miércoles, 5 de febrero de 2014

De la interpretación interminable

Por Salvador Mendiola 




I

Donde no media el artificio, toda se pervierte la naturaleza. BALTASAR GRACIÁN


Los cantos de la ternura de Adriana Tafoya son como un cuervo negro que emerge del interior de La tumba de Antígona de María Zambrano. Son la negra verdad luminosa de la poesía esencial, poesía hecha sin concesiones, libre. Son la ruptura del silencio en forma de cantares incendiarios, un paso al más allá en la mística sin Dios ni amo. Son una tragedia vacía de mitología y de ideología, la tragedia del conocimiento íntimo. Son lo que piensa y siente la poeta Adriana Tafoya en un momento crucial de su existencia. Un gran poema, un poema excepcional, sus versos e imágenes hacen pensar en poetas como Sylvia Plath y Alejandra Pizarnik.

Un epígrafe de Honorato de Balzac plantea el objetivo de los diez cantos de este poema: “El amor odia todo lo que no es amor.” Por ello es importante establecer con el mayor cuidado posible cuál es el sentido de “la ternura” para Adriana Tafoya. Entonces, considero que ella funciona en este poema con la primera acepción de la palabra, según el diccionario, donde “ternura” es algo que se deforma fácilmente por la presión y es fácil de romper o partir. Porque este poema habla de la ternura de la madre que sacrifica al hijo, un tema poco usual en la literatura.

El tema del hijo asesinado por la madre, ya sea en forma real, simbólica o imaginaria es una cuestión que conmueve. Una cuestión clave para la liberación femenina de la humanidad. Y este poema lo desarrolla con gran calidad, tanto en lo formal como en el contenido. Es un poema que invita a leerlo en voz alta, lo mismo que hace pensar con cada imagen en cuestiones que pocas veces tomamos en cuenta. Porque se habla de un lado del amor generalmente oculto, el conflicto de la maternidad.

El desarrollo del relato se plantea como un retablo barroco. No es lineal ni narrativo. Son imágenes reiteradas de un mismo acontecimiento, planteadas desde distintas situaciones metafísicas. Diez momentos, numerados del cero al nueve, de intensa reflexión lírica por parte de la madre que ha decidido dejar morir al hijo, no por conflicto con el padre, sino por conflicto con su propia conciencia y su libertad personal. Son versos libres y cada sección es de diferente tamaño, aunque no muy desiguales entre sí. Cinco partes tienen título, las numeradas como (2) La orquídea de la elipse, (3) El sueño ha cambiado, (6) Cremar las mortajas, (7) Vuelo menor y (9) El desmoronamiento de la carnes; las otras cinco partes sólo tienen el número como título.

Dice la Antígona de Sófocles: “Yo no estoy hecha para compartir el odio, sino el amor”. Tal es el hilo rojo que cruza de principio a fin los diez cantos de la ternura de Tafoya. Así es como su poema puede comenzar diciendo: “Tengo que dejarte / cerrar las puertas de la casa / a diecinueve pestillos / los portales de mi pecho. / No pondrás un solo pie / en los jardines, / estúpido retoño.“

¿Y de qué se está hablando? ¿Qué se quiere decir en estos cantos? Imposible una respuesta inmediata, imposible una sola respuesta. Hay que responder muchas veces, desde muchos lugares, desde muchas ideas y sentimientos. No hay un significado literal para este poema, tampoco se le puede sintetizar en una alegoría en concreto. De allí, su importancia. Es un texto que deja llevar a cabo muchas lecturas, muchas interpretaciones. Conmueve. Transforma. Comunica.

¡Y pensar que el jueves pasado un teto cateto tetino dijo que no han aparecido libros de poemas como los de hace medio siglo y hace un siglo! ¡Pobre imbécil, si justo en ese lugar estaba Adriana Tafoya con Los cantos de la ternura!



II

Such horrors have not ceased. MARY DALY

El poema esencial es necesariamente subversivo. No pertenece a la literatura ni al orden establecido de los saberes burgueses. Todo lo contradice. Deshace los cánones y el canon. Por tales motivos nunca se termina de leer y entender, siempre se relee y reinterpreta, nunca se deja congelar en un sentido o significado, hace brotar nuevos conceptos, otras ideas... la libertad.

Un poema lírico como LOS CANTOS DE LA TERNURA de Adriana Tafoya encierra en potencia toda la cadena de las rememoraciones y converge hacia lo umbilical, hacia el origen. Su lectura e interpretación, luego entonces, implica llevar a cabo una liturgia trágica, un ritual que desemboca en la propia disolución del sujeto patriarcal de quien lee e interpreta, una ceremonia que cuestiona la cosa misma del "ombligo" como puente de unión y desunión del/a Hij@ con La Madre. Algo muy doloroso y cruento desde el lado masculino del binomio, pues exige pasar de verdad la puerta de la castración, y en este caso hasta su punto límite, la muerte del hijo. Algo que este poema nos hace vivir en forma real y simbólica, en tanto que la ficción en poesía nada más es una alegoría de lo real y cierto, razón porque la poesía, cualquier poesía no sea fácil de leer ni de entender.

En LOS CANTOS DE LA TERNURA al mismo tiempo vemos y vivimos el instante decisivo en que la madre se deshace del hijo para poder llegar a ser una mujer libre y desdichada. Sí, porque la libertad verdadera no es algo necesariamente agradable ni placentero, porque la auténtica libertad no es hacer lo que uno quiere, sino hacerse responsable uno mismo de lo que es uno mismo: una nada con recuerdos y sentimientos. De forma que en la plena libertad lo que el/la sujeto alcanza es la tristeza, algo que se da después de cruzar por el éxtasis y la frialdad con que nos despojamos de todas las cadenas, cadenas siempre patriarcales o, para decirlo mejor, falogocéntricas. Y eso lo hacen los versos de Tafoya de forma directa y sin eufemismos, por eso son expresión de la ruptura y el dolor, una experiencia donde la belleza es la verdad y la estética es más que nada una cosa de la ética.

Vemos y vivimos la tragedia sin mitología donde la madre que se aleja de la ilusión del hijo como "quien se corta un brazo virulento", una acción quirúrgica de compleja realización, pues la debe hacer ella misma sobre sí misma, aunque ello signifique deshacerse del otro, del otro que más esclaviza y roba la subjetividad. Porque el hijo es siempre la cárcel de la madre, la trampa donde el padre la encierra como en una tumba, la trampa donde ella cree emanciparse del padre-esposo para quedar encadenada al hijo-otro. Tener que romper la ilusión boba de que la maternidad libera y hace realidad el ser de la mujer, un invento patriarcal, falogocéntrico. El gran engaño de que el amor entre dos desemboca en el premio del hijo, siempre del hijo, nunca de la hija --cosa que aquí no desarrollaré hasta sus límites.

Porque al procrear al hijo ella no consideró que él mataría mujeres, comenzando por la que ella es, ni anticipó que él sangraría a su hermana, y porque ella nunca midió que él sería el egoísmo absoluto, como lo son todos los machos patriarcales, los héroes y dueños del orden simbólico falogocéntrico; por eso ella sabe que él debe morir, que él no merece la vida, esa vida de ella, la que él gana para ser libre como un patriarca, patrón y patriota, a cambio de que ella deje de serlo o, peor, a cambio de que ella deje de ser. Razón porque Tafoya, la poeta, tenga que escribir: "Ni te amo hijo ni te odio, / esto lo hago indiferente / y morirás antes que la flor / termine de brotar". Para así poder decirle: "Contigo terminará la historia. / Otros amados nacerán, / pero hombres / ya no". Y de tal modo será, cuando ella mate al hijo, terminará la historia como "His-story" y comenzará el nuevo relato, "Her-Story", o sea, LOS CANTOS DE LA TERNURA. Otra forma de ser, una donde ya no se siente ni el dolor ni el placer del patriarca, una donde la evolución da un salto emancipador, el salto que termina para siempre con las jaulas del dualismo y el binario...

"Quizás estés ahí (tú, quien fuiste el hijo) / y hermoso sea / que no te llames hombre. / Entre todo lo creado / será una hermosura esta inmensa / isla de trigo, / cuando nadie te nombre. / Cuando Nada - - te de nombre."


III

We had the experience but missed the meaning. 
/ And approach to the meaning restores the experience. T. S. ELIOT


Por tanto, indagar por el significado de LOS CANTOS DE LA TERNURA de AdrianaTafoya pide que nos aproximemos al significado de su esencia poética: el acto con que la madre da muerte al hijo. Un acto real y alegórico, pues quiere decir muchas cosas. Ese hijo puede morir por enfermedad, por accidente, por asesinato, por aborto, porque ella no lo concebirá, como una alegoría de la anti-maternidad, y así sucesivamente. Nada fija en una sola imagen el sentido de ese acto trascendental.

"Te enseñé que no hay verdad
incuestionable."

En tanto que la situación Madre/Hijo es algo necesariamente cuestionable, criticable, deconstruible... Ya que no representa un sujeto real, sino una personalidad sujetada. La madre es siervo del hijo, y éste es siervo de ella. Todo es servidumbre entre ellos, renuncia a la plena libertad, complicación de sus libertades, confusión de identidades, y en definitiva: engaño. Una trampa. La gran trampa del sueño de amor entre sólo dos personas, algo que nunca ocurre como se desea y que sólo ocurre contra el deseo. Por eso ella debe actuar en forma radical y tiene que asesinar al hijo. Es "el desmoronamiento de la carne".

Porque el sentido al que la memoria o el poema se aproxima pasa por muchos estratos de sentido de los que, en suma, la palabra poética es por naturaleza depositaria. Escritura abierta, la de Tafoya; no se deja encerrar en nada, ni en la forma ni en el contenido del poema, lo hace estallar y dispersarse. Cada quien lo recibe según su situación y, así, cada quien es la madre y el hijo que necesita y puede ser. Este extraño poema conlleva la restauración plenaria o múltiple de la experiencia en un acto de rememoración o de memoria, porque todo mundo viene de ser una madre y un hijo, porque la hija es un hijo incompleto, según la perspectiva del complejo de Edipo falogocéntrico, por supuesto. Un acto en el que los tiempos divididos se subsumen, pues toda la experiencia así rememorada en su sentido, proyectada de una sola a muchas vidas, vuelve a urdir en potencia toda la trama de lo memerable desde su origen: una madre y su hijo, una madre y su sueño. Tal es la fuerza lírica de este escrito de Adriana Tafoya, lo que he intentado hacer presente con estas tres entregas de hermenéutica poética radical. Porque el llanto personal no es expresable sin la rememoración de su sentido. Y ese acto de consolidación de la memoria por acumulación de estratos de sentido en lo que la experiencia queda restaurada en este poema ocurre como la negación absoluta de un poema también trascendental: la elegía de Jorge Manrique a la muerte de su padre. LOS CANTOS DE LA TERNURA de Adriana Tafoya le cambian la dirección al poema de Manrique y nos dicen que todo tiempo futuro será mejor, que el pasado es lo cerrado e inaccesible, que sólo podemos entrar en el futuro y que, entonces, lo mejor es la muerte. Aunque nos duela el tener que aceptarlo.

En la poesía lírica de Tafoya, el origen está en el porvenir.

Y así podemos seguir, aparentemente girando en círculos sobre el texto del poema, pero en realidad cruzándolo, atravesándolo y proyectándonos, por él, hacia nuestro destino. Que quede.

Para cerrar estos breves apuntes espontáneos, provocados por la primera recepción del poema de Tafoya, diré que la poesía de esta escritora ya me había llamado la atención antes de leer LOS CANTOS DE LA TERNURA. Ya la había identificado como nueva escritura de las mujeres, como nueva escritura feminista radical, sin partido y sin bandera, escritura que se expresa más allá de la política, el dinero y el sexo. Escritura que se revela contra el orden establecido, que en realidad es un desorden impuesto por medio de la fuerza y la violencia. Escritura como la de Silvia Tomasa Rivera, Lucía Rivadeneyra y Francesca Gargallo, por buscar pares inmediatos de Adriana Tafoya; pero entonces la escritura de Tafoya llega, a mi entender y sentir, un poco más lejos, precisamente en el decir de estos cantos, donde la madre acepta asesinar al hijo, algo en verdad muy nuevo y diferente, muy transgresivo. Y de tal manera mi silencio será un anti-homenaje, entendiendo que el homenaja es un acto del hombre para el hombre, y lo que aquí deseo realizar es una celebración de lo no-mujer en lo no-mujer de ella, según mi muy deseado ser no-mujer ni varón. Que quede.

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