Por Alejandro
Reyes Juárez
[Tafoya, Adriana (2013). Mujer
embrión. México, VersodestierrO.]
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Imagen: Miguel Escabernal. |
La poesía es un oficio.
El poeta construye con palabras una obra; un mundo con un lenguaje que se niega
a ser una máquina automática. En esta labor se articulan las distintas
dimensiones de la experiencia del sujeto y con cada verso engarzado el poeta
también se transforma; se reconstruye.
Al final del poema, el
poeta es otro y el texto adquiere existencia propia; como espejo de
significados múltiples se levanta entre dos extremos: quienes encontrarán en él
un reflejo con el que se identifican y quienes quedarán desorientados,
cuestionados o retados por lo que el poema expresa.
Mujer
embrión, de la poeta, editora, ensayista y promotora cultural
Adriana Tafoya, es una muestra de lo anterior. Este es un poema-libro en la que
Adriana, o la voz lírica que crea la poeta, va germinando a cada palabra, verso
y estrofa, hasta reconfigurarse en otro ser que se sabe en en el mundo de forma
distinta y percibe las posibilidades de transformarlo.
Mujer
embrión es un canto intenso, por momentos estridente y
doloroso -como suele ser todo nacimiento- que desde la condición de mujer se pronuncia,
consciente de ello: …en las sombras/
impregna con fervor el beso de su cuerpo/ mientras dobla lienzos/ inmacula
gasas y delgados pliegues/ con manos introvertidas/ en las telas se entreteje/
concentrándose con lo poco pensado/ remueve y sacude polvo/ que se acumula
nuevamente/ que se acumula eternamente/ y que es puño es/
tierna tierra/ que ofrece/ el dulce fruto incoloro/ de un tiempo cautivo/ en
fresca esfera de gajos.
De esta manera la
escritura también se convierte en un espacio donde se entablan batallas. Éstas,
aunque simbólicas, no menos reales, que pugnan por un mayor equilibrio y
equidad; que sin percibirlo van modificando el mundo desde la misma vida
cotidiana y sus intersticios. Batallas que son parte de muchas otras que se
escenifican en lugares diversos del México actual. Entre éstas tenemos, por
ejemplo, las de las niñas apropiándose de patios de recreo en pequeñas comunidades
rurales para jugar fútbol; las de mujeres adolescentes haciendo del hip hop una herramienta para expresar su
resistencia y rabia; la de mujeres que toman la decisión de construir proyectos
de vida alejados de los dictados por los convencionalismos; las de las fotógrafas
que construyen con su lente una mirada distinta sobre las propias mujeres; las
de las amas de casa que rompen el cerco y arriban a los talleres de creación
literaria para encontrar herramientas que les permiten comprender mejor su
experiencia y expresarla. La poesía en este caso no es solo un oficio, es también
una lucha; Mujer embrión es solo uno
de los capítulos de ésta.
Estamos frente a un poema
con un ritmo constante que exige al lector su atención para, por un lado,
percibir toda su belleza y fuerza; su manufactura cuidada, los recursos
poéticos empleados y las imágenes, muchas de ellas sorprendentes. Por otro
lado, ir más allá de la estructura y la cadencia, para comprender mejor a la
mujer que habla y el lugar desde el que lo hace; para observar con detenimiento
la germinación que sucede ante nuestra lectura y en voz de la poeta: …Ahora/ eres paraiso eres infiernos/ equilibrio de lánguidas
opiniones/ que impulsan un oculto criterio/ pero lo que es no
es todo lo que eres/ ser subjetivo/ otredad/ constante transformación/
minuciosa unidad de edad atemporal/ transparente y lúcida…
Germinación que es decisión;
después de cuestionarse el “estado natural” de las cosas: …mujer embrión
cigoto/ observa/ el mundo es más que una
maraña de ideas/ es más que estallar el vientre venoso/ sofocando espasmos/
para dar un trasluz a la vida/ mucho más que desgarrarse/ en amoroso embeleso
por un amante.
Proceso embrionario
producto de la reflexividad -tan extendida en esta modernidad aunque tan poco
aprovechada-; del desarrollo de la capacidad de verse en el mundo y actuar en
cosecuencia. Al respecto menciona Lipovetsky (1999), que estamos ante la
presencia, en esta contemporaneidad, de la tercera mujer, la cual supone autocreación femenina trascendiendo los
imperativos sociales, donde, sin embargo, o como producto de ello, la variable sexo sigue orientando la
existencia, fabricando diferencias de sensibilidad, de itinerarios y de aspiraciones.
Finalmente, germinación
que es el resultado de lograr comprender que lo que se busca no está afuera,
aunque así todo parezca indicarlo, sino dentro. Ahí está la llave que abre la puerta para darse cuenta de que la primavera ha comenzado, concluye la
poeta en Mujer embrión.
La poesía es una caja de
resonancia de una época. Sin embargo, cada poema es una mirada particular sobre
ella, alrededor del cual se construyen múltiples significados por parte de los
que nos encontramos con él, en el momento que lo hacemos. Entre la gran diversidad
de voces que caracteriza la poesía mexicana actual, Adriana Tafoya apuesta por
la búsqueda y por la ruptura desde el conocimiento amplio no solo del oficio de
poeta y sus herramientas, sino desde la consciencia de ser mujer poeta.
Para concluir, espero este
texto producto de la lectura y el diálogo sostenido con la Mujer embrión de la poeta Adriana Tafoya -que al final contiene
solo otra perspectiva masculina sobre lo femenino- pueda constituirse en una
invitación no solo para leer este libro, sino para adentrarse en la obra
completa de Adriana y mantenerse al pendiente de sus publicaciones; de la
poesía que seguramente seguirá fluyendo de su pluma. Espero sinceramente que así
sea. Más que nunca hoy necesitamos de la poesía.
El Cerrojo Centro Cultural, México
D.F., 7 de mayo de 2015
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