Por Hortensia Carrasco
Jean Paul Sartre decía que elegir es un acto de libertad. Adriana Tafoya elige de lo que quiere escribir sin autocensura ni remordimiento, en este mundo que sigue siendo muy patriarcal o como escribe el filósofo Jaques Derrida, mundo en el que impera el orden simbólico falogocéntrico. Adriana no sólo escribe con sus ideas, su imaginación, sus sentimientos y su conciencia, sino con todo su cuerpo de mujer libre.
Adentrarse en la lectura de “El matamoscas de Lesbia”, es encontrarse con ciertos espejos deformados y como menciona la propia autora: este es un libro que pretende divertir y molestar. Entonces, tal vez habrá quienes vean su reflejo y se incomoden o se sientan aludidos y reirán al escuchar algunos versos pero no se sabrá si esa risa será porque les divierte o para encubrir su molestia.
La propuesta de Tafoya es la eterna relación entre lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, y en donde muchas veces se continúa asociando lo deforme y lo feo con lo malo; sin embargo esta escritora a través de sus poemas nos muestra situaciones en las que se sucumbe e incluso se necesita de eso que parece grotesco y es motivo de repugnancia.
Herman Hesse en el libro “Demian”, capítulo “Los dos mundos”, nos habla por un lado del universo donde predomina la claridad y la limpieza, las buenas costumbres, las líneas rectas, la culpa y el perdón, el deber y los buenos hábitos. El otro mundo es en el que se desenvuelven los perversos, los sucios y los malos, los borrachos que golpean mujeres, los ladrones, lo ruidoso, lo cruel y lo brutal.
Según lo que se narra en “Demian”, muchas veces el sitio de las cosas terribles y enigmáticas resulta más atrayente y a veces se prefiere vivir en esa parte.
Adriana Tafoya conoce esos temas por eso se atreve a pensar que su libro causará molestias empezando por el título en el que se habla de las moscas que son insectos que simbolizan cosas como: un ser malvado y corrupto o a un hombre insignificante o un enemigo débil. Entonces, el lector de este poemario podrá reconocer situaciones de una realidad erótico-sexual que se vive cotidianamente y de la que los hombres y las mujeres muchas veces no salen bien librados por que se llega a un punto en el que la culpa ensucia las acciones y arroja a los seres humanos a los actos de contrición y arrepentimiento.
Ejemplo de ello es lo que se ha escrito sobre Charles Baudelaire de que era un moralista que atormentado por su propia debilidad humana conocía como nadie el combate entre el bien y el mal, sucumbió a todos los vicios pero vivió durante toda su vida una mortificante lucha para huir de ellos.
En el matamoscas de Lesbia el hablante lírico si bien nos adentra en esa relación bien-mal, no en vano los pájaros están presentes en los poemas, ya que en algunas culturas simbolizan la lucha entre el bien y el mal, también nos muestra temas en los que se escarban los meandros de la condición humana a través del sexo y el erotismo.
En la novela “Juntacadáveres” , escrita por Juan Carlos Onetti, se plasma al personaje principal como un coleccionista de lo grotesco, tal vez por que brindaba ayuda y protección a las prostitutas más viejas y olvidadas y a otras personas con distintas manías. Eliseo Alberto en su libro “El retablo del Conde Eros”, habla precisamente de el Conde Eros, quien aceptaba en su compañía teatral tanto a prostitutas como a homosexuales y proxenetas, Adriana Tafoya en este su personal matamoscas, el matamoscas de la poeta, acoge tanto a hombres como a mujeres que viven la sexualidad sin tomar en cuenta lo esencial de cualquier vínculo.
Entonces encontramos al homosexual que cree que siendo más femenino será menos violentado, menos lastimado, o al anciano que con prepotencia pretende suplicar amor y termina pagando “con billetes mojados la cuenta”.También a la Susana aporreada por racimos de testículos o al hombre que repudia a la mujer gorda y a la que sin embargo desea y ante la que sucumbe y es donde hay que pensar quien es más mosca.
Este poemario, que como se explica al final de las páginas es una selección de poemas, nos lleva a recordar a la poeta neoyorquina LeonoreKandel que con su poesía vendría a demostrar que las mujeres tienen derecho a ser y desempeñar su papel humano y que en esto no permiten que se les límite, y mucho menos en el ejercicio artístico e intelectual.
Si bien la poesía erótica de Kandel “es una celebración de Eros en un ambiente en el que el placer es un asunto sagrado y no algo degradante como por lo regular lo interpretan las mentes moralistas”. En la poesía de Adriana tafoya encontramos a un Eros deformado y no por las mentes moralistas, sino por los propios hombres y mujeres que hacen del sexo y el acto erótico una forma de poder para someter al otro. Nos muestra un mundo sexual en donde es común la malicia, la vergüenza, la lástima, la violencia, la humillación y la tristeza, todo combinado con el afán de poder y dominación.
Leonore Kandel escribe: “coger con amor es cambiar el temperamento del aire”, Adriana Tafoya apunta: “Quien se aguantaría las ganas de tomar el dinero ajeno, meterse a la casa grande, tener a la mujer del amigo, acostarse con hombres, niñas y mujeres, viajar bien vestido y emborracharse”.
Por lo tanto, estos versos que hoy se presentan, hablan de cómo el ser humano vive el placer en sí, es decir, desde lo individual sin tomar en cuenta a la otra parte y sin tomar en cuenta la universalidad, porque el erotismo es estar conectado con todo lo que implica el universo y en la medida que esto se asimile se estará más en el para sí y lejos de vivir en la soledad permanente y más lejos de los daños y los traumas.
Además, Adriana es una poeta que se ha dado a la tarea de los hallazgos con la finalidad de nombrar de forma distinta algunas cosas y en este caso en el terreno de lo sexual y erótico, tema que para muchos resulta fácil y terminan haciendo escrituras de dudosa calidad. Por ello en los poemas el lector no encontrará la palabra pene si no: “un tornillo plata que brilla erecto sobre un par de almendras en bolsa de cuero”. Y en vez de vagina leerá: “la mariposa húmeda con las alas abiertas”.
Entonces nos encontramos ante un poemario en el que la voz poética sin duda y como alguien dijo se atreve a “buscar la belleza hasta en lo corrupto”.
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