Por Adriana Ventura Pérez
En
sincronía con su tamaño Los cantos de la
ternura es un libro que problematiza el asunto de la dulzura, la idea
subjetiva de pensar la ternura como ese afecto que deviene de forma natural en
la mujer. Más que alimentar esta idea, Adriana Tafoya la pone en tela de juicio;
si la ternura es un campo bondadoso, fértil y gentil a la vida, la autora se
dedica a buscar su lado menos amable, acaso el más cercano a lo real.
No
me atrevo a restringir el poemario a un solo tema, porque los versos de Tafoya,
no sólo permiten discutir acontecimientos aislados, nos conducen más allá, nos
orillan a enfrentarnos a la idea que fecunda la reflexión, que nos hace
interrogar al mundo. Me permito sin embargo, exponer una reflexión motivada por
las ideas que encuentro en Los cantos de
la ternura.
En
el curioso formato que distingue la colección “Poesía sin permiso” de la
editorial Verso destierro, se nos presentan nueve poemas cuya estructura se
respalda en la libertad de un tema cuya dispersión resulta ser un enriquecedor
ejercicio de lectura, lo que nos conduce a innumerables rutas de
interpretación, una virtud que debemos celebrar en la poesía.
Adriana
Tafoya se ha puesto a hablar de la procreación, de la maternidad, no como una
celebración, sino más bien como aquello que trasforma a la madre en un ser
responsable, no sólo de cuidar y hacer sobrevivir; Dar vida implica pensar que con
cada nuevo individuo se hace cultura, quien nace es humanidad, se integrará al
suceder de la historia.
Con
una voz que adopta la imagen de la naturaleza que le habla a sus hijos, los
hombres, que han asesinado, robado, violado, en fin, ensuciado al mundo. Adriana
Tafoya desafía los clichés culturales de una madre natural bondadosa y amable,
y se coloca en la voz de una, que así como da la vida, la puede arrebatar. Nada
es gratuito en el mundo, a costa de la muerte se nos ha condicionado la vida.
El
título de este pequeño libro nos pone en las manos la paradoja de la canción,
usada durante la maternidad para acunar el retoño, en esta ocasión, el canto
funciona como una letanía que irá acercándonos al lado menos dulce de la
crianza. Con un tono que se afina entre las sombras, Los cantos de la ternura nos introducen a un ambiente incierto que
se acompaña nada más con el rumor del canto mismo; la música de fondo va
cuestionando con tonos altos, el hecho de la vida.
Ya
que hemos arribado al asunto de la sombra. Cabe mencionar que asuntos tan
sombríamente definidos por las sociedades en las que vivimos, como la
maternidad, la vida y la ternura son temas que permean esta entrega. Más que
cultivarlos, Adriana Tafoya los deconstruye. Poner sobre la mesa el asunto de
la maternidad, un tema ameno para nuestro país, heredero cultural de la concepción
judeocristiana, en donde hablar de los temas que involucran aspectos propios
del machismo, pone en alerta a muchos. Recordemos que en nuestro país la imagen
de la madre se ha alienado con la imagen de un ser inmaculado, limpio y amoroso.
En
el poema que presenta Adriana Tafoya se trata de todo lo contrario, la madre
posee todo el poder para dar vida, pero también puede mancharse al arrebatarla,
sin temer a la mancha. Si es ella quien da, tiene de manera correlativa el don
de quitar y hablo del don no como un privilegio, sino como una elección, como podemos
notarlo al final del canto 8: “Yo/ madre de rostro negro/ ser de cenizas/
guardo mis ojos/ y no siento nada.”
La
luz es una cuestión que también se pone en marcha dentro de Los cantos de la ternura. Cabría
preguntarse si la luz es un asunto que irremediablemente es adepto a la mujer. ¿Será
acaso que el hecho de dar vida conlleve en el mismo proceso el hecho de dar
oscuridad?, por ello las tragedias humanas, la vileza que acompaña a la
historia de la humanidad. Ser madre entonces es un acontecimiento oscuro, que
nos distancia de la ternura, de la inmaculada sensación del bien.
En
Los cantos de la ternura no podríamos hablar de una voz femenina,
se trata de una voz en sí misma, que si bien tiene que adecuarse al tono fuerte
desde el que apela a la tensión más que a la atención, pues pareciera que de
poco sirve atraer, seducir al receptor, si se no se logra establecer un canal
que comunique, que interactúe, incluso provocando. Es en efecto, algo que logra
hacer Adriana Tafoya en este pequeño libro. La voz que encontramos en Los cantos de la ternura está dotada de
la fuerza suficiente que la impulsa a cuestionar el paradigma de la madre pura,
casta y abnegada que amará y perdonará a sus hijos sobre todas las cosas.
Ser
madre, en el imaginario colectivo, posibilita una actitud gentil,
desinteresada, que implica en el mismo hecho la preservación de la humanidad.
Pero en Los cantos de la ternura, la
voz se cuestiona si esto vale la pena, si a final de cuentas la razón ha
predominado y gana la batalla a la naturaleza hasta lograr devastarla sin dejar
resquicios de esperanza. Esta voz elige el exterminio, como leemos en los
versos siguientes: “Contigo terminará la historia/ otros nacerán, pero hombres/
ya no.”
En
este libro, la humanidad es un asunto que debe pensarse al mismo tiempo que la
vida. Habrá que emparentar las prácticas culturales con las prácticas
reproductivas. Si la mujer es el emblema, el medio para que la vida se abra
paso, y sólo el medio, es conveniente replantear el papel completo de la imagen
femenina, ¿es la madre, un personaje carente de autoridad, un medio por donde
la vida simple y únicamente se abre camino? ¿Cuándo podremos concebir la idea
de una madre oscura, cruel, indiferente? Son preguntas que a mi parecer Adriana,
Tafoya, ha intentado hacer germinar a través de sus cantos. Respondamos pues,
tiernamente.
Octubre
del 2013
Ciudad
de México
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