se hacen de la vista gorda ante todo lo demás, cierran los ojos al hecho de que sus retoños tienen ya vidas sexuales activas; aquí no pasa nada hasta que es demasiado tarde y hay que espantar a la cigüeña o curar la blenorragia. No hablar de la sexualidad, o reducirla a los órganos y sus funciones, es una forma de empobrecer un fenómeno infinitamente complejo, y también es un modo de matarnos.
Aunque hay antecedentes en la literatura, como la maravillosa novela de Gabriel García Márquez El amor en los tiempos del cólera y, más recientemente, Memorias de mis putas tristes, o el cuento de Clarice Lispector La búsqueda de la dignidad, el sólo pensar que los ancianos hagan el amor, nos causa repulsa: es una ridiculez, una cochinada. En gran parte, ello se debe al compulsivo culto a la juventud de nuestra sociedad. Pero en el poemario de Adriana Tafoya hay canas que se erizan de deseo, arrugas que tiemblan al contacto de otra piel, penes que aún se yerguen, váginas que vuelven a humedecerse. Hay amor aun en la muerte. Al leerlo, dije: he aquí una poeta poderosa, que tiene algo que decir y lo dice bien.
Admiro a los artistas que dominan su oficio, la técnica. Pero, más a los que, de manera consciente, escogen hablar por quienes no tienen voz y tratar los temas que la sociedad calla, que nos incomodan, que nos perturban: de los poetas malditos a Diamanda Galás. Aunque siempre en la historia del arte ha habido una corriente subterránea que se ha abocado a retratar lo que colectivamente se considera malo, cierto arte contemporáneo abierta y especialmente se regodea en lo abyecto, lo deforme, lo informe, lo monstruoso. Su riesgo es provocar el escándalo por sí mismo, sin procurar mayor reflexión.
Sangrías. Sangría es la extracción de cierta cantidad del líquido vital con fines medicinales, muy socorrida en otros tiempos, cuando la medicina no había hecho los progresos de los que disfrutamos ahora –de hecho, quien realizaba la sangría no solía ser el médico, sino el barbero, quien también podía amputar miembros y reducir fracturas, pues la cirugía no era bien vista– y aún practicada para tratar ciertos padecimientos. La sangría, cuando no devuelve la salud, mata.
No es casualidad que Adriana Tafoya haya titulado este poemario Sangrías y, Guillermo Fernández, su obra completa, Exutorio, que consiste en limpiar una herida o llaga eliminando el tejido muerto o inviable. Para el poeta, escribir es un placer culposo, repleto de dudas y sinsabores compensados por unas cuantas satisfacciones luminosas. Escribir es expulsar, abyectar lo que nos quita el sueño, nos roba el aire y la comida, nos presiona el pecho, nos impide vivir. Escribir es una labor sadomasoquista, es decir, perversa; perdón otra vez: parafílica.
Hay un poema cuyos tres fragmentos se intercalan con los otros quince textos que forman el libro: Sanguíneas. Sanguínea es un adjetivo que indica que algo es relativo a la sangre. Se relaciona etimológicamente con sanguina, una técnica de dibujo donde se utiliza un lápiz rojo oscuro hecho con hematites –hema: sangre. Dos palabras, significados emparentados, dos rostros: forma y sangre; Apolo y Dionisos.
Dicho poema inicia con una frase terrible: Si nadie piensa como tú, estás solo. Todos pensamos de manera diferente, por tanto, todos estamos solos. Y la soledad atraviesa el libro de cabo a rabo: solo está el perro que busca huevos entre basura; solo el travesti cuyo embuste feliz lo hace vulnerable a la violencia; solo el mutilado que pide limosna y a quien excitan las jóvenes que seguramente lo rechazan; sola la madre que recuerda a sus amantes idos y solos sus hijos que no tienen una parcela en su memoria, y solos los miembros de la pareja que se debaten entre el amor y la violencia; perdón, me equivoqué de nuevo, todo amor es violento.
Esto me lleva al último punto que quiero tratar: Sangrías es un poemario, en muchos momentos, tremendamente erótico, pero no es el erotismo fácil –y pornográfico– de cierta literatura mal llamada femenina. Adriana Tafoya cuestiona a Eros y lo enfrenta con Tánatos, su siamés. No hay placer sin dolor. Y, cuando estamos más cerca de la vida, lo estamos, también, de la muerte. No por nada se le llama al orgasmo pequeña muerte.
No a muchos les gusta el arte contemporáneo, pues exige de nosotros espectadores dos cosas: un estómago duro y una inteligencia abierta a las preguntas. Una belleza convulsa acorde con los tiempos. Adriana Tafoya ha dispuesto un tablero de ajedrez cuyas casillas y figuras son rojas y negras: ¿aceptan la partida? Como en todo juego, lo más importante no es quién gana y quién pierde, sino el hecho mismo de jugar.

martes, 5 de enero de 2010

Sangrías (una aproximación)*

Por Andres Cardo


I

Adriana Tafoya logra con los poemas de éste su tercer libro tocar la fibra íntima del dolor (profundo colectivo) de un tiempo en donde el ser “hombre” es consigna del impotente intento por poseer la realidad, con la convicción de la “eterna trascendencia” como un placebo para evitar el sufrimiento de la inteligencia y del aprendizaje mínimo del ser humano para trascenderse a sí mismo.

En Animales Seniles, su primer libro (2005), se anunciaba un estilo punzante, de una crítica feroz a los mecanismos del confort, del poder enfermizo y abuso impune de los Minúsculos Señores de la Malicia. En poemas como Susana (poema XII), donde “el sonido es el golpe de la violencia de las cosas”, o en Carmen (poema XIV), donde el humor aparece para dejar ver el contexto frustrante y lúbrico de los animales nocturnos que salen a beber agua del espejismo que construyen por las noches. Humor de energía determinante y firme que mella y hace burla de la imagen idílica del Hombre Autosuficiente. En El desprendimiento de las células muertas (poema XIX) está presente ya la cuchilla de la palabra que se lanza para abrir la zanja posible por donde entren las palabras: “que mi boca acuchille los oídos”, no se conforma con el escucha pasivo, abre de un golpe la ventana al mudo, al necio que se encierra para negar la lluvia. Estaba ya, ahí, en la piel de una sirena anciana la primera dosis de sensualidad y odio, de placer y miedo; esa forma básica y primitiva con la que se mueven ciertas bestias humanas para manifestar lo que ellas “llaman amor”. El egocentrismo narcisista que mueve a los animales vetustos a querer implantar en todo su semilla pestilente.

En su segundo libro, Enroque de flanco indistinto (2006), la inteligencia con la que hurga la psicología del ajedrecista da muestra del mundo que se mueve en torno al instinto y el ansia, donde pensamiento es sólo mecanismo de la defensiva ante la creación constante del universo. Evidencia el engranaje oxidado que suele dominar la mente humana para negarse la posibilidad de otra realidad: “cuánta congoja se padece al encarar un elemento autodestructivo / con lamentable embelezo / nos podemos encorsetar las espaldas”. Y para cerrar el libro nos da un poema/túnel hacia el futuro estilístico que explotará en hondura lírica acompañada de precisión filosófica en versos como los que integran Jalea de pájaros.

Adriana Tafoya nos sumerge en la cruenta sensación que concibieron los nativos al borde de los ríos y en los sitos más ancestrales, y al mismo tiempo, más enfermos del mundo. El uso de los pequeños anélidos que beben, succionan la sangre enferma: sangrías para sustraer el veneno, el pensamiento que vuelca a la destrucción de la especie y del intelecto. Con poemas que son desgarre del entendimiento, y al mismo tiempo reconstrucción mítica del significado de lo que aparenta ser “verdadero”. Transforma la piedra en transitoria forma de un mundo temporal impuesto por la fuerza del que teme la destrucción de su alma y se vuelca asesino, violador de mente y cuerpo, impostor de algún rostro “divino”.

La poeta no baja la mirada ante tal dominio terrestre, sino que incendia el cielo y lo vuelve petróleo, fuente del más profundo fuego guardado en el centro de la tierra: el corazón latente del significado, la vuelta de tuerca que teme el más feroz muerto viviente, la espada más puntiaguda se vuelve espina breve, diminuta semilla que muere en la tierra estéril de su pensamiento. Esta es la premisa de Sangrías: un libro en transcurso por la diminuta vereda evolutiva de lo humano ante el icono idílico del hombre supraterreno.

Cuando el poemario desdobla sus hojas para adentrarnos en la carme, en el sema de su composición: aparece éste epígrafe que no puede pasar desapercibido: “como el fugas destello condenado de explosiones solares que sólo impresionan borrosamente los ojos de los ciegos, el comienzo del horror pasó casi inadvertido: en la locura de lo que vino después, de hecho fue quedando en el olvido y tal vez, no se le relacionó de ningún modo con el horror mismo. Era difícil juzgar”. Palabras de William P. Blatty, que nos dan la bienvenida a un recorrido por los pliegos policromos y contrastantes de la realidad, donde la precisión simbólica de las imágenes no perdona el impacto, la repercusión sobre las acciones del que vive, o del que simplemente observa. Hay también en el verso que funge de epígrafe para el primer poema en Sangrías (que originalmente aparece en el poema VIII de Animales Seniles) una fuerza que impulsa el giro simbólico en los textos que lo integran, que paradójico encierra la naturaleza de la humanidad a punto de un nuevo desbordamiento: la posmodernidad que se trasmuta en el abanico de las posibilidades para que el ser pueda asumir su individualidad: “si nadie piensa como tú, estás solo”. Ya no la soledad en llamas de los contemporáneos, sino una soledad de pensamiento líquido: principio cigótico de un mundo in conocido: trascendencia de la ceniza y el polvo, del Yo hermético que había permanecido cerrado al ojo, al tacto, como el átomo antes de haber sido fraccionado.

En el poema Desechables escribe Tafoya respecto al mecanismo de las emociones: “Simples/ degradables/ con la camisa de fuerza planchada en el baúl/ (el anímico llanto ya no nos conmueve)/ somos ofensivos porque no podemos/ convivir con el rechazo”. Aquí alude al psicoanálisis, ya no freudiano, sino al terapéutico desarrollado después de la segunda guerra mundial por Víctor Frankl, con la logoterapia, y al modelo clínico de From, donde subyace, aunque ellos no lo enuncien, la idea de pancreación (mencionada también por Raúl Renán en el prólogo), desde la óptica de Dussel, que la asocia a la autarquía: es decir, a la autosuficiencia, o a la capacidad de crearse a sí mismo. La poeta nos pone de frente a los elementos negativos de nuestra composición emocional, racional y moral. Nos patea en la ética para ver qué tan fuertes están los músculos que unen la intención con la acción. Nos habla de este mundo: habitado por hombres/niño que “gruñen/como niños pequeños/dentro de la cuna”, por hombres que viven sólo para la aprobación del patriarca, hermano, hijo, padre, jefe o él mismo amándose en el espejo (aquí un extracto del poema Estatuilla de labios rojos, donde la imagen es clara): “Él/se ornamenta para ellos (…) Ya nunca me dejarán sollozando”, o por hombres no sólo mutilados emocionalmente, sino también llenos de lástima por sí mismos (cito el poema Enmugrecido: “estiro mi gruesa mano/para saludarles (?) No, / para exigirles una moneda/ porque ―yo tengo amputadas las piernas―”. Pero también por mujeres amantes de la necrófaga necedad de ser acariciadas por la mano de un homicida, de un coprófago; mujeres que se rinden y vagan vacías por las calles, huecas: “Pies desgastados con los que me voy/ sin blusa/ y sin rostro/ hacia una calle cubierta/ de todas las costras de la existencia”. O que se dejan morir en el aliento fétido del que muere en la espera de la Nada, o Magdalenas que se instituyen en monumentos agrietados para el dolor: “El abandono de mí es desposeerme/ desgarrarme el vientre y odiarte/ para querer morderte la lengua cuando me beses/ y dejo caer mi cabello/ caer los labios menguados/ mis ojos se mueren/ en el silencio del sonido me alejo/ de los colores del misterio/ para arrinconarme/ cerca de ti/ con los pies amoratados”.

El uso del ritmo y de las consonantes es de un balance pulcro: las (m) se agolpan como un redoble de baquetas: marchan, desploman el ánimo, lo levantan, y luego mandan al lector al suelo mordido o apaleado por palabras. Acopla los sonidos a base de asonantes entrecruzadas; un zurcido en zigzag que va empujando el cuerpo textual hacia un final que remata con el nudo preciso de las consonantes que armonizaron el poema. Gusta de usar la (r) junto a vocales suaves, para después apuntalar con las (p), que dan un impulso violento al carácter (ph)álico. Un ejemplo es el poema El tierno algodón del cielo: donde las (v) suavizan los versos antes de las (p): “Ve cómo el agua pesa” y “ven pequeña”. Luego varia el sonido débil en (s) y (k): “siéntante en mis piernas” y “te voy a contar un cuento”; luego hila la (s) a las (m) y a la (k) en estos dos versos: “sobre el metal negro en las muñecas/de cómo mi (…)” para proseguir con la (rr) y la (p): “padre rompió una paloma”, para concluir la estrofa con elegancia y sutileza al mezclar las (m) con vocales suaves (u) y (a): “de la humedad en las lágrimas” y con la (v/b) y (s/z): “y la belleza del sufrimiento”.

Adriana Tafoya entra en la conflictiva del género, y deja claro que no es la mujer el icono del desprecio hombreril, sino lo fémino. El carácter “débil”, atrofiado, la creación misma del patriarca abolido, enfermo de impotencia. En estos versos se desmitifica el lastimero modo de ver el mundo; abre los ojos al ciego y le muestra el horror de sus adentros. Deja que el cojo camine en muñones para entender que su corazón murió con sus piernas, con su humanidad destruida por un tráiler conducido por el abuelo del padre de su tatarabuelo, por un Adán semiótico y suicida. Y también por una madre adicta al lobo/hombre, al carnívoro deseo de llenar la existencia con carne, con pelo sucio. Desde mi perspectiva, Sangrías está dividido en tres partes: en este texto abordo sólo la primera (a manera de introducción); prefiero dejar al lector que explore por propia cuenta este libro que perfora con violencia la delgada carne de la mente, “y todo esto sin una gota de sangre”.


Sangrías. Ediciones El Aduanero, 2008. México, DF.
*Texto publicado en ARCA revista de filosofía y poesía.

ADRIANA TAFOYA, VINO TINTO Y MATAMOSCAS

Por Gustavo Alatorre


Muy cerca de entrar la noche, el miércoles 18 de septiembre contamos con la presencia de la poeta Adriana Tafoya, quien se incorporó a la lista de invitados de las sesiones de Charlas con la Poesía.Otro encuentro con vino tinto, cigarrillos y libros fue el artífice de convidar al público a la reflexión y al goce de los versos escritos por la autora de Animales Seniles, quien no tardó en hacer gala de la buena dicción que tiene para leer sus textos.
Melancólica se mece
de morbo y
menosprecio
en penitencia de un milagro
muscarina lapidada
ni laudo / ni precario martirio
colando el menoscabo
y su lanza
clavando
presurosa por matarse
matarlo
Poesía de tono variado, ágil, reflexivo en algunos momentos y sarcástico en otros; pero sobre todo buena poesía. Quién se acerca a la obra de Tafoya tendrá siempre a la mano la opción del goce o el escrutinio, pero jamás el toque indiferente del que suele contagiarse el lector con ciertas obras.Con una ya variada trayectoria en las letras (libros, antologías, festivales, premios) Adriana sabe apartar muy bien el oficio poético de su labor como editora, prueba de ello la constante producción en ambas labores. La noche caminaba con su oleaje de sombras y la poeta construía el ambiente con su certero verso:
Déjenme morir sin dios
No claven pájaros en mi cabeza
Quiero caer,
Llorar gruñendo
Gritar al verme sin piernas ni manos
Que el dolor y el pánico me enciendan la mente
Que mis pájaros sangren
Al estrellarse contra el hocico del miedo
Y sólo quede tizne,
Tiznón del perverso canto que miente
y dice“caerá el sol sobre la tierra
y aún moribundo arrasará los campos”.
Se escucha la voz de la poeta, cuando toma entre sus manos su libro titulado “Sangrías”; y parece que el salón a oscuras y el silencio del público son uno solo con el texto. Sin embargo, no podíamos pasar la oportunidad de escuchar en voz de su autora, ese magnífico poema que un día tuve la oportunidad de leerlo- en alguna cantina del centro histórico- antes de que lo publicara, y cuya primer lectura generó en mí esa sensación agradable de la poesía, del poema “redondo”, por así decirlo; me refiero claro al texto “El matamoscas de Lesbia”:
Regreso agitada y burbujeante
presionando con los dedos
el cuello
del cristal que envuelve al vino

Regreso redonda y satisfecha
frondosa y perfumada
con las carnes tambaleantes
y envinados mis sabrosos frutos

él dijo:
me molesta tu perfil
de gesto seguro y suficiente
sólo eres una mosca gorda
mosca negra peluchuda
e inflamada
de siniestros pelos

Ruedo por la inmensa cama
Me desprendo de una tela
entallada y descosida
le confirmo
que soy negra y sucia
negra de carne dulce
carbón de azúcar
mosca exótica con vientre acústico
forrado de terciopelo
una cajita pequeña de resonancias

Confirmo que soy negra
y deliciosamente gorda
y que en alguna parte olvidé las pantaletas

él dijo:
me enoja cuando bebes
arrogante elevas el meñique de tu mano
eres perra añeja
que provoca
carnívoros deseos
dan ganas de hacerte tierra
y cocer un jarrón de tu barro

Sonrío
me acomodo y le reitero
que soy negra y mala
negra de labios gruesos,
que la forma de la hembra madura
se impone
y concentra la elegancia
de lo abundante,
le da poder al cuerpo

que tengo los pezones zarzamora
que estoy desnuda
y se me dibujan grietas
que adornan mis nalgas
con la textura del satín

él dijo:
me haces falta

Adormilada
abro las piernas
que atesoran mi sexo oscuro
inflamados sus pequeños olanes magenta


en esta flor clava su lengua

no me molesto con él
sé que tiene hambre


El vino se terminaba y la noche sugería un lugar más propicio para la juerga que, como los mares, parecía crecer conforme la sombra llegaba; así que pusimos pausa a la charla y decidimos prolongarla a otros sitios donde la cerveza fuera nuestro mejor escucha y nuestro más sutil veneno.Así que nos perdimos, escritores y público, por las entrañas de este pedacito de urbe llamado Iztacalco, y dejamos en paz, un rato, la poesía.
Publicado en Charlas con la poesía.

Poesía y Ajedrez

Por Javier Vargas Pereira


"Las poesías en honor del ajedrez, recitadas a propósito, arden como una
llama más viva que la de una brasa," dice el español Antonio Ganzó en su
libro "Ajedrología". Lo imaginario y lo real, el juego y la vida, en el
sentido más profundo, riman. Tanto en la poesía como en el ajedrez, razón y
fantasía se unen para convertirse en algo que está más allá de la realidad,
aunque nace de ella. Si la poesía es arte que se manifiesta por la palabra,
el ajedrez se expresa por medio de secuencias, imágenes y combinaciones.
Lo materia del ajedrez son las ideas. El poeta cubano Eliseo Diego dijo:
"Sucede que la materia con la que trabajamos los escritores es la más
huidiza, fugitiva e inestable de todas las materias. Lo dije alguna vez en
un ensayo: el idioma con que se insultan las comadres es el mismo que se usa
para hacer un poema." De manera paralela se puede decir que la materia con
que trabajan los ajedrecistas es huidiza, fugitiva e inestable. El idioma
que se habla en los campos de batalla es el mismo que se usa en el tablero.
Las batallas sobre el tablero son similares a las que se viven en los
grandes centros de negocio, en los parlamentos y en la Organización de las
Naciones Unidas.

El poeta Abul Hasan Alí Al Masudi, autor de "Las praderas de oro", quien
nació en Bagdag a fines del siglo IX y murió en El Cairo el año 959, dijo:

"Un tablero cuadrado, cubierto
de un cuero rojo,
se coloca entre dos amigos
de una lealtad reconocida.
Se evoca un acto de guerra,
se ejecuta tan sólo un simulacro
sin recurrir
a la efusión de sangre.
Uno ataca; otro se defiende,
la lucha no languidece entre ellos.
Mirad que astuta estrategia:
los caballeros se deslizan
entre dos ejércitos
sin charangas ni estandartes."

El ajedrez apela a la inteligencia, a las ideas y a la previsión; la poesía,
a las metáforas, a la intuición y a la creatividad. También el poeta árabe
Al Katib, dijo:

"El hombre inteligente dispone
los trebejos de manera
que puede descubrir en su colocación,
las consecuencias que escapan
a la vista del ignorante.
Prevé los sucesivos desarrollos
con la mirada segura del sabio
bajo una frívola apariencia.
En esto sirve los intereses
del Sultán, demostrándole en el juego
la forma de prevenir un desastre.
Para el experimentado
la estrategia del tablero
iguala a la de la lanza
y a la de los escuadrones.

Ante el tablero de juego se refleja la manera de ser de los jugadores, la
condición humana y la lucha por sobrevivir. En cada partida hay pugna y
emoción. En tanto reflejo del devenir y del cosmos, hay combinaciones,
energía y dinamismo. También hay imágenes y conceptos, técnica y creación.
En la poesía, según el poeta chiapaneco Oscar Wong, en un ensayo sobre la
poesía de Jaime Sabines, dice:

"Entre lo tierno y lo trágico, el poeta enhebra y expresa con energía su
condición humana. En la poesía de Sabines la muerte ofrece la verdadera
orientación al sentido de la existencia. Y el hombre busca la eternidad en
un leve parpadeo, puesto que existir representa, lírica, vitalmente
hablando, conciencia de lo que acontece en el cosmos. El sentido de la
emoción que se revela de manera explícita en el Poema, surge de
combinaciones silábicas, de la significativa integridad dinámica, pero más
que nada de silencios. Iracundia verbal, coloquialismo. Vocación para
exorcizar las emociones con arrebatado desgarramiento, cual testimonio
numinoso, confesional. La realidad del individuo sensible reflejándose en
esos versos directos que combinan los diferente territorios de la desolación
y la ternura y donde imagen y concepto se estructuran en una unidad única. Y
aquí convendríamos en resaltar la persistencia de cierta resonancia cósmica
emanada de la materia. Por algo los cabalistas hebreos estiman que el mundo
es creación lingüística."

Acaso por eso muchos poetas le han cantado tanto al ajedrez, a las epopeyas
en el tablero y a los ajedrecistas. Lord Dusany, en "Epitafio para
Capablanca", dice:

"Ahora descansa una mente sutil,
una visión brillante y lúcida
como la que más haya sido
¿Pero quién yace aquí?
Alguien que, otrora, no peor
que Hindenburg podía planear,
y aun jugar su partida de ajedrez
sin herir a hombre alguno"

También el poeta cubano Nicolás Gullén, escribió un "Poema a Capablanca", en
el que dice:

"Así pues, Capablanca
no está en su trono, sino que anda,
camina, ejerce su gobierno
en las calles del mundo.
Bien está que nos lleve
de Noruega a Zanzíbar,
de Cáncer a la Nieve.
Va en un caballo blanco,
caracoleando
sobre puentes y ríos junto a torres y alfiles,
el sombrero en la mano
(para las damas)
la sonrisa en el aire
(para los caballeros)
y su caballo blanco
sacando chispas puras
del empedrado...

La poeta chiapaneca Rosario Castellanos, escribió el poema "Ajedrez", en el
que reflexiona:

"Porque éramos amigos y, a ratos, nos amábamos;
quizá para añadir otro interés
a los muchos que ya nos obligaban
decidimos jugar juegos de inteligencia.
Pusimos un tablero enfrente de nosotros:
Equitativo en piezas, en valores,
En posibilidad de movimientos.
Aprendimos las reglas, les juramos respeto
y empezó la partida.
Hemos aquí hace un siglo, sentados, meditando
encarnizadamente
cómo dar el zarpazo que aniquile
de modo inapelable y, para siempre, al otro."

El poeta Ramón López Velarde también utilizó el ajedrez en algunos de sus
versos: En el prólogo de sus "Poemas escogidos", el escritor Xavier
Villaurrutia dice: "Cielo y tierra, virtud y pecado, ángel y demonio, luchan
y nada importa que por momentos venzan el cielo, la virtud y el ángel, si lo
que mantiene el drama es la duración del conflicto, el abrazo de los
contrarios en el espíritu de Ramón López Velarde, que vivió escoltado por un
ángel guardián pero también por un demonio estrafalario." En el poema "La
saltapared", López Velarde dice:

"Sobre los tableros
de la ruina fiel,
la saltapared
juega su ajedrez,
sin tumbar la reina,
sin tumbar el rey...

Y en "Despilfarras el tiempo", canta:

"Prolónguese tu doncellez
como una vacua intriga de ajedrez.
Torneada como una reina
de cedro, ningún jaque te despeina.
Mis peones tantálicos
al rodearte a deshora
fracasan en sus ímpetus vandálicos."

Acaso el poema clásico del juego ciencia es "Ajedrez", de Jorge Luis Borges".
Consta de dos sonetos. El primero dice:

"En su grave rincón, los jugadores
Rigen las lentas piezas. El tablero
Los demora hasta el alba en su severo
Ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
Las formas: torre homérica, ligero
Caballo, armada reina, rey postrero,
Oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
Cuando el tiempo los haya consumido,
Ciertamente no habrá cesado el rito.
En el oriente se encendió esta guerra
Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito."

También el escritor y ajedrecista mexicano Homero Aridjis, en su poema
"Ajedrez", dice:

"Avanza el primer peón
y allí adonde llega
al impávido horizonte
sostiene la penumbra
y a Dios
luego el caballo sin peso
desdobla la L y la concluye
ante los ojos adictos a la magia
y el alfil blanco
se rodea de hielo mental
y descansa junto a su imagen oscura
para mucho tiempo como un verso seguro
y la reina
sufre en el espacio
no más grande que una llama
del deseo
que la busca viva
en los ojos del otro
y el rey
siente que una virgen
vive en sus piezas
como en su propio ser
y se derrama hacia fuera
cuando el mate está próximo."

Y la poeta y ajedrecista mexicana Adriana Tafoya, en "Enroque de flanco
indistinto", dice:

"El tablado
fragmento del frenesí
hirviente porción de mentalidades
semidotadas de un raciocinio diestro
que juega a jalonear
su limitada realidad
en el universo atemporal de un tablero
tablón de cuerpo a cuadros
con el alma hecha frustración
El ajedrez es el zurdo imperativo
Que degustado con detenimiento
se transforma en un fenómeno ubicuo
él es
el prudente peón apoyando la defensa
la gota de sudor y la mano humecta
palma en la que tiemblan los dedos
por el doloroso dulzor del estrés..."

Según el intelectual mexicano Víctor Sandoval, "La poesía, decía mi viejo
maestro de literatura, debe ser sencilla y complicada como un tablero de
ajedrez." Es más, según el escritor William Shakespeare, "la mirada ardiente
del poeta, en su hermoso delirio, va alternativamente de los cielos a la
tierra y de la tierra a los cielos; y como la imaginación produce formas de
objetos desconocidos, la pluma del poeta los personifica y les asigna una
morada eterna en su nombre." Y el creacionista Vicente Huidobro describió la
escritura de un poema como, "el instante apasionante de ese juego
consistente en reunir en el papel los varios elementos de una partida de
ajedrez contra el infinito..."

Adriana Tafoya y sus heridas que no son cutáneas

Por Sol Rubí Santillana

*Texto de presentación del libro Sangrías de Adriana Tafoya

Tuve el gusto de conocer las letras de Adriana antes que a ella, por eso, sin miramientos ni predisposiciones pude escudriñar en las dieciocho heridas que esta autora abrió sobre el papel. Esto me permitió percibir que sus palabras no están construidas por letras sino por minúsculas navajas que no saben sino ir abriendo la piel de una publicación; Sangrías, lleva por nombre, y es poesía que se desangra. Juan Ramón Jiménez sostenía que “el poeta no es un filósofo, sino un clarividente”, y justamente mirando dentro, fuera y sobre, en el ahora y en el futuro del dolor, con esa sensibilidad que mezcla el erotismo y la soledad, la autora nos lleva por un recorrido escarlata, en el que cada poema va mostrando raspones, heridas sanas, purulentas, otras en carne viva e incluso cicatrices.Sangrías no guarda silencio, no sabría cómo, porque nace de otras heridas, de las que no son cutáneas, que suelen ser las más profundas, las más verdaderas. Sangrías son dieciocho lesiones que se desangran con angustia, que se revuelven sensuales y tristes. Sangrías es un lamento rojo, pero también un regodeo, un disfrute penetrante en este charco de palabras que Tafoya dejó caer directamente de sus venas.

“Déjenme morir sin dios No claven pájaros en mi cabeza Quiero caer,llorar gruñendo gritar al verme sin piernas ni manos que el dolor y el pánico me enciendan la mente que mis pájaros sangrenal estrellarse contra el hocico del miedo y sólo quede tizne,tiznón del perverso canto que miente y dice‘caerá el sol sobre la tierra y aún moribundo arrasará los campos’”, nos dice en su poema número III. Con su poesía, Adriana Tafoya ha logrado una herida gozosa, y también contusiones, mordidas, violencia en esa pasión por las letras con las que conduce al lector por un viaje borgoña que nos deja con el ceño fruncido, con una sonrisa confundida y luego con los sentimientos vueltos maraña.Eso sólo sucede cuando un escritor no le teme a la hoja en blanco, cuando sabe exactamente lo que quiere decir, pero no lo dice y esconde la voz detrás de los dientes hasta tener la certeza de la palabra precisa. Así es Sangrías; los adjetivos adecuados, pensados, las construcciones no son ligeras, las palabras no vuelan, más bien nos conducen a habitaciones, a encierros en donde nacen los colibrís a medio encuentro…

"La carne grita de mi cuerpo El abandono de mí es desposeerme desgarrarme el vientre y odiarte para querer morderte la lengua cuando me beses y dejo caer mi cabello caer los labios menguados mis ojos se mueren en el silencio del sonidome alejo de los colores del misteriopara arrinconarme cerca de ti con los pies amoratados”,así reza Tafoya en su poema Quebradiza.Gastón Bachelard decía que “la primera tarea del poeta es desanclar en nosotros una materia que quiere soñar”, pero la autora no la desancla, la arranca y nos inmiscuye en su mundo bermellón, en el que no hay posibilidad de escape. Y es que si sus letras son navajas no es casualidad, es más bien una decisión deliberada de crear aberturas para mirar en la carne, para observar las verdades crudas, vivas, que se esconden tras las máscaras, tras las palabras y tras el mismo sexo.No puedo sino concluir agradeciéndote,Adriana, por habernos regalado estas Sangrías de imágenes poderosísimas, en las que los colibríes se componen de miel, y el sexo, tiene aroma de tarántulas.

Sangrías en Toluca

Por Laura Zúñiga Orta
Yo te maldigo, Adriana Tafoya, porque no me enseñaste el corazón sino la sangre coagulada y pútrida del abandono.

Mis dedos están manchados de rojo, Adriana, porque toqué con ellos tus textos; porque me tomaste de la mano y me llevaste por cuadras y cuadras, despacito, sin urgencia, y me enseñaste el rostro desencajado del dolor.

Yo te maldigo, Adriana Tafoya, como sólo se maldice lo que se ama una vez que lo sabes ajeno; como se increpa al amante que te ha dejado solo en un inmundo callejón; como se maldice lo que hace daño y a la vez envicia. Con el coraje contradictorio del masoquista: que bufa y rabia, pero pide más.

Dieciocho poemas bastaron para dejarme exangüe. Para recordarme el arroyo inmundo en que chapalean el hombre y sus fantasmas. Los miasmas urbanos que nos rodean y se materializan, de pronto, en “pantaletas embarradas de feto seco”, en “pequeños senos hinchados de llanto”, en el acto de “exprimir pájaros amargos”.

Tu libro, Adriana, me obligó a mirarme en el espejo. Pero también me hizo mirar al vago, al vicioso, al enfermo, a la madre y a los hijos bajo la luz de sus miserias, pero, ante todo, bajo la luz de la poesía.

¿Qué le duele al ser humano?, me pregunto. ¿Qué le duele al hombre?, me cuestiono. ¿Qué te duele a ti, Adriana?

Duelen la ausencia y la presencia; el abandono y la permanencia; el ser algo que no se sabe qué es; el ansiar ser otra cosa y no poder; sangrar y no saber por qué; llorar en seco, tener hambre de noria.

Lo tuyo no sólo es la poesía, Adriana, sino el asesinato. Eres precisa como navaja fina y mortal como cuchillo de vándalo irredento. Sabes hacer sangrar porque sabes del dolor. Se ve que te duele, Adriana, pero se ve también que te amputaste el corazón. Y ese músculo devaluado, poeta, siempre es indispensable para redondear un verso.

Te maldigo, finalmente, porque no me dejaste arma para sobrevivir a tu poesía. Porque me enseñaste tanto y tanta sangre, que hoy estoy maltrecha, exangüe y, como buena masoquista, pidiendo más.