martes, 5 de enero de 2010

Adriana Tafoya y sus heridas que no son cutáneas

Por Sol Rubí Santillana

*Texto de presentación del libro Sangrías de Adriana Tafoya

Tuve el gusto de conocer las letras de Adriana antes que a ella, por eso, sin miramientos ni predisposiciones pude escudriñar en las dieciocho heridas que esta autora abrió sobre el papel. Esto me permitió percibir que sus palabras no están construidas por letras sino por minúsculas navajas que no saben sino ir abriendo la piel de una publicación; Sangrías, lleva por nombre, y es poesía que se desangra. Juan Ramón Jiménez sostenía que “el poeta no es un filósofo, sino un clarividente”, y justamente mirando dentro, fuera y sobre, en el ahora y en el futuro del dolor, con esa sensibilidad que mezcla el erotismo y la soledad, la autora nos lleva por un recorrido escarlata, en el que cada poema va mostrando raspones, heridas sanas, purulentas, otras en carne viva e incluso cicatrices.Sangrías no guarda silencio, no sabría cómo, porque nace de otras heridas, de las que no son cutáneas, que suelen ser las más profundas, las más verdaderas. Sangrías son dieciocho lesiones que se desangran con angustia, que se revuelven sensuales y tristes. Sangrías es un lamento rojo, pero también un regodeo, un disfrute penetrante en este charco de palabras que Tafoya dejó caer directamente de sus venas.

“Déjenme morir sin dios No claven pájaros en mi cabeza Quiero caer,llorar gruñendo gritar al verme sin piernas ni manos que el dolor y el pánico me enciendan la mente que mis pájaros sangrenal estrellarse contra el hocico del miedo y sólo quede tizne,tiznón del perverso canto que miente y dice‘caerá el sol sobre la tierra y aún moribundo arrasará los campos’”, nos dice en su poema número III. Con su poesía, Adriana Tafoya ha logrado una herida gozosa, y también contusiones, mordidas, violencia en esa pasión por las letras con las que conduce al lector por un viaje borgoña que nos deja con el ceño fruncido, con una sonrisa confundida y luego con los sentimientos vueltos maraña.Eso sólo sucede cuando un escritor no le teme a la hoja en blanco, cuando sabe exactamente lo que quiere decir, pero no lo dice y esconde la voz detrás de los dientes hasta tener la certeza de la palabra precisa. Así es Sangrías; los adjetivos adecuados, pensados, las construcciones no son ligeras, las palabras no vuelan, más bien nos conducen a habitaciones, a encierros en donde nacen los colibrís a medio encuentro…

"La carne grita de mi cuerpo El abandono de mí es desposeerme desgarrarme el vientre y odiarte para querer morderte la lengua cuando me beses y dejo caer mi cabello caer los labios menguados mis ojos se mueren en el silencio del sonidome alejo de los colores del misteriopara arrinconarme cerca de ti con los pies amoratados”,así reza Tafoya en su poema Quebradiza.Gastón Bachelard decía que “la primera tarea del poeta es desanclar en nosotros una materia que quiere soñar”, pero la autora no la desancla, la arranca y nos inmiscuye en su mundo bermellón, en el que no hay posibilidad de escape. Y es que si sus letras son navajas no es casualidad, es más bien una decisión deliberada de crear aberturas para mirar en la carne, para observar las verdades crudas, vivas, que se esconden tras las máscaras, tras las palabras y tras el mismo sexo.No puedo sino concluir agradeciéndote,Adriana, por habernos regalado estas Sangrías de imágenes poderosísimas, en las que los colibríes se componen de miel, y el sexo, tiene aroma de tarántulas.

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