viernes, 30 de marzo de 2012

Adriana Tafoya: Malicias contra el Sol y otras heridas que dejan turbio el vaso




Por Arturo Alvar

Después de revisar más de veinte artículos relacionados con los estudios de género ―para conformar el dossier del número ocho de la revista Sapiencia―, me encontré con una teoría excéntrica, el supuesto surgimiento de un nuevo “macho alfa”. No

estoy de acuerdo con la idea de que haya un “imperativo” para ser heterosexual, aunque la idea sea interesante ―sobre todo en poesía, cuando a veces el imperativo ha sido ser homosexual―. Reflexiones sobre lo transgénero se perfilan también como moda académica o tema predilecto para licenciarse. Por eso siempre regreso a la poesía, no porque ella responda todos los paradigmas, sino porque desde ahí encuentro una libertad que subyace a la apariencia, lo que da potencia para reformular las preguntas mismas.

Robert Graves en su libro La diosa blanca, reescribe el mito donde el sacerdote (como arquetipo) se alía con el sol (como símbolo) y se separa del poeta, quien a pesar del imperio solar, sigue cantándole a la luna, a través de los tiempos, aliándose con el misterio último. Esto lo sabe Adriana Tafoya, autora de El matamoscas de Lesbia y otros poemas maliciosos cuando escribe sobre el canon de la poesía femenina. Estas figuras siguen vigentes en la tradición, por eso tenemos la certeza de que la luna es un espejo más. No es un cuerpo vivo, sólo el reflejo de una luz espectral.

En este sentido, si Rosario Castellanos lanzaba su corazón “para romper en mil pedazos el espejo del mundo y contemplar mil veces el rostro de mi culpa”, Adriana Tafoya está dispuesta a cometer “pecados inmortales” como escribe Enrique González Rojo (un epígrafe del libro). Aquí en la tierra como en el cielo, sin culpas ni persignaciones, Tafoya lanza sus poemas, algunos ya publicados, engarzados con otros inéditos. Lo “malicioso” le viene a dar cuerpo al poemario, no sólo para romper el espejo narciso, sino para romper la transparencia del vaso ― el de la tradición poética, dominante― dejando un verbo de pleamares, donde el agua queda turbulenta. Adriana Tafoya no se contiene, va más allá de la contemplación gravitatoria en torno al Círculo, culto falaz del emblema solar que termina por desmembrar. De esta manera, abre con violencia la herida de la realidad y escribe:

“donde trueno diez veces el cristal del vaso”.

La poesía de Tafoya incide con un golpe certero a las cabezas de los que viven sin pensar. Su mirada punzante agarra parejo, tanto hombres como mujeres y el ideario femenino adherente a los códigos patriarcales es destruido, al menos con las palabras. “Para eso son las heridas”, escribe, “para que la arrogancia sangre”, aunque en otro poema afirme que “la palabra sólo rasguña” ante el sonido que “es el golpe de la violencia de las cosas”.

En “Animales Seniles”, una serie de poemas contenidos en el libro, aparecen “mujeres sin fin”… “con la virginidad que la vejez otorga”. El verbo de Adriana es copular, eyaculatorio. Escenas fetichizadas donde se entrelaza lo grotesco con lo delicado; el placer con la degradación de los cuerpos. En este sentido, una escatología no se plantea sólo en términos del asco y buen gusto, es decir, frente a un esteticismo formal, sino que va más allá al plantear una dimensión poética, donde la degradación no sólo es corpórea sino moral: la náusea ante el oprobio, donde, sin embargo, es en “los senos insípidos y el vientre estrangulado” de esas mujeres, donde tiene lugar el erotismo:

“Las he tomado por la boca/ Las he anudado una a una/ Con esas cuerdas de los filos más cortantes/ para abrirles los pétalos/ para comer el sabor a libro viejo/ que se desprende del aliento de sus sexos”. Hay algo de sabiduría lúbrica en esos cuerpos lánguidos que se sacuden con el estremecimiento de lo prohibido, la transgresión sexual donde Adriana Tafoya nos advierte que las apariencias engañan, sobre todo cuando hay un canon imperante.

Con un epígrafe de Óscar Escoffié al principio del libro, advierte la poeta que: “Suele ocurrir una equivocación trágica entre los hombres: asociar lo feo a lo maligno y la hermosura a lo bueno”. Ahí la contestación al canon masculino su asociación maniquea de la belleza, junto con todos los actos que externan esas percepciones. Es en el poema “Diálogos con la maldad de un hombre bueno” donde la poesía de Tafoya adquiere un tono satírico, apuntando su flecha a las costumbres del poder, (oportunismo y exceso), rozando inevitablemente los límites de una poesía social, crítica, que ha tenido como sus mejores armas el dicho popular, la ironía, el sarcasmo y el humor negro.

¿Qué sentido tiene ejercer esta violencia verbal? El poemario abre heridas para que salga la ponzoña humana y quede la música, que “traza con violentos pincelazos” el “compás erótico” de un hombre “desnudo en un sillón”. La malicia femenina pone trampas. En los ojos de este hombre está “la luz negra que nos alumbra”. En ellos se ve hasta el color de la tanga que le gusta. Y ella lo sabe, pero “es indiferente/ al cadáver de una mosca” mientras afuera hay otro hombre, podrido de amor, al que no le queda más destino que buscar otro tacto, porque “después de todo/ siempre hay otras mujeres”.

El poemario en general se mantiene lúcido ante lo sensorial y transgresor en las concepciones dualistas belleza/bondad, maldad/fealdad. La poesía es un desafío cuando mujeres como Carmen se desnudan y se entregan a la pasarela, donde “la gravedad no existe para su carne” mientras “un hombre de ideas encanecidas” gasta hasta el último centavo de su tristeza en ella; cuando la madre incestuosa le pide al hijo aprender de la robustez de su cuerpo, como se entra en la vastedad sabia de la poesía; como Susana “con la canasta seca de las frutas” que tiene miedo de ser violada y ya “presiente rostros oscuros y añejados” donde “un racimo de testículo le rellena la boca”.

Los hombres son ancianos “con verrugas hinchadas de malicia”; un travesti que hubiera querido nacer cisne “y en la medida que es más fémino/ es más vulnerable a ser violentado” El poema con el que se titula el libro, “El matamoscas de Lesbia”, hace referencia a la musa acosada por los besos de Catulo. Como si fueran moscas, la voz espanta los besos de su amado, en versus sexual, aunque no se molesta cuando al final logra penetrar en su “sexo oscuro”, porque sabe que él tiene hambre. Aunque en otro momento, incluso se pregunta: “¿qué da más dicha que la estremecida/ sensación del beso?”. La poeta traspasa nuestros sentidos y pasiones, pues también somos esos hombres que versa, escudriña y condena.

Lector a quien es dedicado este libro, sin saberlo: Si buscan ternura mejor recurran a su madre, pues no encontrarán en Adriana Tafoya brazos que arrullen, sino el mar, porque “el mar es la muerte”, escribe: “pensar en su hechura da miedo, porque la muerte todo el tiempo fue agua y el agua todo el tiempo ha sido cielo”. Para los que no tienen madre, encontrarás en la malicia de sus versos un alivio ante el desamparo de la soledad. Si sólo el lector está insolado, los versos de este poemario le harán copular con palabras más oscuras, eclipsadas, de las que nunca saldrá ileso. Sólo el cielo jamás podrá salir herido. Para Adriana, todos los pájaros ―los poetas―, podrán ser derribados: “con los truenos de un rojo y pequeño revolver…Y no será sangre/ lo que salpique a las manos/, sino un azul terrible inmenso”.

Este es un poemario con un paisaje de pincelazos violentos, heridas que dejan turbio el vaso, con muchísimos instantes, como debe ser cuando la poesía no es sólo una piedra más en el camino, o un perro sarnoso ladrándole a la luna, sino una mosca con terciopelo negro y caja resonante.

Ciudad de México, 27 de febrero de 2012

Texto leído en el Palacio de Minería.

lunes, 12 de marzo de 2012

El matamoscas de Lesbia o Eros deformado



Por Hortensia Carrasco

Jean Paul Sartre decía que elegir es un acto de libertad. Adriana Tafoya elige de lo que quiere escribir sin autocensura ni remordimiento, en este mundo que sigue siendo muy patriarcal o como escribe el filósofo Jaques Derrida, mundo en el que impera el orden simbólico falogocéntrico. Adriana no sólo escribe con sus ideas, su imaginación, sus sentimientos y su conciencia, sino con todo su cuerpo de mujer libre.

Adentrarse en la lectura de “El matamoscas de Lesbia”, es encontrarse con ciertos espejos deformados y como menciona la propia autora: este es un libro que pretende divertir y molestar. Entonces, tal vez habrá quienes vean su reflejo y se incomoden o se sientan aludidos y reirán al escuchar algunos versos pero no se sabrá si esa risa será porque les divierte o para encubrir su molestia.

La propuesta de Tafoya es la eterna relación entre lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, y en donde muchas veces se continúa asociando lo deforme y lo feo con lo malo; sin embargo esta escritora a través de sus poemas nos muestra situaciones en las que se sucumbe e incluso se necesita de eso que parece grotesco y es motivo de repugnancia.

Herman Hesse en el libro “Demian”, capítulo “Los dos mundos”, nos habla por un lado del universo donde predomina la claridad y la limpieza, las buenas costumbres, las líneas rectas, la culpa y el perdón, el deber y los buenos hábitos. El otro mundo es en el que se desenvuelven los perversos, los sucios y los malos, los borrachos que golpean mujeres, los ladrones, lo ruidoso, lo cruel y lo brutal.

Según lo que se narra en “Demian”, muchas veces el sitio de las cosas terribles y enigmáticas resulta más atrayente y a veces se prefiere vivir en esa parte.

Adriana Tafoya conoce esos temas por eso se atreve a pensar que su libro causará molestias empezando por el título en el que se habla de las moscas que son insectos que simbolizan cosas como: un ser malvado y corrupto o a un hombre insignificante o un enemigo débil. Entonces, el lector de este poemario podrá reconocer situaciones de una realidad erótico-sexual que se vive cotidianamente y de la que los hombres y las mujeres muchas veces no salen bien librados por que se llega a un punto en el que la culpa ensucia las acciones y arroja a los seres humanos a los actos de contrición y arrepentimiento.

Ejemplo de ello es lo que se ha escrito sobre Charles Baudelaire de que era un moralista que atormentado por su propia debilidad humana conocía como nadie el combate entre el bien y el mal, sucumbió a todos los vicios pero vivió durante toda su vida una mortificante lucha para huir de ellos.

En el matamoscas de Lesbia el hablante lírico si bien nos adentra en esa relación bien-mal, no en vano los pájaros están presentes en los poemas, ya que en algunas culturas simbolizan la lucha entre el bien y el mal, también nos muestra temas en los que se escarban los meandros de la condición humana a través del sexo y el erotismo.

En la novela “Juntacadáveres” , escrita por Juan Carlos Onetti, se plasma al personaje principal como un coleccionista de lo grotesco, tal vez por que brindaba ayuda y protección a las prostitutas más viejas y olvidadas y a otras personas con distintas manías. Eliseo Alberto en su libro “El retablo del Conde Eros”, habla precisamente de el Conde Eros, quien aceptaba en su compañía teatral tanto a prostitutas como a homosexuales y proxenetas, Adriana Tafoya en este su personal matamoscas, el matamoscas de la poeta, acoge tanto a hombres como a mujeres que viven la sexualidad sin tomar en cuenta lo esencial de cualquier vínculo.

Entonces encontramos al homosexual que cree que siendo más femenino será menos violentado, menos lastimado, o al anciano que con prepotencia pretende suplicar amor y termina pagando “con billetes mojados la cuenta”.También a la Susana aporreada por racimos de testículos o al hombre que repudia a la mujer gorda y a la que sin embargo desea y ante la que sucumbe y es donde hay que pensar quien es más mosca.

Este poemario, que como se explica al final de las páginas es una selección de poemas, nos lleva a recordar a la poeta neoyorquina LeonoreKandel que con su poesía vendría a demostrar que las mujeres tienen derecho a ser y desempeñar su papel humano y que en esto no permiten que se les límite, y mucho menos en el ejercicio artístico e intelectual.

Si bien la poesía erótica de Kandel “es una celebración de Eros en un ambiente en el que el placer es un asunto sagrado y no algo degradante como por lo regular lo interpretan las mentes moralistas”. En la poesía de Adriana tafoya encontramos a un Eros deformado y no por las mentes moralistas, sino por los propios hombres y mujeres que hacen del sexo y el acto erótico una forma de poder para someter al otro. Nos muestra un mundo sexual en donde es común la malicia, la vergüenza, la lástima, la violencia, la humillación y la tristeza, todo combinado con el afán de poder y dominación.

Leonore Kandel escribe: “coger con amor es cambiar el temperamento del aire”, Adriana Tafoya apunta: “Quien se aguantaría las ganas de tomar el dinero ajeno, meterse a la casa grande, tener a la mujer del amigo, acostarse con hombres, niñas y mujeres, viajar bien vestido y emborracharse”.

Por lo tanto, estos versos que hoy se presentan, hablan de cómo el ser humano vive el placer en sí, es decir, desde lo individual sin tomar en cuenta a la otra parte y sin tomar en cuenta la universalidad, porque el erotismo es estar conectado con todo lo que implica el universo y en la medida que esto se asimile se estará más en el para sí y lejos de vivir en la soledad permanente y más lejos de los daños y los traumas.

Además, Adriana es una poeta que se ha dado a la tarea de los hallazgos con la finalidad de nombrar de forma distinta algunas cosas y en este caso en el terreno de lo sexual y erótico, tema que para muchos resulta fácil y terminan haciendo escrituras de dudosa calidad. Por ello en los poemas el lector no encontrará la palabra pene si no: “un tornillo plata que brilla erecto sobre un par de almendras en bolsa de cuero”. Y en vez de vagina leerá: “la mariposa húmeda con las alas abiertas”.

Entonces nos encontramos ante un poemario en el que la voz poética sin duda y como alguien dijo se atreve a “buscar la belleza hasta en lo corrupto”.

lunes, 31 de octubre de 2011

Adriana Tafoya en Lesbos


Por Porfirio García Trejo

No es el juego lo que mejor define la poesía que Adriana Tafoya reunió en este volumen antológico que lleva el nombre de uno de sus mejores poemas, El matamoscas de Lesbia, no es el juego, decía, sino la búsqueda, el arriesgue, la experimentación. Para ello parte de una serie de recursos que le son ya propios, sobre los que ejerce un dominio naturalmente absoluto. Su poesía sorprende de entrada por la calidad literaria que posee, por las imágenes que muy libremente construye uniendo elementos de por sí alejados en el mundo material, o bien por el nivel de abstracción que logra. Veamos algunos ejemplos escogidos al azar:

-tu rostro se deslava en el pasillo…

-brotan vulvas escarolas

de su inmensa cabellera

red espectral que estrangula medusas y delfines…

-Rojo derretido

beso insaboro

robado por el morbo

del tiempo que no

me permite degustarlo…

Poesía fresca, propositiva, pero también madura, bien delineada. “Maliciosa” le llama ella, traviesa diría yo, entendiendo que el juego en ella es uno más de sus múltiples recursos; no el menor, pero sí el de mayor riesgo. Dicho juego inicia en la temática frecuentemente erótica, y en el habla desprejuiciado con que los desarrolla, cargado de cierta antisolemnidad y antitimoratez. Va dirigida a todo público, buscando impactarlo, divertirlo, seducirlo, no escandalizar exclusivamente, aunque se entiende que esto llegará de manera natural en ciertos lectores acostumbrados a un tipo de poesía más conservadora. La poesía de Tafoya es ingeniosa, atrevida, por momentos original; cruda diría alguien desprevenido, refiriéndose tal vez a ciertas exageraciones, a esa libertad de decir las cosas como se piensan o como se cree que son. Sin embargo, debemos señalar que, cualquiera que la lea de buena fe, aun no gustando de este tipo de arriesgues, no puede negar que en las obras hay valores literarios que no sólo la salvan, sino que la elevan.

-Confirmo que soy negra

y deliciosamente gorda

y que en alguna parte olvidé las pantaletas…

-eres perra añeja

que provoca

carnívoros deseos

-que tengo los pezones zarzamora

que estoy desnuda

y se me dibujan grietas

que adornan mis nalgas

con la textura del satín…

-abro las piernas que atesoran mi sexo oscuro

inflamados sus pequeños olanes magenta…

Véase la función tan destacada de adjetivos y adverbios en las siguientes imágenes que tomé del poema que da título al libro. Asimismo, nótese la calidad literaria de dichas imágenes que no paran en términos comunes que para otros autores, son palabras tabúes.

Considero que Tafoya sabe encontrar el justo medio entre lo que es un juego, una propuesta exclusivamente personal, y una caracterización trascendente, sabe dar el recurso exacto, caminar por el lenguaje y exigirle expresiones y sonidos exactos, sabe imprimir ritmos y utilizar figuras incuestionables, sabe exagerar y hasta qué nivel debe hacerlo, sabe dar vida a los seres inanimados, pero también, dar inteligencia a seres vivos, específicamente partes del cuerpo humano que de pronto adquieren la capacidad de reflexionar, de emocionarse, de imaginar y de sentir; sabe contrariar adecuadamente, hacer profano lo deífico, y místico lo mundano, con ella el amor cobra dimensiones preferentemente corporales, es una poeta entera, con gran intuición, y con gran inquietud, que busca siempre, pero que siempre encuentra.

Veamos ejemplos de algunos de los principales recursos de estilo que he detectado, y que en términos generales son: hipérbole, prosopopeya, metáfora (más que comparación), alegoría, epítetos, ironía…

Prosopopeya:

-La música traza con violentos pincelazos…

-la tibieza de mis uvas es indiferente…

-la sabiduría de su cuerpo…

-corazón del mar…

Hipérbole

-Para que ella pueda pensar

tuve que abrirle la cabeza…

-Trueno diez veces el cristal del vaso…

-inmensa cabellera…

Epíteto:

-Cuero negro y cabelludo

-la luz negra nos alumbra (nótese la presencia de la paradoja).

-vulvas escarolas

-blanca carne de magentas y azules arterias

Alegoría:

-Me dispongo a posarme en la punta

de un tornillo plata

que brilla erecto

sobre un par de almendras en bolsa de cuero

que tensan a este hombre

al punto del delirio…

Metáfora:

-colibrí de miel…

-ramas que son filosos lechos…

-su piel es espuma de nata,

su vello, una sombra al carboncillo…

Abrir este libro es correr el riesgo de quedar atrapado de entrada, los versos corren libremente, arrojando imágenes. Poesía frágil y nada complicada, popular, si se me admite el término, sin que esto signifique vulgaridad o pobreza. Popular sí, porque está al alcance de todo público, hay que escuchar a su autora leerla en diversos eventos, para dar fe de esto, su poesía impacta, y son pocos los poetas actuales que podrían decir esto de sí mismos. Impacta no solo al escucharla, también al leerla.

El juego la vuelve mundana, y el manejo de ciertos giros lingüísticos, intelectual, pero nunca pierde su emotividad, eso que nos hace reír, que nos detiene para hurgar en nosotros mismos, es lo que nos agrada; poesía para disfrutar, para imaginar, para romper la cotidianidad. Hay que leerla para vivirla, para existir de otra manera. Su diversidad, su eficacia, su alto grado de sugerir, le dan una autenticidad difícil de encontrar en otros poetas. Adriana Tafoya es, sin lugar a dudas, la mayor promesa que he leído recientemente (digo promesa porque considero que todavía dará más de sí, aunque debo aclarar que sus logros son ya muy numerosos), su poesía impacta a los públicos que la escuchan y esto es bueno, pues recordemos que en la actualidad el género que menos lectores tiene es precisamente la poesía, y que los poetas tienen mucha culpa de esto, puesto que frecuentemente se vuelven impenetrables, inaguantables, cerrados, místicos, a veces experimentales, pero esto conlleva frecuentemente el fracaso; escriben para los expertos y olvidan que son los grandes públicos los que inmortalizan y trascienden. Cortan los lazos entre el vulgo y sus obras. Hacen falta los poetas que más que un reconocimiento buscan cumplir con el género que cultivan, gozarlo mientras lo escriben, vivirlo, y darlo después fraternalmente a las masas, a los grandes públicos que tan necesitados están de obras que las estimulen y las saquen de su pasividad, de su enajenación, de su inexistencia. Adriana Tafoya es un buen ejemplo de esto.

domingo, 17 de julio de 2011

Genealogía Infernal de Adriana Tafoya, por Ramses Salanueva

Página del libro de "Sangrías".

"Errores de dedo" de Ramses Salanueva, en este fragmento del poema "Jalea de pájaros", donde escribe:

Déjenme morir sin Dios
No claven pájaros en mi cabeza
Quiero caer llorar
gruñendo gritar al verme
sin piernas ni manos... 


el texto original está escrito de esta forma:

Déjenme morir sin dios
No claven pájaros en mi cabeza
Quiero caer llorar
gruñendo gritar al verme
sin piernas ni manos... 



Es importante aclarar que no profeso ningún tipo de religión, incluyendo la Satánica.



Aquí nexo el texto de Ramsés Salanueva

publicado el 11 de mayo de 2011 en
http://aceitunasalvajes.blogspot.com/2011/05/genealogia-infernal-de-adriana-tafoya.html


I La Arteria
El oráculo revelado del Libro de Enoch, primer patriarca de la humanidad, asume que después de la creación, los “vigilantes” (serafines custodios del mundo terrenal) sintieron deseos de copular con las hermosas hijas de los hombres. Entonces, los ángeles se trastocaron en demonios originales para descender a la tierra y proferir el primer pacto de su linaje híbrido:

(2) Y los Vigilantes, hijos del cielo, las vieron y las desearon, y se dijeron unos a otros: Vayamos y escojamos mujeres de entre las hijas de los hombres y engendremos hijos". 
(Gn 6:1-4).

(
3) Entonces Shemihaza que era su jefe, les dijo: "Temo que no queráis cumplir con esta acción y sea yo el único responsable de un gran pecado". 
 



(4) Pero ellos le respondieron: "Hagamos todos un juramento y comprometámonos todos bajo un anatema a no retroceder en este proyecto hasta ejecutarlo realmente". 



(
5) Entonces todos juraron unidos y se comprometieron al respecto, los unos con los otros, bajo anatema. 
 
(6) Y eran en total doscientos los que descendieron sobre la cima del monte que llamaron "Hermon", porque sobre él habían jurado y se habían comprometido mutuamente bajo anatema.

Y los “vigilantes” luego de contaminarse con la concupiscencia de la carne, enseñaron a las hembras el arte de la magia, y la botánica, se conoció que el pecado de mayor atrocidad es el conocimiento y no la verdad, ya que esta segunda libera, pero el primero concede poder absoluto.

(3) Shemihaza enseñó encantamientos y a cortar raíces; Hermoni a romper hechizos, brujería, magia y habilidades afines; Baraq'el los signos de los rayos; Kokab'el los presagios de las estrellas; Zeq'el los de los relámpagos; -él enseñó los significados; Ar'taqof enseñó las señales de la tierra; Shamsi'el los presagios del sol; y Sahari'el los de la luna, y todos comenzaron a revelar secretos a sus esposas.

El encuentro produjo una raza de gigantes que por milenios asoló el mundo regocijándose en su poder mediante las orgías y la aplicación de innombrables tormentos a los hijos de Jehová.

En respuesta, Dios provocó el diluvió para arrasar con aquella especie anómala, así

permitió a Noé continuar con el génesis humano.

De aquella épica, algunos descendientes aún caminan por el planeta, son pocos y debido a sus poderes, rondan con la cara oculta y bajo formas casi imperceptibles".

Contrario a este precepto, Adriana Tafoya (Ciudad de México, 1974) es una poeta que no reniega de su genética demoníaca. Para cumplir su misión le es permitido caminar entre los hombres a fin de mostrarles los paisajes del Seól que todos llevan dentro.

Esta es pues la verdad oculta de Tafoya y que hoy finalmente, se descubre ante los ojos de sus lectores.

II La Hemorragia
La poética de Adriana Tafoya es un conjuro que se invoca, forzosamente, desde la concentración de las tinieblas. Su alquimia refleja veneración por los malos hábitos a la vez que se propone alcanzar un exquisito refinamiento de las perversidades que opacan el espíritu humano; sí, pero también --y al mismo tiempo, dan cuenta de su capacidad de renovación.

Sangrías (Ed. El Aduanero; México, 2008) es un libro rojo en el que Tafoya se ocupa de estudiar, acuciosamente, a través de 18 poemas, la miserable condición del hombre contemporáneo, más allá de las corrientes realistas, siempre lejos del drama vulgar que, por desgracia, parece dominar la poesía existencial contemporánea.

“La voz aquí emitida es un testimonio de humanidad desde el yo profundo --canto de mis entrañas--" dice, poderosa, Adriana Tafoya. "Este libro urge al yo lector desvalido”, como bien apunta el poeta Raúl Renán en su prólogo a este poemario.

Antes de abordar algunos detalles temáticos de esta obra, conviene precisar que Adriana Tafoya pertenece como súcubus que es la Cuarta Casa Infernal:

“La Casa más pequeña del Infierno es conocida genéricamente como los Domadores. Su concesión de Apelación necesita el verdadero nombre de una víctima para que funcione, por lo que esta Casa tiene incontables bibliotecas completamente abarrotadas de libros y listados llenos de nombres: los verdaderos nombres de sus "mascotas mortales".

Esta constante búsqueda de verdaderos nombres ha llevado a los Domadores a convertirse en grandes señores del conocimiento. A menudo se les ha llamado la "Casa de los Secretos".

Muchas otras Casas desconfían de ellos, y están estrechamente vigilados por los Vengadores de Belcebú. La Cuarta Casa tiene un poderoso aliado. La aflicción embarga a sus enemigos.

El cuarto General del Infierno es conocido por muchos nombres, y habitualmente se hace referencia a él como El Enigma. Se dice que nada tiene secretos para él. (Extracto de la Biblia Negra de Mostov)

Esta misma aflicción, fuente de energía oscura, parece inundar las venas de este libro.

La primer herida que nos infringe la poeta, es a raja tabla para develar la podredumbre humanística de esta era, en su poema "Desechables":

“Porque no podemos disimular nuestra basura
esconder la pila de cazuelas en gangrena
las manos tiznadas y caniculares del hostigamiento
las sonrisas que son dedeos
adulaciones aguardientosas
que destrozan como perros las ventanas”

No conforme con el hematoma causado, Tafoya arremete sin misericordia (característica muy común de los demonios) y nos quiebra en el rostro la siguiente verdad:

“Nos sabemos prepotentes corruptos abusivos
con el desplome paranoico del cerebro de las moscas
nos sabemos pestilentes
como el latido en las pantaletas
embarradas de feto seco”

“Desechables” es un homenaje a los marginados del mundo, los exiliados del Paraíso, seres errabundos de cuencas oculares vacías con los cuales es fácil tropezar, cada vez que uno mira su reflejo en el agua estancada de la cotidianeidad.

Los demonólogos reconocen que los seres infernales tienden a la promiscuidad. Su exaltación sexual proviene de una abstinencia a la cual han sido condenados, debido a su incapacidad para retener la materia, alrededor de su energía sustancial.

un plano dimensional, los demonios son consumidos por el ardor de poseer el cuerpo, tanto como el alma de sus víctimas, en una suerte de virtud de precipitación, explica la teología moderna.

Placer y dolor son los ejes primordiales de la condición demoníaca (y humana); Sócrates resolvió el dilema con su famosa parábola al decir que Dios en un intento por unir los polos, encadenó uno al otro, así pues la sensación de uno precede a su opuesto y viceversa.

Tafoya aborda el tema desde su arista más conspicua, el travestismo. Su poema “Estatuilla de labios rojos” reafirma su preocupación por la mutación de los géneros. Más que una alegoría a la homosexualidad, el texto puede considerarse un halago a la androginia, sin pasar por alto la penalidad de la prostitución, que en este caso, es un simple rasgo del personaje principal que anima el poema.

“Acicalándose sigue escrupuloso
la vida para él es
un pedazo de pensamiento
cortado diamante
le esculpe la comisura de los labios
con un tono rojo de prostitución
se pinta una boca
Y en la medida en que es más femenino
es más vulnerable
a ser violentado
a ser destruido
y todo esto sin una gota de sangre” 


A pesar de su violencia, la poesía Tafoyana respeta el código infernal, el cual señala en su Artículo Cuatro: “Deberás ser honesto con aquellos mortales con quienes vayas a establecer un Contrato. Los protegerás de cualquier daño serio, a menos que ellos no estén satisfechos con el Contrato. Nunca les obligarás a firmar el Contrato por la fuerza”.

Así mismo, el Artículo Seis, indica; “Nunca usarás la violencia sobre un Anfitrión poseído”.

Sin embargo, llegamos a la abominación, los ritos sobre la renunciación a la fe en las cofradías de Satán enlistan tres arcanos a cumplir, para ser ungido en el sacerdocio negro; la máxima eucaristía del averno.

El parricidio, recreación del repudio del Ángel Caído hacía el Padre Universal, la pedofilia, amancillamiemto de la inocencia, entendida como la más alta expresión de la divinidad y por último, el incesto, la mayor depravación de la inteligencia humana, que si bien puede abstraerse de moral, no así de las leyes orgánicas.

“La poeta, para hacer lo que hace –y lo que hace es hacerse y deshacerse ante nuestra vista- necesita de una cualidad que es fundamental para toda poesía hecha al borde del precipicio; la audacia: Tafoya tiene la cualidad envidiable de atreverse”, subraya el poeta Enrique González Rojo, en su epílogo para este libro.

“El tierno algodón del cielo” es, quizá, el más grande atrevimiento de la escritora; al leer este poema asistimos a la liturgia del aquelarre, es la culminación de la estética tafoyana que se encarga de la maldad, desde la “sabiduría del contraste” donde la bate resolvió el tabú recurriendo al simbolismo, recurso primordial de la poesía maldita.

“Ven pequeña
siéntate en mis piernas
te voy a contar un cuento
sobre el metal negro en las muñecas
de cómo mi padre rompió una paloma
de la humedad en las lágrimas
y la belleza del sufrimiento...
...ven pequeña
vamos a casa
cierra las piernas
y levántalas
que el cielo se estremece
y ya se ve caer el delgado trazo del agua
mira cómo se derrama en toda la sombra
sin embargo creo que aunque no se ve
el blanco algodón del cielo
está manchado de sangre”

Más aún, existe un argumente filosófico para esta aprobación que se encuentra en las letanías satánicas que circulan de mano en mano desde el medioevo, sin que hasta el momento se precise su fuente o autoría.

“6.- Ningún credo debe ser aceptado sobre la autoridad de una naturaleza divina, las religiones deben ser cuestionadas, ningún dogma moral debe ser aceptado como indiscutiblemente válido, ni ninguna medida moral deificada, no hay nada inherentemente sagrado en los códigos morales, al igual que los ídolos de madera del pasado que son obra de manos humanas, lo que el hombre ha creado el hombre lo puede destruir.” (Segunda Letanía de Satán-versión apócrifa)

En una conversación que sostuve con Adriana Tafoya, recientemente en una lectura colectiva en el puerto de Acapulco, me comentaba que profesaba el antiteismo, una especie de cruzada en contra de los creyentes de Dios.

Recuerdo que mi maestro José Antonio Alcaráz (q.e.p.d.), en su clase Historia de la cultura que impartió por años en la Escuela de Escritores de la SOGEM, se refería al tema con extrema pero muy formal jocosidad al referir:

“Decir que Dios no existe es arriesgado, decir que Dios existe, es arriesgado, yo mejor digo no saber”.

Y es que Tafoya liderea la rebelión del hombre contra las alturas desde hace mucho, desde el principio para ser exactos. Desconocemos sus motivos, pero nos quedan bien clara su determinación, de ello da cuenta su tercer extracto de la composición “Jalea de pájaros”.

“III
Déjenme morir sin Dios
No claven pájaros en mi cabeza
Quiero caer llorar
gruñendo gritar al verme
sin piernas ni manos... 

... que me trisque la nada
en la amargura de la niebla
que venga la muerte a humedecerme
con la mordida del dolor
Sólo déjenme morir solo
tranquilo en la sombra
sin la estúpida intromisión de dios”

Aunque clara, la tendencia antideífica de Tafoya es engañosa y reservada, como la tesis de Alcaraz, ello se observa en una clave que ha dejado disimuladamente la autora en la tipografía del texto; escribe Dios al principio con mayúscula para reconocer su presencia, incluso la letra muestra algo de temor, y al final dios es una palabra común, desacralizada, velada ofensa al concepto.

Aquí terminan, “los terroríficos itinerarios del averno” como González Rojo ha denominado a las escenas poéticas de este letrario sangrante. 


“IV
...porque el mar es la muerte
porque la muerte
todo tiempo fue agua
y el agua
todo tiempo
ha sido cielo”

Por su profundo humanismo, Sangrías permanecerá aislado del catálogo literario nacional, un libro inusual dentro del debate de la novísima poesía mexicana, un símil del “árbol solo” que todas religiones intentan buscar como prueba irrefutable del origen divino, pero que hasta el momento ninguna ha podido confirmar su encuentro.

La premisa fundamental de Sangrías se resume en lo siguiente: “Todos necesitamos el dolor, aunque intentemos, a lo largo de la vida; evitarlo”. 


Valle del Mezquital
Primavera de 2008
*Ramsés Salanueva y Rodríguez (Actopan, Hidalgo 1972) Poeta, promotor cultural y reportero.