martes, 5 de enero de 2010

Sangrías en Toluca

Por Laura Zúñiga Orta
Yo te maldigo, Adriana Tafoya, porque no me enseñaste el corazón sino la sangre coagulada y pútrida del abandono.

Mis dedos están manchados de rojo, Adriana, porque toqué con ellos tus textos; porque me tomaste de la mano y me llevaste por cuadras y cuadras, despacito, sin urgencia, y me enseñaste el rostro desencajado del dolor.

Yo te maldigo, Adriana Tafoya, como sólo se maldice lo que se ama una vez que lo sabes ajeno; como se increpa al amante que te ha dejado solo en un inmundo callejón; como se maldice lo que hace daño y a la vez envicia. Con el coraje contradictorio del masoquista: que bufa y rabia, pero pide más.

Dieciocho poemas bastaron para dejarme exangüe. Para recordarme el arroyo inmundo en que chapalean el hombre y sus fantasmas. Los miasmas urbanos que nos rodean y se materializan, de pronto, en “pantaletas embarradas de feto seco”, en “pequeños senos hinchados de llanto”, en el acto de “exprimir pájaros amargos”.

Tu libro, Adriana, me obligó a mirarme en el espejo. Pero también me hizo mirar al vago, al vicioso, al enfermo, a la madre y a los hijos bajo la luz de sus miserias, pero, ante todo, bajo la luz de la poesía.

¿Qué le duele al ser humano?, me pregunto. ¿Qué le duele al hombre?, me cuestiono. ¿Qué te duele a ti, Adriana?

Duelen la ausencia y la presencia; el abandono y la permanencia; el ser algo que no se sabe qué es; el ansiar ser otra cosa y no poder; sangrar y no saber por qué; llorar en seco, tener hambre de noria.

Lo tuyo no sólo es la poesía, Adriana, sino el asesinato. Eres precisa como navaja fina y mortal como cuchillo de vándalo irredento. Sabes hacer sangrar porque sabes del dolor. Se ve que te duele, Adriana, pero se ve también que te amputaste el corazón. Y ese músculo devaluado, poeta, siempre es indispensable para redondear un verso.

Te maldigo, finalmente, porque no me dejaste arma para sobrevivir a tu poesía. Porque me enseñaste tanto y tanta sangre, que hoy estoy maltrecha, exangüe y, como buena masoquista, pidiendo más.

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