lunes, 31 de octubre de 2011

Adriana Tafoya en Lesbos


Por Porfirio García Trejo

No es el juego lo que mejor define la poesía que Adriana Tafoya reunió en este volumen antológico que lleva el nombre de uno de sus mejores poemas, El matamoscas de Lesbia, no es el juego, decía, sino la búsqueda, el arriesgue, la experimentación. Para ello parte de una serie de recursos que le son ya propios, sobre los que ejerce un dominio naturalmente absoluto. Su poesía sorprende de entrada por la calidad literaria que posee, por las imágenes que muy libremente construye uniendo elementos de por sí alejados en el mundo material, o bien por el nivel de abstracción que logra. Veamos algunos ejemplos escogidos al azar:

-tu rostro se deslava en el pasillo…

-brotan vulvas escarolas

de su inmensa cabellera

red espectral que estrangula medusas y delfines…

-Rojo derretido

beso insaboro

robado por el morbo

del tiempo que no

me permite degustarlo…

Poesía fresca, propositiva, pero también madura, bien delineada. “Maliciosa” le llama ella, traviesa diría yo, entendiendo que el juego en ella es uno más de sus múltiples recursos; no el menor, pero sí el de mayor riesgo. Dicho juego inicia en la temática frecuentemente erótica, y en el habla desprejuiciado con que los desarrolla, cargado de cierta antisolemnidad y antitimoratez. Va dirigida a todo público, buscando impactarlo, divertirlo, seducirlo, no escandalizar exclusivamente, aunque se entiende que esto llegará de manera natural en ciertos lectores acostumbrados a un tipo de poesía más conservadora. La poesía de Tafoya es ingeniosa, atrevida, por momentos original; cruda diría alguien desprevenido, refiriéndose tal vez a ciertas exageraciones, a esa libertad de decir las cosas como se piensan o como se cree que son. Sin embargo, debemos señalar que, cualquiera que la lea de buena fe, aun no gustando de este tipo de arriesgues, no puede negar que en las obras hay valores literarios que no sólo la salvan, sino que la elevan.

-Confirmo que soy negra

y deliciosamente gorda

y que en alguna parte olvidé las pantaletas…

-eres perra añeja

que provoca

carnívoros deseos

-que tengo los pezones zarzamora

que estoy desnuda

y se me dibujan grietas

que adornan mis nalgas

con la textura del satín…

-abro las piernas que atesoran mi sexo oscuro

inflamados sus pequeños olanes magenta…

Véase la función tan destacada de adjetivos y adverbios en las siguientes imágenes que tomé del poema que da título al libro. Asimismo, nótese la calidad literaria de dichas imágenes que no paran en términos comunes que para otros autores, son palabras tabúes.

Considero que Tafoya sabe encontrar el justo medio entre lo que es un juego, una propuesta exclusivamente personal, y una caracterización trascendente, sabe dar el recurso exacto, caminar por el lenguaje y exigirle expresiones y sonidos exactos, sabe imprimir ritmos y utilizar figuras incuestionables, sabe exagerar y hasta qué nivel debe hacerlo, sabe dar vida a los seres inanimados, pero también, dar inteligencia a seres vivos, específicamente partes del cuerpo humano que de pronto adquieren la capacidad de reflexionar, de emocionarse, de imaginar y de sentir; sabe contrariar adecuadamente, hacer profano lo deífico, y místico lo mundano, con ella el amor cobra dimensiones preferentemente corporales, es una poeta entera, con gran intuición, y con gran inquietud, que busca siempre, pero que siempre encuentra.

Veamos ejemplos de algunos de los principales recursos de estilo que he detectado, y que en términos generales son: hipérbole, prosopopeya, metáfora (más que comparación), alegoría, epítetos, ironía…

Prosopopeya:

-La música traza con violentos pincelazos…

-la tibieza de mis uvas es indiferente…

-la sabiduría de su cuerpo…

-corazón del mar…

Hipérbole

-Para que ella pueda pensar

tuve que abrirle la cabeza…

-Trueno diez veces el cristal del vaso…

-inmensa cabellera…

Epíteto:

-Cuero negro y cabelludo

-la luz negra nos alumbra (nótese la presencia de la paradoja).

-vulvas escarolas

-blanca carne de magentas y azules arterias

Alegoría:

-Me dispongo a posarme en la punta

de un tornillo plata

que brilla erecto

sobre un par de almendras en bolsa de cuero

que tensan a este hombre

al punto del delirio…

Metáfora:

-colibrí de miel…

-ramas que son filosos lechos…

-su piel es espuma de nata,

su vello, una sombra al carboncillo…

Abrir este libro es correr el riesgo de quedar atrapado de entrada, los versos corren libremente, arrojando imágenes. Poesía frágil y nada complicada, popular, si se me admite el término, sin que esto signifique vulgaridad o pobreza. Popular sí, porque está al alcance de todo público, hay que escuchar a su autora leerla en diversos eventos, para dar fe de esto, su poesía impacta, y son pocos los poetas actuales que podrían decir esto de sí mismos. Impacta no solo al escucharla, también al leerla.

El juego la vuelve mundana, y el manejo de ciertos giros lingüísticos, intelectual, pero nunca pierde su emotividad, eso que nos hace reír, que nos detiene para hurgar en nosotros mismos, es lo que nos agrada; poesía para disfrutar, para imaginar, para romper la cotidianidad. Hay que leerla para vivirla, para existir de otra manera. Su diversidad, su eficacia, su alto grado de sugerir, le dan una autenticidad difícil de encontrar en otros poetas. Adriana Tafoya es, sin lugar a dudas, la mayor promesa que he leído recientemente (digo promesa porque considero que todavía dará más de sí, aunque debo aclarar que sus logros son ya muy numerosos), su poesía impacta a los públicos que la escuchan y esto es bueno, pues recordemos que en la actualidad el género que menos lectores tiene es precisamente la poesía, y que los poetas tienen mucha culpa de esto, puesto que frecuentemente se vuelven impenetrables, inaguantables, cerrados, místicos, a veces experimentales, pero esto conlleva frecuentemente el fracaso; escriben para los expertos y olvidan que son los grandes públicos los que inmortalizan y trascienden. Cortan los lazos entre el vulgo y sus obras. Hacen falta los poetas que más que un reconocimiento buscan cumplir con el género que cultivan, gozarlo mientras lo escriben, vivirlo, y darlo después fraternalmente a las masas, a los grandes públicos que tan necesitados están de obras que las estimulen y las saquen de su pasividad, de su enajenación, de su inexistencia. Adriana Tafoya es un buen ejemplo de esto.