martes, 25 de noviembre de 2014

Un viaje a "Los rituales de la tristeza"


Por Reneé Acosta


Este poemario que nos ofrece en esta ocasión la poeta, ensayista, investigadora y editora Adriana Tafoya se nos presenta asombrosamente como un punto y aparte a la poesía contemporánea, que nos ha dado por llamar: la poesía genérica mexicana. Sin duda es una poesía alternativa, propositiva en tanto estética muy propia, muy única y por lo mismo una aportación a la poesía mexicana. La poesía de Adriana Tafoya es tan diferente a las tendencias prefabricadas y predigeridas de los parámetros de la poesía que se escribe en México y que en gran parte ha sido impuesta, sometida y  predictada por Octavio Paz hacia todos los talleres de literatura mexicana en toda la extensión del territorio. Claro que encontramos ciertas diferencias contundentes entre la poesía de Adriana en su contexto histórico literario: 1.- en primer lugar todo el estilo que desarrolla la autora, las palabras que elige, la compulsiva espontaneidad de su procedencia, no puede ser considerada dentro de la poesía recortada y sin licencias de la literatura nacional, 2.- la extensión de los versos, que no se dejan llevar por el ritmo de una medida métrica preestablecida ni por los metros tradicionales, ni por los metros modernos del verso libre; sino que por el contrario, se va marcando por su propia entonación, por el tono más que por el metro y 3.- en tercer lugar, los temas que aborda se vuelven hacia una estética cuya herencia se identifica con los poetas malditos, con los románticos pre simbolistas y con el simbolismo mismo, hablando de Rimbaud y de Lautremont. Aunque los temas puedan resultar escandalizantes, vistos desde la propia estética que propone la autora, todo se deja envolver de un leitmotiv: la tristeza, y aún más, la decadencia que la acompaña. Toda tristeza es un final en sí mismo, un cierre, un fúnebre letargo.

La poesía de Los rituales de la tristeza contiene una vibrante intuición de imágenes que laten vitales, en la más médula de las impresiones, altamente sígnicas, en símbolos imágenes intuitivas. A través de una dialéctica sígnica de soliloquios nacidos en la visceralidad del dolor, desde una pureza no tamizada, no filtrada por los parámetros de una poesía genérica o de tendencia popularizada; toma en cuenta las intuiciones vueltas imágenes, vueltas signo.

Arroja una pregunta y dice quién sabe hasta qué grado pueda uno entregar a un hijo. Adriana Tafoya habla con palabras con un sabor de alta poesía, de gran poesía. Lo suyo es bastante lejano de esa poesía promedio de escuela literaria, esa poesía genérica, artesanal, desproporcionada, filtrada por las imposturas. La poesía debe ser libre, expresión de libertad y para ello se requiere que la poesía sea honesta. 

Los poemas de Adriana Tafoya afloran una honestidad cuya tesitura se instala en las profundidades de la naturaleza humana. Se vuelve difícil identificar las influencias, porque no hay un corte ni un recorte prefijado, premasticado y predigerido, del cual provengan las palabras. Eso lo hace muy diferente a la poesía que colocan en los hashtags y los aparadores literarios contemporáneos. 

En El derrumbe de las Ofelias toca con figuras arquetípicas de la mujer, de los seres femeninos del agua, las lamias, las ofelias muertas, el eterno femenino, la mujer loba. Los títulos de los poemas aparecen como nombres de cuadros, como si fueran pinturas, esto también es significativo en tanto a lo que la autora quiere mostrar. Tanto así que dice en el poema “tintura donde nunca amanece”: 

Caballete junto al balcón
frente al flameante matiz de resolana
sobre la acuarela el pincel
alfombra
donde mis amigas sonríen
con cigarrillos
en las manos tertulias
tumbadas
al lento roce de los pezones
en las telas

y los amigos
al filo 
de los dientes
con la delgadez de la copa
del coñac
tintineando los dedos del pianista
en burbuja plástica
donde reposan bocas
con los colores de las fresas
y la música de Satie
el óleo y el viento es rojizo
tengo amantes
me gusta el sonrojo de los hombres
el rubor de sus mejillas
el mas amado es frágil
de ojos tan negros
tan apasionadamente fríos
por el dorso
le resbalaban aguas tibias
juntos
con el cuerpo onírico
en el tinte del vino
esperamos el amanecer 
que nunca llega
para abrir los ojos
y besar de nuevo el sol

Adriana explora temas fuertes como el sexo con ancianos, la muerte de los hijos, el sexo con desconocidos; conforme avanza el poemario es cada vez más y más una poética de la emergencia. Habla de la carne, de los insectos que se la comen. Habla descarnadamente del tema de la muerte como en el poema El desmoronamiento de la carne 

Igual que por la mañana 
un día
se esfumara la sortija del cielo
igual me iré
y conmigo la forma de las cosas

Hay un profundo aire de oscuridad en toda la extensión del libro. Inevitablemente las palabras se van volviendo más y más fuertes. Como una lamentación extensa se vierte el último poema Los rituales de la tristeza. La sangre, el sexo, la carne, el cuerpo desgarrado, el dolor en todos los aspectos, desde el dolor de la frustración y la búsqueda de una satisfacción. Todo el dolor de todas las cosas se pone de manifiesto. La putrefacción de la sangre, las imágenes de la carne en sus facetas brutales, porque aunque hable de la sexualidad, es brutal. 

Tal vez los rituales de la tristeza quieren mostrar justamente esto, todo este proceso de la carnalidad desde sus extremos en la exploración de las posibilidades más incómodas. Me recuerda en gran medida la estética Artaudeana del teatro de la crueldad y sus visiones del arte, la poesía, el teatro, desde la crueldad. Decía Antonin Artaud en el teatro y su doble, que el verdadero arte debía enfermar por contagio; el verdadero arte debía herir sacando a la superficie las zonas más incómodas, las más difíciles, las más delicadas e hirientes. Adriana Tafoya nos muestra una poesía que cumple con estas expectativas de la estética Artaudiana, porque además de la fluidez medular de sus imágenes, esa especie de intuición a flor de piel, ese sabor de espontaneidad que lo hace latir, que lo hace palpitar como un corazón en carne viva; el poemario se va hacia zonas de la conciencia tan orgánicas, que me hace recordar a la obra de Deleuzze y Guatari “El cuerpo sin órganos” que justamente habla de Artaud.

En cuanto a la realización del libro, sus aspectos técnicos, posee una belleza en las imágenes, en el balance de sus oposiciones, sus juegos de sintaxis, su fluidez general, que podría destacar como la balanza de equilibrio frente a lo tópico y lo delicado de esos juegos, donde realmente se realizan los rituales de la tristeza. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario