viernes, 30 de marzo de 2012

Adriana Tafoya: Malicias contra el Sol y otras heridas que dejan turbio el vaso




Por Arturo Alvar

Después de revisar más de veinte artículos relacionados con los estudios de género ―para conformar el dossier del número ocho de la revista Sapiencia―, me encontré con una teoría excéntrica, el supuesto surgimiento de un nuevo “macho alfa”. No

estoy de acuerdo con la idea de que haya un “imperativo” para ser heterosexual, aunque la idea sea interesante ―sobre todo en poesía, cuando a veces el imperativo ha sido ser homosexual―. Reflexiones sobre lo transgénero se perfilan también como moda académica o tema predilecto para licenciarse. Por eso siempre regreso a la poesía, no porque ella responda todos los paradigmas, sino porque desde ahí encuentro una libertad que subyace a la apariencia, lo que da potencia para reformular las preguntas mismas.

Robert Graves en su libro La diosa blanca, reescribe el mito donde el sacerdote (como arquetipo) se alía con el sol (como símbolo) y se separa del poeta, quien a pesar del imperio solar, sigue cantándole a la luna, a través de los tiempos, aliándose con el misterio último. Esto lo sabe Adriana Tafoya, autora de El matamoscas de Lesbia y otros poemas maliciosos cuando escribe sobre el canon de la poesía femenina. Estas figuras siguen vigentes en la tradición, por eso tenemos la certeza de que la luna es un espejo más. No es un cuerpo vivo, sólo el reflejo de una luz espectral.

En este sentido, si Rosario Castellanos lanzaba su corazón “para romper en mil pedazos el espejo del mundo y contemplar mil veces el rostro de mi culpa”, Adriana Tafoya está dispuesta a cometer “pecados inmortales” como escribe Enrique González Rojo (un epígrafe del libro). Aquí en la tierra como en el cielo, sin culpas ni persignaciones, Tafoya lanza sus poemas, algunos ya publicados, engarzados con otros inéditos. Lo “malicioso” le viene a dar cuerpo al poemario, no sólo para romper el espejo narciso, sino para romper la transparencia del vaso ― el de la tradición poética, dominante― dejando un verbo de pleamares, donde el agua queda turbulenta. Adriana Tafoya no se contiene, va más allá de la contemplación gravitatoria en torno al Círculo, culto falaz del emblema solar que termina por desmembrar. De esta manera, abre con violencia la herida de la realidad y escribe:

“donde trueno diez veces el cristal del vaso”.

La poesía de Tafoya incide con un golpe certero a las cabezas de los que viven sin pensar. Su mirada punzante agarra parejo, tanto hombres como mujeres y el ideario femenino adherente a los códigos patriarcales es destruido, al menos con las palabras. “Para eso son las heridas”, escribe, “para que la arrogancia sangre”, aunque en otro poema afirme que “la palabra sólo rasguña” ante el sonido que “es el golpe de la violencia de las cosas”.

En “Animales Seniles”, una serie de poemas contenidos en el libro, aparecen “mujeres sin fin”… “con la virginidad que la vejez otorga”. El verbo de Adriana es copular, eyaculatorio. Escenas fetichizadas donde se entrelaza lo grotesco con lo delicado; el placer con la degradación de los cuerpos. En este sentido, una escatología no se plantea sólo en términos del asco y buen gusto, es decir, frente a un esteticismo formal, sino que va más allá al plantear una dimensión poética, donde la degradación no sólo es corpórea sino moral: la náusea ante el oprobio, donde, sin embargo, es en “los senos insípidos y el vientre estrangulado” de esas mujeres, donde tiene lugar el erotismo:

“Las he tomado por la boca/ Las he anudado una a una/ Con esas cuerdas de los filos más cortantes/ para abrirles los pétalos/ para comer el sabor a libro viejo/ que se desprende del aliento de sus sexos”. Hay algo de sabiduría lúbrica en esos cuerpos lánguidos que se sacuden con el estremecimiento de lo prohibido, la transgresión sexual donde Adriana Tafoya nos advierte que las apariencias engañan, sobre todo cuando hay un canon imperante.

Con un epígrafe de Óscar Escoffié al principio del libro, advierte la poeta que: “Suele ocurrir una equivocación trágica entre los hombres: asociar lo feo a lo maligno y la hermosura a lo bueno”. Ahí la contestación al canon masculino su asociación maniquea de la belleza, junto con todos los actos que externan esas percepciones. Es en el poema “Diálogos con la maldad de un hombre bueno” donde la poesía de Tafoya adquiere un tono satírico, apuntando su flecha a las costumbres del poder, (oportunismo y exceso), rozando inevitablemente los límites de una poesía social, crítica, que ha tenido como sus mejores armas el dicho popular, la ironía, el sarcasmo y el humor negro.

¿Qué sentido tiene ejercer esta violencia verbal? El poemario abre heridas para que salga la ponzoña humana y quede la música, que “traza con violentos pincelazos” el “compás erótico” de un hombre “desnudo en un sillón”. La malicia femenina pone trampas. En los ojos de este hombre está “la luz negra que nos alumbra”. En ellos se ve hasta el color de la tanga que le gusta. Y ella lo sabe, pero “es indiferente/ al cadáver de una mosca” mientras afuera hay otro hombre, podrido de amor, al que no le queda más destino que buscar otro tacto, porque “después de todo/ siempre hay otras mujeres”.

El poemario en general se mantiene lúcido ante lo sensorial y transgresor en las concepciones dualistas belleza/bondad, maldad/fealdad. La poesía es un desafío cuando mujeres como Carmen se desnudan y se entregan a la pasarela, donde “la gravedad no existe para su carne” mientras “un hombre de ideas encanecidas” gasta hasta el último centavo de su tristeza en ella; cuando la madre incestuosa le pide al hijo aprender de la robustez de su cuerpo, como se entra en la vastedad sabia de la poesía; como Susana “con la canasta seca de las frutas” que tiene miedo de ser violada y ya “presiente rostros oscuros y añejados” donde “un racimo de testículo le rellena la boca”.

Los hombres son ancianos “con verrugas hinchadas de malicia”; un travesti que hubiera querido nacer cisne “y en la medida que es más fémino/ es más vulnerable a ser violentado” El poema con el que se titula el libro, “El matamoscas de Lesbia”, hace referencia a la musa acosada por los besos de Catulo. Como si fueran moscas, la voz espanta los besos de su amado, en versus sexual, aunque no se molesta cuando al final logra penetrar en su “sexo oscuro”, porque sabe que él tiene hambre. Aunque en otro momento, incluso se pregunta: “¿qué da más dicha que la estremecida/ sensación del beso?”. La poeta traspasa nuestros sentidos y pasiones, pues también somos esos hombres que versa, escudriña y condena.

Lector a quien es dedicado este libro, sin saberlo: Si buscan ternura mejor recurran a su madre, pues no encontrarán en Adriana Tafoya brazos que arrullen, sino el mar, porque “el mar es la muerte”, escribe: “pensar en su hechura da miedo, porque la muerte todo el tiempo fue agua y el agua todo el tiempo ha sido cielo”. Para los que no tienen madre, encontrarás en la malicia de sus versos un alivio ante el desamparo de la soledad. Si sólo el lector está insolado, los versos de este poemario le harán copular con palabras más oscuras, eclipsadas, de las que nunca saldrá ileso. Sólo el cielo jamás podrá salir herido. Para Adriana, todos los pájaros ―los poetas―, podrán ser derribados: “con los truenos de un rojo y pequeño revolver…Y no será sangre/ lo que salpique a las manos/, sino un azul terrible inmenso”.

Este es un poemario con un paisaje de pincelazos violentos, heridas que dejan turbio el vaso, con muchísimos instantes, como debe ser cuando la poesía no es sólo una piedra más en el camino, o un perro sarnoso ladrándole a la luna, sino una mosca con terciopelo negro y caja resonante.

Ciudad de México, 27 de febrero de 2012

Texto leído en el Palacio de Minería.

lunes, 12 de marzo de 2012

El matamoscas de Lesbia o Eros deformado



Por Hortensia Carrasco

Jean Paul Sartre decía que elegir es un acto de libertad. Adriana Tafoya elige de lo que quiere escribir sin autocensura ni remordimiento, en este mundo que sigue siendo muy patriarcal o como escribe el filósofo Jaques Derrida, mundo en el que impera el orden simbólico falogocéntrico. Adriana no sólo escribe con sus ideas, su imaginación, sus sentimientos y su conciencia, sino con todo su cuerpo de mujer libre.

Adentrarse en la lectura de “El matamoscas de Lesbia”, es encontrarse con ciertos espejos deformados y como menciona la propia autora: este es un libro que pretende divertir y molestar. Entonces, tal vez habrá quienes vean su reflejo y se incomoden o se sientan aludidos y reirán al escuchar algunos versos pero no se sabrá si esa risa será porque les divierte o para encubrir su molestia.

La propuesta de Tafoya es la eterna relación entre lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, y en donde muchas veces se continúa asociando lo deforme y lo feo con lo malo; sin embargo esta escritora a través de sus poemas nos muestra situaciones en las que se sucumbe e incluso se necesita de eso que parece grotesco y es motivo de repugnancia.

Herman Hesse en el libro “Demian”, capítulo “Los dos mundos”, nos habla por un lado del universo donde predomina la claridad y la limpieza, las buenas costumbres, las líneas rectas, la culpa y el perdón, el deber y los buenos hábitos. El otro mundo es en el que se desenvuelven los perversos, los sucios y los malos, los borrachos que golpean mujeres, los ladrones, lo ruidoso, lo cruel y lo brutal.

Según lo que se narra en “Demian”, muchas veces el sitio de las cosas terribles y enigmáticas resulta más atrayente y a veces se prefiere vivir en esa parte.

Adriana Tafoya conoce esos temas por eso se atreve a pensar que su libro causará molestias empezando por el título en el que se habla de las moscas que son insectos que simbolizan cosas como: un ser malvado y corrupto o a un hombre insignificante o un enemigo débil. Entonces, el lector de este poemario podrá reconocer situaciones de una realidad erótico-sexual que se vive cotidianamente y de la que los hombres y las mujeres muchas veces no salen bien librados por que se llega a un punto en el que la culpa ensucia las acciones y arroja a los seres humanos a los actos de contrición y arrepentimiento.

Ejemplo de ello es lo que se ha escrito sobre Charles Baudelaire de que era un moralista que atormentado por su propia debilidad humana conocía como nadie el combate entre el bien y el mal, sucumbió a todos los vicios pero vivió durante toda su vida una mortificante lucha para huir de ellos.

En el matamoscas de Lesbia el hablante lírico si bien nos adentra en esa relación bien-mal, no en vano los pájaros están presentes en los poemas, ya que en algunas culturas simbolizan la lucha entre el bien y el mal, también nos muestra temas en los que se escarban los meandros de la condición humana a través del sexo y el erotismo.

En la novela “Juntacadáveres” , escrita por Juan Carlos Onetti, se plasma al personaje principal como un coleccionista de lo grotesco, tal vez por que brindaba ayuda y protección a las prostitutas más viejas y olvidadas y a otras personas con distintas manías. Eliseo Alberto en su libro “El retablo del Conde Eros”, habla precisamente de el Conde Eros, quien aceptaba en su compañía teatral tanto a prostitutas como a homosexuales y proxenetas, Adriana Tafoya en este su personal matamoscas, el matamoscas de la poeta, acoge tanto a hombres como a mujeres que viven la sexualidad sin tomar en cuenta lo esencial de cualquier vínculo.

Entonces encontramos al homosexual que cree que siendo más femenino será menos violentado, menos lastimado, o al anciano que con prepotencia pretende suplicar amor y termina pagando “con billetes mojados la cuenta”.También a la Susana aporreada por racimos de testículos o al hombre que repudia a la mujer gorda y a la que sin embargo desea y ante la que sucumbe y es donde hay que pensar quien es más mosca.

Este poemario, que como se explica al final de las páginas es una selección de poemas, nos lleva a recordar a la poeta neoyorquina LeonoreKandel que con su poesía vendría a demostrar que las mujeres tienen derecho a ser y desempeñar su papel humano y que en esto no permiten que se les límite, y mucho menos en el ejercicio artístico e intelectual.

Si bien la poesía erótica de Kandel “es una celebración de Eros en un ambiente en el que el placer es un asunto sagrado y no algo degradante como por lo regular lo interpretan las mentes moralistas”. En la poesía de Adriana tafoya encontramos a un Eros deformado y no por las mentes moralistas, sino por los propios hombres y mujeres que hacen del sexo y el acto erótico una forma de poder para someter al otro. Nos muestra un mundo sexual en donde es común la malicia, la vergüenza, la lástima, la violencia, la humillación y la tristeza, todo combinado con el afán de poder y dominación.

Leonore Kandel escribe: “coger con amor es cambiar el temperamento del aire”, Adriana Tafoya apunta: “Quien se aguantaría las ganas de tomar el dinero ajeno, meterse a la casa grande, tener a la mujer del amigo, acostarse con hombres, niñas y mujeres, viajar bien vestido y emborracharse”.

Por lo tanto, estos versos que hoy se presentan, hablan de cómo el ser humano vive el placer en sí, es decir, desde lo individual sin tomar en cuenta a la otra parte y sin tomar en cuenta la universalidad, porque el erotismo es estar conectado con todo lo que implica el universo y en la medida que esto se asimile se estará más en el para sí y lejos de vivir en la soledad permanente y más lejos de los daños y los traumas.

Además, Adriana es una poeta que se ha dado a la tarea de los hallazgos con la finalidad de nombrar de forma distinta algunas cosas y en este caso en el terreno de lo sexual y erótico, tema que para muchos resulta fácil y terminan haciendo escrituras de dudosa calidad. Por ello en los poemas el lector no encontrará la palabra pene si no: “un tornillo plata que brilla erecto sobre un par de almendras en bolsa de cuero”. Y en vez de vagina leerá: “la mariposa húmeda con las alas abiertas”.

Entonces nos encontramos ante un poemario en el que la voz poética sin duda y como alguien dijo se atreve a “buscar la belleza hasta en lo corrupto”.