Por Refugio Perreida
Animales Seniles es un poemario en el que la autora
camina sobre el final de los senderos por los que andan los seres vivos, se
rodea de viejas perras, del colibrí desplumándose, del perro gordo y pelón, de
los cascarones envenenados, las mariposas destrozadas, la piel de perro en el
sillón, las canosas libélulas, los siniestros cisnes, las arañas viudas o de
una gata vieja.
Toda esa zoología se reúne en el “jardín secreto” donde aún
existe un manantial de aguas poco a poco enlodadas, pero donde todavía crecen
frutos que estallan con los roces táctiles, con las penetradas floras, con los
humedecidos velos de una fronda.
La experiencia de estos personajes nos habla de mundos con
tierras de sangre seca, de esos lugares en los que se experimenta la muerte una
y otra vez por medio de la sensualidad. Eros en este casi llegar al abismo es
un escalón que seduce, que nos arrebata.
Animales Seniles es un libro que nos recuerda que
todo ser tiene que pisar el umbral y el despeñadero, pero entre tanto, antes de
que llegue la muerte, justo antes, se tiene la mesa servida para el disfrute de
la carne y sus tremores. Incluso nos abre puerta a la angustia de ver que el
erotismo nos pertenece aun cuando estamos enfrente de un muro que “se baña de
veneno/ en sonidos bajos/ en lo que no se ve”, en donde esa infancia permanente
que es la pasión, se estrella contra una pared, contra un obstáculo que se
cifra en la fragilidad de los huesos, la piel de la hojarasca o la dificultad
para el movimiento.
Cada uno de estos 20 animales seniles tiene una luz tejida
con claridad, como la red de un bozal puesto a esa fiera tan escandalosa, que
nos hace volver la mirada hacia ella porque sabemos perfectamente que se está
dirigiendo a nosotros.
Como lectora fue un regocijo atisbar por la fisura de cada
verso y encontrarme que están colocados con la armonía de una enredadera a
veces violenta y descarada, a veces como trozos de frescas hojas entre los
labios. La antítesis a la que recurre Adriana constantemente, es un cuenco para
mirar la desnudez primera y el tacto conocedor de lo exquisito.
Pero, los animales seniles no solo se despojan de sus velludos
gatos enroscados; se acarician más que las encarnadas gardenias, a decir de
Adriana Tafoya “la última desnudez es trascender los sentidos”.
Algunas de estas bestias resultan ser nuestros vecinos, esos
que día a día vemos frente al espejo. Pero, otras nos recuerdan a aquellos
seres mitológicos o de leyenda como el Narciso, el cual es objeto de burla de
la poeta, ya que al ser tan hermoso no pudo advertir que además del esplendor
superficial que emanaba, tenía las posibilidades de amar y compartir, lo cual podía
haberlo hecho más grande. Al contrario, la vanidad lo fue convirtiendo tan
pequeño hasta caber en una caja de cartón.
Yocasta y Edipo, Onan y Thamar, Susana y los viejos, se ven
representados sutilmente con el lenguaje de la sensualidad, con esa filosa
tierra de poemas con la que borda este libro jugoso de terciopelo.
Hermoso pues, es este ejemplar que incluye ilustraciones con
trazos frescos y contundentes, con un movimiento apenas perceptible pero irrenunciable.
Felicidades a Luis Alanís por su aporte a este poemario y para Adriana Tafoya mi
envidia por el manejo del lenguaje puntiagudo, igual que suele ser ella.
Este libro brincará ante el lector que lo abra por primera
por segunda y cada vez que lo tenga frente a sus ojos y sus efluvios.
Octubre de 2005.
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