sábado, 12 de mayo de 2012

Las 13 mejores poetas mexicanas según Roberto Absenti

Por Roberto Absenti

para Carlos Santibáñez y a mis amigas poetas con todo respeto

Y llegó la primavera, mis enamorados y pícaros lectores. La hermosa temporada donde todos deseamos aparearnos; bueno, yo sí, porque todavía puedo: no se ustedes, pero yo soy rete-querendón. Este es el temporal donde los floripondios dan la vuelta en círculos a la plaza del pueblo como panzones abejorros en busca de chupar el néctar sagrado que es la miel.
Los rayos de sol y las muchachas ¡oh sí!, ¡las muchachas!, ¡las señoras! y por qué no, las viejecillas también, ¡son tan cálidas! Sí mis estimados lectores, estoy enamorado de las poetas, y sobre todo de su poesía. En esta ocasión, como en otras, no me importará que me tachen de arbitrario, excluyente y demás por dar la visión de mi tiempo y los hechos tal cual yo los vivo. No me detendré para quedar bien con nadie, sino al contrario, diré a calzón quitado cuáles son mis poetas favoritas, atreviéndome a decir con los pelos en la mano, que son las mejores.
Claro está que esto depende de mis lecturas y mis conocimientos sobre poesía, que son muchos, sin dejar de lado mi sensibilidad exagerada para las artes en general.
Y así como el ma’istro Langagne dice qué es poesía y qué no, afianzando su criterio sólo en sus lecturas de la colección Tierra Adentro, y en los poemas de sus pupilos, (por supuesto corregidos por él), yo también diré qué es lo bueno. Total (por lo que veo) mi criterio está mucho mejor alimentado que el de él. Iba a mencionar a la recién descubierta Norma Bazúa, pero ya no se vale pues ya se nos fue, y lo importante es hablar de las que están vivitas y coleando. Pensé en Dolores Castro, pero la verdad (entre nos) no me gusta tanto. También pensé en mencionar a una gordita poeta que me trae loco, ¡pero eso sí se iba a ver muy nepotista!, así que solo mencionaré a mis trece favoritas: que no han sido nunca mis novias, pero no por eso tienen menos calidad.
1. María Baranda: poeta nacida en 1962. Nada más leer el título de algunos de sus libros para que ya nos ponga a viajar; El jardín de los encantamientosDylan y las ballenas y Fábula de los perdidos, ¡qué belleza! Aquí expongo algunos versos suyos, de mis favoritos: “Tórrida y demencial,/ amazona del agua,/voy de mirada en mirada/ por los meses, los años, los siglos/que sólo yo conozco, los sueños/ que sólo yo custodio./ Varada en esta proa, atada a mis raíces,/la noche llega a mí para que yo camine”. Esta es una poeta de grandes alturas y de enormes olas, además de tener un rostro misterioso y seductor, espero conocerla pronto en vivo.
2. Ileana Garma: poeta jovencita, bastante persuasiva en la hechura de sus versos, a pesar de apenas haber nacido, pues es de 1985. Demuestra una gracia, una dulzura y un abandono bastante atractivos para un hombre y un lector como yo. Chequen esta estrofa: “Estoy atada de manos y pies y entrañas/ por alamedas rojas/ donde se petrificó mi rostro/ por hombres hechos de barba y lenguas de musgo/ por soles coagulados en un sucio parque/ en un sucio mar/ que tragaba niñas con sueño”. ¿Chingón, no? O estos otros versos: “pedófilo de la muerte/en los índices de las púas/ violador de lo que tiembla”, ¿a poco no sienten que se les enchina el cuero a pesar de la sutileza de estas caricias...? Ileana es belleza, es la juventud de Mérida, es la poesía misma.
3. Roxana Elvridge-Thomas: poeta de 1964, año en que yo también nací, esto lo digo metafóricamente, pues yo soy más joven, no se la vayan a creer. He descubierto que me gustan las mujeres y las poetas mayores, y Roxana merece ese título, poeta de actitud intachable. Lean estos versos: “Rasgo mis yemas al tocar tu argolla en llamas./Ansío tu imposible regreso,/Tu aliento que sacie en mi sed el alma calcinada”. Es aterradora su entrega en estos versos, en verdad que estremece, por eso merece ser una de mis poetas favoritas, deben leerla para comprender esto y tener una pequeña aproximación a lo sofisticado de mi gusto poético.
4. Hortensia Carrasco: poblana de 1971. Nacida poblana y con lo que me gusta Puebla y la falda corta con la que aparece en su face. Esta bárbara mujer y poeta me causa reflejos y sentires insospechados cuando la leo en sus poemas del encierro: “Preferimos que los nombres/ no sean eso sólo nombres/ y que alguien diga/ que tiene ojos y palabras/ o que alguien grite/ y salga a platicar en las esquinas/sin temor de que el graznido/ violento de los días/ transcurra momento a momento/ partiendo vertebras y carne”. “Quisiera voltear y decirle/ yo también necesito/ algo oscuro que me ampare”.Y aquí estoy yo para cumplírselo, si ella me lo permite, claro está. Yo sería eso oscurito que necesita; me conformo con que me deje leer sus poemas inéditos, sería un verdadero privilegio para mí.
5. Gloria Gómez Guzmán: poeta revolucionaria e imponente, que escribe poemas que hace sentir al más frío de los seres. Nació en 1950, y aunque poco conocida y valorada, eso no impidió que yo lograra encontrarla y leerla para presumirla ante ustedes como la grandiosa poeta que es. A pesar de los que no le quieren dar importancia y le dan un lugar nulo en las antologías mexicanas (ya saben que nunca faltan los envidiosos o los militantes que se hacen pasar por poetas o críticos de poesía para tratar de desacreditar a mujeres poetas que en verdad valen la pena como lo es Gloria Gómez). Aquí un poema de su autoría: “las piernas de mi padre duermen/ desde que empezó el invierno/ el doctor nos dijo que eso/lo liquidará/ que es cuestión de días/ no es justo/él fue arriero/ pescador/ chofer de ruta/todo eso en sesenta años/ no es justo/ aunque sea mi padre/ no merece perder la vida de ese modo”. Digna poeta dentro de la saga de Leopoldo Ayala, y de Roberto López Moreno. Les recomiendo conseguir sus libros.
6. Mirtha Luz Pérez Robledo: chiapaneca nacida en el funesto año de 1968. Poeta con varios premios en su haber, con poemas de impecable manufactura y como sucede en esta sociedad de injusto machismo, cuenta también con el absoluto desconocimiento de su obra, pues en ningún lado la conocen, eso es malo para la poesía, pero bueno para mí, pues así tengo el privilegio de dárselas a conocer, casi de primera mano, aquí les obsequio estos versos: “Porque soy camino solitario/ me sigo/ me sigo hasta perderme/ en el espeso follaje de las tardes/ donde sólo me escucha el pensamiento”, esto es un poco de ironía diría yo. Busquen los libros A la diestra del reinoEn el sereno punto del mundo y Vacío bajo la luna y el dulce retorno. Seguro que les provocara mucho placer si acompañan sus versos con una copa de buen vino.
7. Silvia Tomasa Rivera: mujer acuñada en 1955, pero sensual poeta, lean nada más qué belleza de poema: “Esa Mujer fue por demás perdida,/ todos la vieron bañándose en el río/ sonriéndole a los pájaros./ Hacía tiempo que se quería ir al mar,/ la tierra no era de ella —les decía—./ No desembocó lejos/ porque no dijo nada/ pero estuvo en lo suyo desde el principio./El río lavó su cuerpo y lo arrastró/ seguramente al mar”. Ay güey!!! Este lo tome de su libro Cazador, esto es escribir, no porquerías ero-ñeras, de algunos escribanos y escribanas que se quieren sentir poetas pero que estarían mejor lavando platos, pisos y cisternas o atendiendo un Oxxo por ahí; es más, tendrían más éxito de amas de llaves de alguna casa de cultura o de dueñas de alguna vecindad, o en el oficio más antiguo del mundo: de brujas, no piensen mal mis misóginos lectores, qué creían que iba a decir.
8. Adriana Tafoya: nacida en 1974, unos años más cerca de nosotros y sobre todo de mí. Esta poeta es una cabrona hecha y derecha, no se anda con medias tintas, ni le pide permiso a nadie para escribir poesía ¡y qué poesía señores!!, y aunque algunos detractores se le abalancen por los temas que aborda, deben admitir lo bien que lo hace, nada más échenle un ojo a estos versos: “En el sofá/un hombre desnudo/ con los calcetines puestos/ anudados por las puntas/ estira los pies/ hasta tensarlos/ en compás erótico/ Casi eyacula”, “Me dispongo a posarme en la punta/ de un tornillo plata/que brilla erecto/ sobre un par de almendras en bolsa de cuero/ que tensan a este hombre/ al punto del delirio/ desnudo/con los calcetines/anudados”, o estos otros “él dijo: me haces falta/ Adormilada/ abro las piernas/ que atesoran mi sexo oscuro/ inflamados sus pequeños olanes magenta/ en esta flor clava su lengua/ no me molesto con él/ sé que tiene hambre”, queda claro que esta poeta gana cualquier guerra de poder, ya sea amarrándole los calcetines a sus contrincantes o haciéndolos comer… de su estética poesía, por supuesto. A nadie se le debería negar un taquito.
9. Maricruz Patiño: señora poeta que nace en 1950, interesantísima mujer que en algunas ocasiones se me hace como feminista, otras, más como matriarca, y en otras, simplemente me hace sentir su misterio. Lean estos versos suyos: “Yo que no sé lo que es vivir entre flores/ni abrirse paso entre las hojas/o sobrevivir al cortejo de los colibríes/y al acecho continuo de pájaros e insectos/¿cómo podría saberlo?/Yo, que sólo soy una mirada/que ha venido a contemplar/y se irá contemplando./ Los personajes”, y estos “Y la doctora Marta suturará las heridas de los niños/rodeada entre las flores pensará en el Hombre/Y al dormirse su último poema/irá de nuevo a un hombre/Y pensará que este jardín tan sólo es bello/si lo mira un hombre”. ¿Verdad que fascina con su poesía llena de inteligencia? Estos versos los tomé de su poema bajo el Volcán. Tiene versos en código morse como en El timón dorado. Denle una leidita, no se arrepentirán.

10. María Elena Solórzano: real poeta del 41, dirán algunos que podría ser novia del Ma’is Rojas, pero eso no es posible porque las poetas jamás envejecen, (esta frase me la piratee, ¡a güevo!) con eso de que ser pirata nunca pasa de moda y lo hacen hasta los más educados... pero volviendo al tema, María como todas las Marías tiene mucho que dar, échense este trompo a la uña: “Busco el anillo de Salomón./ Como Jonás seré engullido por una ballena,/ en los resquicios de su cuerpo viviré,/ me revolveré en sus entrañas,/ me acostumbraré a esas blanduras,/ un día saldré por la fuente de su lomo./ Busco el anillo de Salomón,/ está cerca del corazón de un pez./ Por el brillo de su piel sabré,/ por sus escamas iridiscentes sabré,/ por sus ojos de infinita tristeza sabré./ Busco el anillo de Salomón/ entre los tentáculos de la anémona,/entre los vaivenes del mar./ Con mi anzuelo atraparé un pez/ y en su vientre encontraré/ la sortija con el brillante azul”. Este poema que recién acabo de conocer me puso loquito de admiración por ella. Aunque confieso que me gusta más cuando discretamente coquetea, como en estos versos: “Hoy, pruebo mis alas./Todavía son frágiles,/todavía tengo miedo a las tormentas,/todavía tengo miedo a los escorpiones,/todavía me deslumbran oropeles./Gozo la gloria del despegue,/el viento roza mis mejillas,/no estoy acostumbrada a las alturas,/el vértigo casi me obliga a desistir”, ¿a poco no dan ganas de protegerla y de apapacharla?, ¿a poco no dan ganitas de darle un beso?

11. Coral Bracho: es una poeta que no debe de faltar en toda buena selección poética (sería de mal gusto), nacida seguramente ya maestra en 1951, ¿quién no recuerda Peces de piel fugaz? con ese libro me quedo, ya no necesita escribir más. Disfrutemos juntos, mis golosos lectores, estos versos: “Las raíces inhalan. Basta deslizar poco a poco los dedos sobre las rocas para saberlas lisas y despobladas. Árboles de cristal./Y es el instante de inusitar la lancha por la quilla y deslindar el filo./Los dedos largos y finos./Sus ojos límpidos/.Este estupor de seda que se derrama. Pero empezar aquí”, y así nos la podríamos seguir con sus olas y corrientes como versos, como agua plúmbea, pero siempre agua, ahí…  ¡ahí sí ya me viaje!: bueno, sólo me resta comentarles que es una poeta muy femenina y muy femenina su poesía también, y eso me encanta.
12. Gabriela Borunda: poeta de Chihuahua conocida sólo por lectores especializados, nacida en 1973. No la conozco en persona pero ha de ser muy guapa a juzgar por sus versos, léanlos y díganme si no están de acuerdo: “Soy la señora de la vida/el ángel hembra de la misericordia/la visitación que a las cuatro treinta de la mañana/ recorre el hospital/La era de la bestia principia a una señal mía/(cierro los ojos)/el futuro sí existe/ Me río de tu llanto/me cago en tus pretextos/tú consumes el instante/y yo/sólo tengo razones para la vida”, ¡poemaazo!, buenísima poeta no cabe duda, y juro que mucho después me enteré que tenía varios premios ganados. Que conste que no me dejo llevar por eso. Y con justa razón los tiene, yo le hubiera dado seguramente otro más para su lista.
13. Y para terminar esta lista de las mejores poetas mexicas, no podría faltar la maestra Ernestina Lumbreras, por aquello de que una antología se tiene que cerrar con “broche de  oro”, como ustedes saben. Además yo no estoy de acuerdo en que el trece sea de mala suerte, ahora todos sabemos que los apóstoles eran trece con María de Magdala, y pues como María no me faltaba… pues que les traigo a Ernestina, al fin que por fin, se le va a hacer justicia, y será incluida como lo que es: una gran dama de la poesía, pues si el mundo lo sabe, que lo sepa Dios, ¿no creen?, mis queridos lectores de closet. Ahora, regocijémonos con sus místicos versos: “Pasó la vida sin verme enamorado/de todas las muchachas. Las quería/corriendo tras el canto de los grillos,/excitadas y trémulas, perdidas/en la luz del rayo verde que rocía/mis mejores ensueños. (...) Muy lejos,/el pito del tren me vuelve a mis faenas./Sin embargo las amo, bellas todas,/y no pienso dejarlas, vivo o muerto,/irse sin mí, llevando el pensamiento/de respirar el aire que las viste”. Es muy chingona poeta, quién dijo que no, de hecho tiene todo un círculo de fans en Guadalajara, Jalisco, tierra donde se dan los hombres... pero unos a otros, ¿a poco no, mis estimados? Ah!, se me olvidaba… Ernestina nació en 1966.

Y ya me despido mis eruditos lectores, feliz de develarles mis gustos poéticos, e imponérselos como lo mejor y lo único en la poesía de mujeres, según acostumbra el gremio oficialista, con la diferencia de que yo lo hago desinteresadamente, y con un criterio de verdad. Y ya saben, si quieren aprender de poesía, acérquense al balcón, y no al ma’istro Varela, que la neta, ya su criterio está muy amafiadón.

martes, 10 de abril de 2012

Carlos Santibáñez sobre "El matamoscas de Lesbia"

EL MATAMOSCAS DE LESBIA Y OTROS POEMAS MALICIOSOS, POR ADRIANA TAFOYAde Carlos Santibáñez Andonegui, el Domingo, 8 de abril de 2012 a la(s) 20:29 · Reseña al poemario de Adriana Tafoya: El matamoscas de Lesbia y otros poemas maliciosos, 2a. Ed. con Revista Bitácora, Faro de Oriente y Editorial Independiente VersodestierrO, www.versodestierro.com, 2010, Diseño: Andrés Cardo, Ilustración de Portada e Índice: Mar y Sol Rangel. Por Carlos Santibáñez Andonegui. Vibrante, lúcida poesía. Lo primero que me vino a la mente es aquel verso como de clima caliente escrito por Lugones: “El calor, de vibrante, parecía sonoro”. Se ha establecido ya que un referente poético válido es la atmósfera o ambiente suscitado por las palabras mismas, a lo que se ha dado en llamar “presencia poética”. Dejemos que la pinte ella misma. Si “el sonido es el golpe de la violencia de las cosas”, debemos tomar las ofrendas que la realidad nos brinda el día de “Hoy que sopla la claridad del sonido”. Relacionada al llamado ritmo de intensidad, la atmósfera actúa como signo revelador vinculada al impulso rítmico que acentúa su distinción con la prosa, donde también se aprecia la atmósfera o perspectiva como criterio referencial. La que crea Adriana Tafoya es indudable, esencial. Quizá me arriesgaría un poco y diría, internacional. La atmósfera en poesía, es un factor envolvente de orden psicológico, independiente de lo moral, como en el duro poema del principio, que irreverentemente ofende a cualquiera y eso, definitivamente, es lo que busca: “Para que ella pueda pensar/ Tuve que abrirle la cabeza”. ¡Ah, la escritura poética! Impreca, derrumba, estremece, a niveles que sólo los poetas en principio parecerían detectar, y poco a poco se extiende, como gota de agua germinadora en tierra seca, al gran público. La poeta llama a esto: “Vaniloquio”, el humus de lo natural en que florece la semilla es el humus de lo “humano”. El humo vano. En medio de ese humo, la cultura, lo que se ha cultivado, lo que hemos hecho, de lo que estamos siempre tan orgullosos, y más de la mitad de lo cual todavía es resabio, hipocresía, arrogancia, de manera que la mejor herida, la que nos infringe el poema, es aquella que a la arrogancia hace sangrar. En este orden de ideas, podría sorprender el hecho de que Iván Vergara advierta, en la contraportada, que involucrarse con el libro de Adriana es cruzar un espacio donde el sexo torna en animal salvaje, y al mismo tiempo, haya sido incluido en la colección Inteligente, de la Editorial. La inteligencia poética requiere, echa mano de la audacia animal. Dice Max Scheller: “El animal posee un esquema corporal; pero frente al medio sigue conduciéndose estáticamente, aun en los casos en que se conduce de un modo inteligente”. Hay una inteligencia emocional y hay una inteligencia poética, ligadas al acto espiritual de tomar conciencia de sí, en tanto el animal no es dueño de sí, no se posee a sí mismo. Lo expresa deliciosamente Nietzche: “El hombre es el animal que puede prometer”. Cuando la protagonista desencantada del poema oye a su antiguo amor tocar la puerta como si quisiera derrumbarla, ella, que ya tiene un nuevo amor, reverbera: “Escucho desde el sofá, yo/ esta articulada cochinilla…” También asume el esquema corporal de una mariposa húmeda con las alas abiertas y desde ahí –como ha señalado la crítica- proyecta desplegar las alas, intentar de nuevo, hablando como si no dejara de ser mariposa: “me dispongo a posarme en la punta/ de un tornillo plata/ que brilla erecto/ sobre un par de almendras en bolsa de cuero/ que tensan a este hombre/ al punto del delirio”. Es el ser humano quien comete pecado. Pueden haber llegado a nombrarlo, pecado mortal. Mas los pecados del ser humano, pueden, como lo expresa el epígrafe de Enrique González Rojo Arthur, ser inmortales. Convertirse en lección para las almas desilusionadas por un amor que deja de ser revelación para sumirse en tedio. Entonces el acto puro y simple de eyacular, para no hacerse traición, se vuelve compartido, no es de uno, se conjuga entre dos: “Este hombre desnudo y yo/ nos estremecemos/ estrujando el colibrí de miel/ hasta extraerle la última gota. / Eyaculamos”. Ahora sí que vale decir: “De mis humedades vengo”, rememorando el nombre de un evento poético oportunamente organizado en el medio literario, en que Beatriz Cecilia glosó la calidad poética de Adriana. La sección: “Animales seniles” nos acerca al misterio del amor en edad, el amor otoñal que se desborda, “con la virginidad que la vejez otorga”, y se acumula en “grieta/ para empaparte de la sabiduría de su cuerpo/ abierta en sus extremos”. Es, como bien dice la poeta, “amor de noche y agua lánguida”, pero ahí más que nunca se impone la noción del agua como hermana inmortal, “la inmortal recién nacida” que quería Luis G. Urbina, amor nutrido en “corazón de mar”… donde hay néctar añejo, red espectral, suficiente mirada para abarcar la noche, que flota como roja mariposa a la hora de decir: “dame placer/ hijo”. Susana es el pudor ante el olvido. Si las cosas inanimadas carecen de intimidad, el ser vivo posee “un ser íntimo”. Es Susana, personaje real de la poeta para atrapar lo fiel de “la conciencia de sí”. En ella se gesta el más misterioso de los bienes: el habla, con el drama de la arbitrariedad del signo lingüístico, pero que insiste en dar fruto: “el fruto es la unidad de lo finito”. Su tesoro se absorbe al interior del universo; cuando la voz poética la busca, ya no la encuentra: “Para besarla ya no regreso// Susana se deshace/ y desaparece”. Carmen, en cambio, es el poema que baila frívolamente, es esa línea esbelta de la pura sintaxis de la realidad, que se pasea y se vende: “La gravedad no existe para su carne… un par de nalgas unidas/ en una costura/ rematada por el centro/ y un libro jugoso de terciopelo/ sólo leído con la lengua de unos cuántos”. La pregunta es: “¿Cuánto cuesta Carmen?”, ir del cuándo incierto, a la fatalidad del quántum. En medio queda la singularidad de ser persona. El “¿así, cuánto?”, que gritan los obscenos. Desnudez que se entrega por amor a las alas, que renuncia a seguir volando, se sabe fugitiva, vulnerable, traicionada en la miel de sí misma, se toma en el instante dorado del engaño y se deja matar del matamoscas de Lesbia. Es la historia de amor que se despeña en la barranca del cuerpo, y se deja caer, anticipando su pequeñez, forrada “de terciopelo”, en su pequeña caja de resonancias. Es el amor que “da poder al cuerpo”, y sonríe, y se acomoda, para dejar pasar la condición humana, su antes, su después, su no estar tan lejos de la mosca, esa pequeña “exótica con vientre acústico”, que el día de hoy, quizás el día de hoy en unos momentos más, en la elegante fiesta de lo abundante, en el cortejo, se dejará matar. Tan pronto como él diga: “me haces falta”, y entonces la triture el prodigio: “Adormilada/ abro las piernas/ que atesoran mi sexo oscuro/ inflamados sus pequeños olanes magenta// en esta flor clava su lengua// no me molesto con él/ sé que tiene hambre”. Se enjundia en este amor la picardía de saber que de todos los animales de la creación, el hombre es el único que se toma en serio. Se enjoya con el collar de su ironía y entiende el porqué del borracho, de la “maleta llena de billetes”, del “acostarse con niñas y mujeres/ viajar, tener bastante dinero y emborracharse… meterse a la casa grande/ tener a la mujer del amigo/ acostarse con hombres, niñas y mujeres/ viajar bien vestido y emborracharse”, y tras esta enumeración caótica, clamar, con la poeta: “pero dime,/ a quién no le extasiaría vengarse, cortarle/ los güevos a este alegre Casanova/ recuperar su dinero, acuchillar a los amigos/ del ojete,/ viajar a Europa con el rostro muy en alto/ con la ropa llena de sangre/ y después ¿por qué no?, también emborracharse”. De la vida podemos decir que es así. Es la poesía excitante de Adriana Tafoya en donde “la lujuria no tiene cuerpos”. Por eso nos permite aventurar de la muerte: quién iba a decir que andaba en el verso, y que tenía que ver con esto de emborracharse…

viernes, 30 de marzo de 2012

Adriana Tafoya: Malicias contra el Sol y otras heridas que dejan turbio el vaso




Por Arturo Alvar

Después de revisar más de veinte artículos relacionados con los estudios de género ―para conformar el dossier del número ocho de la revista Sapiencia―, me encontré con una teoría excéntrica, el supuesto surgimiento de un nuevo “macho alfa”. No

estoy de acuerdo con la idea de que haya un “imperativo” para ser heterosexual, aunque la idea sea interesante ―sobre todo en poesía, cuando a veces el imperativo ha sido ser homosexual―. Reflexiones sobre lo transgénero se perfilan también como moda académica o tema predilecto para licenciarse. Por eso siempre regreso a la poesía, no porque ella responda todos los paradigmas, sino porque desde ahí encuentro una libertad que subyace a la apariencia, lo que da potencia para reformular las preguntas mismas.

Robert Graves en su libro La diosa blanca, reescribe el mito donde el sacerdote (como arquetipo) se alía con el sol (como símbolo) y se separa del poeta, quien a pesar del imperio solar, sigue cantándole a la luna, a través de los tiempos, aliándose con el misterio último. Esto lo sabe Adriana Tafoya, autora de El matamoscas de Lesbia y otros poemas maliciosos cuando escribe sobre el canon de la poesía femenina. Estas figuras siguen vigentes en la tradición, por eso tenemos la certeza de que la luna es un espejo más. No es un cuerpo vivo, sólo el reflejo de una luz espectral.

En este sentido, si Rosario Castellanos lanzaba su corazón “para romper en mil pedazos el espejo del mundo y contemplar mil veces el rostro de mi culpa”, Adriana Tafoya está dispuesta a cometer “pecados inmortales” como escribe Enrique González Rojo (un epígrafe del libro). Aquí en la tierra como en el cielo, sin culpas ni persignaciones, Tafoya lanza sus poemas, algunos ya publicados, engarzados con otros inéditos. Lo “malicioso” le viene a dar cuerpo al poemario, no sólo para romper el espejo narciso, sino para romper la transparencia del vaso ― el de la tradición poética, dominante― dejando un verbo de pleamares, donde el agua queda turbulenta. Adriana Tafoya no se contiene, va más allá de la contemplación gravitatoria en torno al Círculo, culto falaz del emblema solar que termina por desmembrar. De esta manera, abre con violencia la herida de la realidad y escribe:

“donde trueno diez veces el cristal del vaso”.

La poesía de Tafoya incide con un golpe certero a las cabezas de los que viven sin pensar. Su mirada punzante agarra parejo, tanto hombres como mujeres y el ideario femenino adherente a los códigos patriarcales es destruido, al menos con las palabras. “Para eso son las heridas”, escribe, “para que la arrogancia sangre”, aunque en otro poema afirme que “la palabra sólo rasguña” ante el sonido que “es el golpe de la violencia de las cosas”.

En “Animales Seniles”, una serie de poemas contenidos en el libro, aparecen “mujeres sin fin”… “con la virginidad que la vejez otorga”. El verbo de Adriana es copular, eyaculatorio. Escenas fetichizadas donde se entrelaza lo grotesco con lo delicado; el placer con la degradación de los cuerpos. En este sentido, una escatología no se plantea sólo en términos del asco y buen gusto, es decir, frente a un esteticismo formal, sino que va más allá al plantear una dimensión poética, donde la degradación no sólo es corpórea sino moral: la náusea ante el oprobio, donde, sin embargo, es en “los senos insípidos y el vientre estrangulado” de esas mujeres, donde tiene lugar el erotismo:

“Las he tomado por la boca/ Las he anudado una a una/ Con esas cuerdas de los filos más cortantes/ para abrirles los pétalos/ para comer el sabor a libro viejo/ que se desprende del aliento de sus sexos”. Hay algo de sabiduría lúbrica en esos cuerpos lánguidos que se sacuden con el estremecimiento de lo prohibido, la transgresión sexual donde Adriana Tafoya nos advierte que las apariencias engañan, sobre todo cuando hay un canon imperante.

Con un epígrafe de Óscar Escoffié al principio del libro, advierte la poeta que: “Suele ocurrir una equivocación trágica entre los hombres: asociar lo feo a lo maligno y la hermosura a lo bueno”. Ahí la contestación al canon masculino su asociación maniquea de la belleza, junto con todos los actos que externan esas percepciones. Es en el poema “Diálogos con la maldad de un hombre bueno” donde la poesía de Tafoya adquiere un tono satírico, apuntando su flecha a las costumbres del poder, (oportunismo y exceso), rozando inevitablemente los límites de una poesía social, crítica, que ha tenido como sus mejores armas el dicho popular, la ironía, el sarcasmo y el humor negro.

¿Qué sentido tiene ejercer esta violencia verbal? El poemario abre heridas para que salga la ponzoña humana y quede la música, que “traza con violentos pincelazos” el “compás erótico” de un hombre “desnudo en un sillón”. La malicia femenina pone trampas. En los ojos de este hombre está “la luz negra que nos alumbra”. En ellos se ve hasta el color de la tanga que le gusta. Y ella lo sabe, pero “es indiferente/ al cadáver de una mosca” mientras afuera hay otro hombre, podrido de amor, al que no le queda más destino que buscar otro tacto, porque “después de todo/ siempre hay otras mujeres”.

El poemario en general se mantiene lúcido ante lo sensorial y transgresor en las concepciones dualistas belleza/bondad, maldad/fealdad. La poesía es un desafío cuando mujeres como Carmen se desnudan y se entregan a la pasarela, donde “la gravedad no existe para su carne” mientras “un hombre de ideas encanecidas” gasta hasta el último centavo de su tristeza en ella; cuando la madre incestuosa le pide al hijo aprender de la robustez de su cuerpo, como se entra en la vastedad sabia de la poesía; como Susana “con la canasta seca de las frutas” que tiene miedo de ser violada y ya “presiente rostros oscuros y añejados” donde “un racimo de testículo le rellena la boca”.

Los hombres son ancianos “con verrugas hinchadas de malicia”; un travesti que hubiera querido nacer cisne “y en la medida que es más fémino/ es más vulnerable a ser violentado” El poema con el que se titula el libro, “El matamoscas de Lesbia”, hace referencia a la musa acosada por los besos de Catulo. Como si fueran moscas, la voz espanta los besos de su amado, en versus sexual, aunque no se molesta cuando al final logra penetrar en su “sexo oscuro”, porque sabe que él tiene hambre. Aunque en otro momento, incluso se pregunta: “¿qué da más dicha que la estremecida/ sensación del beso?”. La poeta traspasa nuestros sentidos y pasiones, pues también somos esos hombres que versa, escudriña y condena.

Lector a quien es dedicado este libro, sin saberlo: Si buscan ternura mejor recurran a su madre, pues no encontrarán en Adriana Tafoya brazos que arrullen, sino el mar, porque “el mar es la muerte”, escribe: “pensar en su hechura da miedo, porque la muerte todo el tiempo fue agua y el agua todo el tiempo ha sido cielo”. Para los que no tienen madre, encontrarás en la malicia de sus versos un alivio ante el desamparo de la soledad. Si sólo el lector está insolado, los versos de este poemario le harán copular con palabras más oscuras, eclipsadas, de las que nunca saldrá ileso. Sólo el cielo jamás podrá salir herido. Para Adriana, todos los pájaros ―los poetas―, podrán ser derribados: “con los truenos de un rojo y pequeño revolver…Y no será sangre/ lo que salpique a las manos/, sino un azul terrible inmenso”.

Este es un poemario con un paisaje de pincelazos violentos, heridas que dejan turbio el vaso, con muchísimos instantes, como debe ser cuando la poesía no es sólo una piedra más en el camino, o un perro sarnoso ladrándole a la luna, sino una mosca con terciopelo negro y caja resonante.

Ciudad de México, 27 de febrero de 2012

Texto leído en el Palacio de Minería.

lunes, 12 de marzo de 2012

El matamoscas de Lesbia o Eros deformado



Por Hortensia Carrasco

Jean Paul Sartre decía que elegir es un acto de libertad. Adriana Tafoya elige de lo que quiere escribir sin autocensura ni remordimiento, en este mundo que sigue siendo muy patriarcal o como escribe el filósofo Jaques Derrida, mundo en el que impera el orden simbólico falogocéntrico. Adriana no sólo escribe con sus ideas, su imaginación, sus sentimientos y su conciencia, sino con todo su cuerpo de mujer libre.

Adentrarse en la lectura de “El matamoscas de Lesbia”, es encontrarse con ciertos espejos deformados y como menciona la propia autora: este es un libro que pretende divertir y molestar. Entonces, tal vez habrá quienes vean su reflejo y se incomoden o se sientan aludidos y reirán al escuchar algunos versos pero no se sabrá si esa risa será porque les divierte o para encubrir su molestia.

La propuesta de Tafoya es la eterna relación entre lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, y en donde muchas veces se continúa asociando lo deforme y lo feo con lo malo; sin embargo esta escritora a través de sus poemas nos muestra situaciones en las que se sucumbe e incluso se necesita de eso que parece grotesco y es motivo de repugnancia.

Herman Hesse en el libro “Demian”, capítulo “Los dos mundos”, nos habla por un lado del universo donde predomina la claridad y la limpieza, las buenas costumbres, las líneas rectas, la culpa y el perdón, el deber y los buenos hábitos. El otro mundo es en el que se desenvuelven los perversos, los sucios y los malos, los borrachos que golpean mujeres, los ladrones, lo ruidoso, lo cruel y lo brutal.

Según lo que se narra en “Demian”, muchas veces el sitio de las cosas terribles y enigmáticas resulta más atrayente y a veces se prefiere vivir en esa parte.

Adriana Tafoya conoce esos temas por eso se atreve a pensar que su libro causará molestias empezando por el título en el que se habla de las moscas que son insectos que simbolizan cosas como: un ser malvado y corrupto o a un hombre insignificante o un enemigo débil. Entonces, el lector de este poemario podrá reconocer situaciones de una realidad erótico-sexual que se vive cotidianamente y de la que los hombres y las mujeres muchas veces no salen bien librados por que se llega a un punto en el que la culpa ensucia las acciones y arroja a los seres humanos a los actos de contrición y arrepentimiento.

Ejemplo de ello es lo que se ha escrito sobre Charles Baudelaire de que era un moralista que atormentado por su propia debilidad humana conocía como nadie el combate entre el bien y el mal, sucumbió a todos los vicios pero vivió durante toda su vida una mortificante lucha para huir de ellos.

En el matamoscas de Lesbia el hablante lírico si bien nos adentra en esa relación bien-mal, no en vano los pájaros están presentes en los poemas, ya que en algunas culturas simbolizan la lucha entre el bien y el mal, también nos muestra temas en los que se escarban los meandros de la condición humana a través del sexo y el erotismo.

En la novela “Juntacadáveres” , escrita por Juan Carlos Onetti, se plasma al personaje principal como un coleccionista de lo grotesco, tal vez por que brindaba ayuda y protección a las prostitutas más viejas y olvidadas y a otras personas con distintas manías. Eliseo Alberto en su libro “El retablo del Conde Eros”, habla precisamente de el Conde Eros, quien aceptaba en su compañía teatral tanto a prostitutas como a homosexuales y proxenetas, Adriana Tafoya en este su personal matamoscas, el matamoscas de la poeta, acoge tanto a hombres como a mujeres que viven la sexualidad sin tomar en cuenta lo esencial de cualquier vínculo.

Entonces encontramos al homosexual que cree que siendo más femenino será menos violentado, menos lastimado, o al anciano que con prepotencia pretende suplicar amor y termina pagando “con billetes mojados la cuenta”.También a la Susana aporreada por racimos de testículos o al hombre que repudia a la mujer gorda y a la que sin embargo desea y ante la que sucumbe y es donde hay que pensar quien es más mosca.

Este poemario, que como se explica al final de las páginas es una selección de poemas, nos lleva a recordar a la poeta neoyorquina LeonoreKandel que con su poesía vendría a demostrar que las mujeres tienen derecho a ser y desempeñar su papel humano y que en esto no permiten que se les límite, y mucho menos en el ejercicio artístico e intelectual.

Si bien la poesía erótica de Kandel “es una celebración de Eros en un ambiente en el que el placer es un asunto sagrado y no algo degradante como por lo regular lo interpretan las mentes moralistas”. En la poesía de Adriana tafoya encontramos a un Eros deformado y no por las mentes moralistas, sino por los propios hombres y mujeres que hacen del sexo y el acto erótico una forma de poder para someter al otro. Nos muestra un mundo sexual en donde es común la malicia, la vergüenza, la lástima, la violencia, la humillación y la tristeza, todo combinado con el afán de poder y dominación.

Leonore Kandel escribe: “coger con amor es cambiar el temperamento del aire”, Adriana Tafoya apunta: “Quien se aguantaría las ganas de tomar el dinero ajeno, meterse a la casa grande, tener a la mujer del amigo, acostarse con hombres, niñas y mujeres, viajar bien vestido y emborracharse”.

Por lo tanto, estos versos que hoy se presentan, hablan de cómo el ser humano vive el placer en sí, es decir, desde lo individual sin tomar en cuenta a la otra parte y sin tomar en cuenta la universalidad, porque el erotismo es estar conectado con todo lo que implica el universo y en la medida que esto se asimile se estará más en el para sí y lejos de vivir en la soledad permanente y más lejos de los daños y los traumas.

Además, Adriana es una poeta que se ha dado a la tarea de los hallazgos con la finalidad de nombrar de forma distinta algunas cosas y en este caso en el terreno de lo sexual y erótico, tema que para muchos resulta fácil y terminan haciendo escrituras de dudosa calidad. Por ello en los poemas el lector no encontrará la palabra pene si no: “un tornillo plata que brilla erecto sobre un par de almendras en bolsa de cuero”. Y en vez de vagina leerá: “la mariposa húmeda con las alas abiertas”.

Entonces nos encontramos ante un poemario en el que la voz poética sin duda y como alguien dijo se atreve a “buscar la belleza hasta en lo corrupto”.