domingo, 10 de enero de 2021

LOS CANTOS DE LA TERNURA DE ADRIANA TAFOYA






                                           Por Juan Cú


 “La fecundación humana, que hubiera sido nula en otros casos parecidos, fue aceptada esta vez por la fatalidad … cuando no le arrojó como pasto un bastardo recién nacido cuya madre desea que muera” Isidore Ducasse (Uruguay 1846-Francia 1870) Cantos de Maldoror.

“La mujer primaria, la mujer aldeana es madre. Todo su destino, desde la niñez anhelado, se encierra en esa palabra. Pero ahora surge la mujer ibseniana, la compañera, la heroína de una literatura urbana, desde el drama nórdico hasta la novela parisiense. Tienen, en vez de hijos, conflictos anímicos. El matrimonio es un problema de arte aplicado, y lo que importa es «comprenderse mutuamente». ¿Qué más da que la infecundidad sea debida a que la dama americana no quiera perder una season (temporada), o a que la parisiense tema la ruptura con su amante, o a que la heroína ibseniana «se pertenezca a sí misma»? Todas se pertenecen a si mismas y todas son infecundas. Y el mismo hecho, relacionado con iguales «motivos», lo encontramos en la sociedad civilizada de Alejandría y de Roma, y, naturalmente, en cualquier sociedad civilizada; y, sobre todo, también en la sociedad que vio nacer y crecer a Buda. En el helenismo, como en el siglo XIX…” Oswald Spengler (Alemania 1880-1936). La Decadencia de Occidente.

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El utilizar la mitología griega, y sus dificultades para tratar de comprenderla y generalizarla a través de un particular punto de vista y además utilizarlo como referencia específica es muy arriesgado.

Que así de ininteligibles son todas las mitologías de todos los países del mundo, y más, cuando se quiere moldearlas para justificar un fin en la historia.

Ejemplos como la tragedia griega Medea de Eurípides:

CORIFEO. — ¿Te atreverías a matar a tu simiente, mujer? Verso 816

MEDEA.— Así quedará desgarrado con más fuerza mi esposo.Verso 817

Medea, Eurípides.Ed.Bilingüe. Gredos 1999

Otro ejemplo desde otra visión lo tenemos en “Fastos” de Ovidio Nasón (-43 al 17 d.C ):

Día 13: Fiesta de Carmentis. Cuando el sol que vea tras de sí a las Idus sea el tercero, se oficiarán las ceremonias relacionadas con la diosa Parrasia. (Camentis. Se la llama -Parrasia- porque había llegado de Arcadia, de la que Parrasia era un distrito.) Pues antes transportaban a las madres ausonias carruajes (carpenta) ( que también creo que se llaman así por la madre de Evandro. Más tarde se les arrebató ese honor, por lo que ninguna señora aceptaba renovar la descendencia de sus ingratos esposos con alumbramiento alguno, y , para evitar el parto se golpeaban a ciegas temerariamente y expulsaban de sus entrañas el peso que iba creciendo. Dicen que los senadores llamaron al orden a las esposas que se atrevieron a tal inhumanidad, pero que pese a ello les devolvieron sus derechos. Y ahora mandan que se celebren dos ceremonias igualmente en honor de la madre -tegeea-, porque nascan niños y niñas…”

En Fastos Ovidio Nasón trad. y notas Bartolomé Segura Ramos. Biblioteca Gredos. Madrid. 2001.

Este es el tema ( y sus variantes puntos de vista.  Ver entre otras cosas  el mito de las Amazonas, etc. ) que aborda la escritora Adriana Tafoya en su poema con título de Los Cantos de la Ternura.

 Lévís-Strauss, el antropólogo Francés-Belga (1908-2009), en su libro “Las estructuras de parentesco”, sostuvo que los parentescos familiares estaban relacionados con alianzas entre el par de familias y no en la ascendencia de un ancestro común como lo pensaban los europeos de finales del siglo XIX, es decir las familias se integran en la sociedad a manera de intereses para fortalecer una unión duradera, donde la mujer juega  un papel preponderante; esto lo descubrió al estudiar (1935-1939) las costumbres de los indígenas brasileños, entre otras cosas.

Simone de Beauvoir estuvo de acuerdo en el planteamiento de Lévís-Strauss, en su libro,”El Segundo Sexo” (Le Deuxième Sexe, 1949). Hasta aquí  pudieran estar las cosas para el siglo XX.

Regresando a la historia, la tragedia de Medea de Eurípides, ofrece una “hendidura” en el mito familiar que se relaciona con una excepción de las costumbres del pueblo griego: “el libre albedrio de la madre”, los hombres griegos negarán  su existencia  por la sana preservación de la especie. En ellos estará significado su victoria desde siempre en  la guerra con Troya  durante los combates entre Aquiles y Pentesilea (  y otras  mujeres amazonas)  y  Hércules contra Hipólita, hermana de aquélla con el  objetivo de  quitarle “el cinturón mágico de Hipólita” (lo del cinturón, interprétese como se quiera ) narrados en  los “doce trabajos” del héroe en  los mitos  griegos.

Así, los temas femeninos de la antigüedad donde las participantes, por ejemplo, durante el culto religioso nacional fueron mujeres las que desarrollaron una personalidad importante en la sociedad de su tiempo (véase sobre las sibilas en el famoso Templo de Cumas), obtendrían  de ahí su carácter no menos sanguinario en comparación con los hombres: recuérdese que  la tierna sibila de la historia griega de los inocentes libros que leemos,  no fueron aquéllas dulces mujeres que evocaban profecías dentro de la historia general, sino la sibila, que, a la manera de sacerdotisa a los piés de Artemisa, como la describió Alfonso Reyes en su poema (¿teatro?) Ifigenia Cruel, que sin reconocerse, Ifigenia y su hermano al encontrárse, ni recuerdos de su familia les asaltaban.  En el momento de la llegada del hermano para  sacrificarlo como cualquier otro extranjero destinado en honor a la  diosa, Ifigenia, una mujer que sólo su voluntad la conducía en su oficio. Ella,  mujer sacerdotisa, como una real sacrificadora de hombres:

Ifigenia.- “Tu voluntad hormigueaba
desde mi cabeza hasta el seno,
y colmándome del todo el pecho,
se derramaba por mis brazos.

Nacía entre mi mano el cuchillo,
y ya soy tu carnicera, oh Diosa…”

 Coro—Hija salvaje de palabras:
¿quién te hizo sabia en destazar la víctima?
¿Quién te enseñó el costado donde esconde
su corazón el náufrago extranjero?

De Ifigenia Cruel. Alfonso Reyes. Obras completas

Adriana Tafoya volvería décadas después a observar “la cicatriz imposible de Medea” e intentará hendir de nuevo la herida de forma  semejante y a su voluntad como lo  haría Ifigenia de  Don Alfonso Reyes: darle nuevamente voz a un espíritu desde el pasado.  Eso son Los Cantos de la Ternura:

   “La muerte de un hijo
paraliza el cuerpo
reseca la lengua
sangra los oídos
me dicen,
duele de noche
el agua se quiebra
humedece los cabellos
y el territorio se hace lodo.
El dolor golpea en el vientre,
me dicen derrumba cavernas
y derrama los pájaros,
lágrimas rojas que sostienen al cielo…”

                                                        Adriana Tafoya de Cantos de la Ternura

 

APÉNDICE

Citas complementarias.

1- “El mito y la tradición atribuyen dos horrendos crímenes
a Lemnos, lo que puso en boga, durante la Grecia histórica,
la expresión coloquial “crímenes lemnios” para calificar
las atrocidades más repelentes: uno es la matanza de
los hombres a que acabamos de referirnos; otro, la matanza
de los niños habidos por los pelasgos lemnios en las mujeres
atenienses, raptadas en época todavía anterior, en vista de
que los niños formaban una minoría étnica no asimilada,
orgullosa de su sangre, lengua y usos extranjeros —en que
sus madres los habían educado— y que representaba un peligro
para el porvenir. “Alfonso Reyes. Obras completas. Mitología griega (los Héroes) T. 17. pag. 52 Ed. F.C.E. México.

2.- “Los lidios, según testimonio de Janto —una de las posibles fuentes de Heródoto— llegarona tal extremo en sus refinamientos que inventaron la
esterilización de las mujeres.” Alfonso Reyes Obras completas. T. 18. Estudios helenísticos. Pag 375 Ed. F.C.E. México.


3.-  SACRIFICIO DEL HIJO DEL REY
se moría de hambre, por lo que el rey envió mensajeros al Oráculo de
Delfos para inquirir la causa de la esterilidad. Pero la malvada madrastra
sobornó a los mensajeros para que dieran como respuesta del dios que
la esterilidad de la tierra no cesaría hasta que los hijos de Athamas con
su primera mujer fueran sacrificados a Zeus.

Cuando Athamas oyó estomandó buscar las criaturas, que estaban con el rebaño, pero un carnero que tenía el vellón de oro abrió los belfos y hablando con voz humana advirtió a los niños del peligro. Entonces ellos montaron sobre el carnero, que voló con ellos por encima del país y del mar. Cuando estaban volando sobre el mar, la muchacha, Helle, se deslizó del lomo del carnero y cayó al agua, donde se ahogó, mas su hermano Frixos llegó en
seguridad al país de Colchis, donde reinaba un hijo del Sol.

Frixos, después,se casó con la hija del rey y ella le dio un hijo, Cytisoro, y Frixossacrificó el carnero del vellocino de oro a Zeus, el Dios del Vuelo, aunque algunos creen que sacrificó el animal a Zeus Lafistianos. El vellocino
de oro se lo regaló al suegro, que lo clavó en un roble guardado
por un dragón insomne en un bosque consagrado a Ares.

Mientras tanto, en casa, un oráculo ordenó al mismo Athamas que muriera sacrificándose como víctima expiatoria por todo el país; en vista de esto, el pueblo le adornó con guirnaldas como una víctima y le condujo al altar; en el
mismo momento en que iba a ser sacrificado, lo rescataron su nieto Cytisoro,
que llegó de Colchis a tiempo, o bien Hércules, que le trajo la
noticia de que su hijo Frixos vivía aún.

Así fue salvado Athamas, masdespués se volvió loco y confundiendo a su, hijo Learcos con una fiera, le mató. Después intentó matar a su otro hijo Melicertes, pero la criatura fue rescatada por su madre Ino, que corriendo se arrojó con ella desde un acantilado al mar, siendo convertidos madre e hijo en divinidades marinas a las que rindieron culto especial en la isla de Tenedos,
donde les sacrificaban niños.

Así privado de mujer e hijos, el infeliz Athamas abandonó su país y a la pregunta que hizo al Oráculo sobre dónde tenía que habitar, le fue contestado que tenía que vivir con los animales salvajes. Cayó sobre una manada de lobos que estaban devorando unas ovejas y en cuanto le vieron huyeron dejándole los restos desus presas.

De este modo se cumplió el oráculo, pues por no haber sido
sacrificado el rey Athamas como víctima expiatoria por el país entero,
fue decretado por la divinidad que el varón primogénito de su familia
en cada generación sería sacrificado sin remedio por otro varón de la
casa de Athamas, en cuanto pusiera el pie en la casa de la ciudad donde
se hacían las ofrendas a Zeus Lafistianos.

Le informaron a Jerjes que muchos de aquella familia huyeron a países extranjeros para escapar a este destino, mas algunos de ellos habían vuelto mucho tiempo después y, capturados por los centinelas en el acto de entrar en la casa de la ciudad, fueron adornados y coronados como víctimas, conducidos en procesióny sacrificados. Estas escenas parecen haber sido ciertas, si no frecuentes, pues el autor de un Diálogo atribuido a Platón, añade que esas prácticas no fueron desconocidas entre los griegos y refiere con horror los sacrificios ofrendados en el monte Lycaetos por los descendientes
de Athamas.

La sospecha de que esta costumbre no cayera de ningún modo en
desuso en tiempos posteriores se refuerza por un caso de sacrificio humano
que ocurrió en tiempos de Plutarco, en Orcomenos, ciudad muy
antigua de Beocia, distante sólo unos cuantos kilómetros en la planicie
del lugar donde nació el historiador.

Allí vivía una familia en la que los hombres llevaban el nombre de Psoloeis o “Tiznado” y las mujeres el de Oleae o “Destructiva”. Cada año, en el festival de la Agronia,1 el sacerdote de Dionisos, con una espada desenvainada, perseguía a estas mujeres y si alcanzaba a alguna de ellas tenía derecho a matarla. En vida de Plutarco este derecho fue ejercido por un sacerdote, un tal Zoilo.

Lafamilia utilizada para proveer víctimas humanas, al menos una por año,
era de ascendencia regia, pues descendía de Minyas, el antiguo rey de
Orcomenos, el monarca de fabulosa riqueza cuyo imponente “Tesoro”,
como se le llama, existe todavía en ruinas en el punto donde la colina
grande y rocosa de Orcomenos se une a la vasta planicie de la llanura
de Copai.

Corre la tradición de que las tres hijas del rey despreciaban
a las demás mujeres del país porque se abandonaban al frenesí báquico,
desdeñosamente sentadas junto al hogar de la casa real ocupadas en la
rueca y el telar, mientras las demás, coronadas de flores, los cabellos
sueltos ondulando al viento, vagaban en éxtasis por las peladas montañas
que se elevan sobre Orcomenos, haciendo resonar en la soledad de
las colinas el eco de su música salvaje de címbalos y panderos.

Mas andando el tiempo, la furia divina se transmitió a las damiselas reales en su apacible cámara; quedaron embargadas por el vehemente antojo de comer
carne humana y echaron suertes entre ellas para ver quién tenía que
entregar su hijo para servir el banquete caníbal. La suerte tocó a Leucippe
y ella entregó a su hijo Hippasos, que fue despedazado entre las tres.

De estas descarriadas mujeres provenían las Oleae y los Psoloeis.
De los hombres se decía que se les llamaba así porque llevaban ropas
enlutadas en prueba de su duelo y pesadumbre.
Esta práctica de tomar víctimas humanas de una familia de ascendencia
regia en Orcomenos es muy significativa, porque Athamas mismo,
se dice, había reinado en la comarca de Orcomenos antes de la
época de Minyas y, además, porque sobre la ciudad, a lo lejos, se eleva
el monte Lafistios, en el que, como en Alus de Tesalia, había un santuario
de Zeus Lafistianos, donde, según la tradición, Athamas provecto
sacrificar a sus dos hijos Frixos y Helle.

Resumiendo y comparando las tradiciones de Athamas con la costumbre que prevalecía respecto a sus descendientes ya en tiempos históricos, podemos en justicia deducir que en Tesalia, y probablemente en Beocia, reinaba de antiguo una dinastía en la que los reyes, por el bien del país, debían ser sacrificados al dios llamado Zeus Lafistianos, ( se celebraba de noche en honor de Dionisos) pero que ellos idearon desviar la responsabilidad fatal a sus hijos, de los que el mayor era generalmente el predestinado al altar. Andando el tiempo, la costumbre cruel fue mitigándose al punto de aceptarse como sacrificio vicariante el de un carnero en lugar de una víctima regia, carnero proporcionado por uno de sus deudos siempre que el príncipe se abstuviera de poner los pies en la casa de la ciudad donde se celebraban los sacrificios ofrecidos a Zeus Lafistianos. JAMES GEORGE FRAZER
LA RAMA DORADA. Magia y religión. FONDO DE CULTURA ECONÓMICA.1981.Pag. 340-341.

 

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