domingo, 10 de enero de 2021

Reflexión sobre “Sangrías”, libro de poesía de Adriana Tafoya

 


Por Enrique González Rojo Arthur

 

Adriana Tafoya tiene, respecto al infierno, derecho de picaporte. Entra y sale de él cuantas veces le parece necesario. En este movimiento, su numen asume la encomienda de ponernos en relación con el lado oscuro de la sangre, la podredumbre que atraviesa de puntitas por la sala o la crónica de cómo un padre “rompió una paloma”. Posee, además, la virtud de rescatar para la poesía toda esa realidad –no solo de brasieres, calcetines y pantaletas, sino de sangrías, eyaculaciones y “feroces improperios”—que se despliega en los escondrijos de la cotidianidad. Adriana realiza esos terroríficos itinerarios al averno –a un báratro sito a lo largo y a lo ancho del aquende –porque “no podemos esconder nuestra basura”. La poeta, para hacer lo que hace –y lo que hace es hacerse y deshacerse ante nuestra vista--, necesita de una cualidad que es fundamental para toda poesía hecha al borde del precipicio: la audacia. Tafoya tiene la cualidad envidiable del atreverse. Gusta de decir lo que los otros y las otras no tienen la valentía de hacerlo. A esta cualidad, además se suma otra no menos significativa: la “sabiduría del contraste”. Enarbola, pues, la audacia de ir hasta “las situaciones límite de la expresión”; pero sabe matizar el ácido resultado de su temeridad, con la expresión edulcorada de la flor, el agua o el “colibrí de miel” de la compensación.

 

                                                                                                                                        Mayo del 2008

No hay comentarios:

Publicar un comentario