miércoles, 5 de febrero de 2014

Una linda estatura tenebrosa

Por Salvador Mendiola
 


Aux noirs vols du Blasphème épars dans le futur.
STÉPHANE MALLARMÉ

Con el poemario Los rituales de la tristeza, Adriana Tafoya nos demuestra de modo evidente que la mujer no nace, sino que se hace, tal como planteara Simone de Beauvoir en El segundo sexo. Y de tal modo se manifiesta en este poemario la trascendental novedad de la escritura de Tafoya, escritura liberada del ser mujer de acuerdo al esquema del orden simbólico falogocéntrico, luego entonces, escritura transgresiva, escritura que libera, escritura con personalidad propia. Hace pensar y vivir de otra manera. Porque tal es el poder de la poesía, generar nuevos saberes, nuevas formas de ser y de estar en el mundo, algo que los versos de Tafoya consiguen de modo lúcido y deslumbrante. Ya que en los textos de este importante libro habla un sujeto femenino que ya no corresponde al modelo institucional de la mujer.


Mientras, ellos me otean
(misóginos)
porque en mis faldones como una criatura
el sol se desgreña
y se desbarata de gozo. No comprenden
cuál es la indiferencia
entre mi amor y su amor.
Giro
y él espera mi rostro volverse
esta es la lógica del nuevo sistema, ésta su posibilidad.
[de RAYAR UN CORAZÓN DE AGUA]


Pero la poesía de Adriana Tafoya va mucho más lejos que eso, es mucho más que feminismo y crítica del orden patriarcal autoritario. Es poesía esencial, poesía donde el/la sujeto poeta deja que el lenguaje exprese lo en apariencia indecible, o sea, lo más deseado, todas las fases del lenguaje como dispositivo comunicador.

La poesía es la casa de la forma y la palabra de Tafoya la construye y habita de modo trascendental, pues cumple de modo perfecto la consigna de Hölderlin: “lo que dura, lo fundan los poetas”. Y Los rituales de la tristeza son una construcción poética que tendrá larga vida y muchos efectos y retumbes, resultado de un trabajo cuidadoso y profundo sobre la conciencia del lenguaje, el cumplimiento de una vocación. Una obra de plena madurez de la poeta. Un libro que con cada poema inaugura nuevas figuras de existir y sentir, nuevas figuras del estar ahí humano, proyectado hacia una muerte, la muerte. Porque el/la sujeto poético que canta en la voz de Adriana Tafoya habla de una forma de ser que es ciertamente la del cuerpo apasionado por la libertad, una nueva libertad física que constituye el horizonte temporal sobre el que los mortales se recortan, pero es también la fuerza del caos de la sagrada intención de la poeta única, que así, verso por verso, manifiesta la definitiva falta de fundamento de cada fundación, abriendo la posibilidad de fundaciones nuevas, pero también señalándolas a todas con su insuperable carácter de nada.


Seamos oscuros
y huyamos de la absolutista elocuencia del cielo,
apartemos con las piernas tantos pájaros como se pueda madurar
hasta que revienten de blancas y puras plumas
como hacen las más tercas, temibles y amorosas muchachillas
con su manchón de vellos.
Entonces volarán los gorriones de la garganta
y posible es –que sólo así—listos estemos
para pertenecer al elegante mármol del cementerio y ser
un puñado
de flores agresivas.
[de GUARDEMOS TODOS LOS PÁJAROS BAJO LA FALDA]

No se puede, desde el punto de vista de Tafoya, poner en movimiento la función inaugural y fundacional del lenguaje poético, y, por tanto, también su autorreflexividad y su función de gimnasia de la lengua y de reapropiación del lenguaje, sin exponerse simultáneamente al encuentro con la nada y el silencio que, sobre la base de la conexión entre temporalidad vivida y ser-para-la-muerte, nos parece que se pueden legítimamente indicar no tanto como una suerte de divinidad pensada en términos de teología negativa, cuanto como lo otro de la cultura, y, por consiguiente, la naturaleza, la corporalidad, la salvaje tristeza de la realidad; o también, si se quiere, el cuerpo y la afectividad, antes y más acá de toda reglamentación alienante operada por lo simbólico. Porque el lenguaje, la materia esencial de la poesía, es el no ser que les da el ser a las cosas, tal como lo han planteado Heidegger y Wittgenstein, cada quien desde su propia perspectiva filosófica.


Desconfía
que tan importante es el silencio
que necesario es no callar
[de EL DERRUMBE DE LAS OFELIAS]

El/la sujeto de la poesía de Adriana Tafoya se comunica desde la razón poética, no es un personaje filósofo masculino, que todo lo quiere ver y nombrar desde lejos y en frío, pero creyendo que lo conoce por dentro y en caliente, sino un personaje muy subjetivo que reflexiona como persona femenina, no exactamente como una mujer, sino desde lo femenino que viene después de la liberación de las mujeres, lo otro del ser mujer. Una tristeza nueva y muy poderosa, la tristeza de reconocer el peso de la realidad en la hora del nihilismo galopante. La tristeza que debe venir después de la vivencia del éxtasis liberador y luego de la frialdad con que debe vivirse la auténtica libertad, que no es hacer lo que un@ quiere, sino lo que se debe hacer para darle sentido real a la vida personal, una cuestión de cada quien con su propia conciencia y su responsabilidad ante la sociedad y el mundo.

Y con todo y el dolor
--y a pesar de él y su dolor
de ese suplicio tuerto y cojo--
se arruga el capullo de la piel
se destiñe la pelambrera de su carne
pues para la muerte el odio no es más que una fresa
que sangra de la rama.
[de LOS RITUALES DE LA TRISTEZA (POEMA ÚLTIMO)]

El lenguaje poético puesto en juego por Tafoya en Los rituales de la tristeza no es primariamente un instrumento sino que es el lugar del des-velamiento, el lugar donde la forma se dice, o sea, donde el contenido revela su deber ser. Porque las palabras no son etiquetas que les ponemos a las cosas, sino que surgen de la percepción significativa y mundanal de las cosas, son la expresión de la forma como un/a sujeto experimenta la existencia. Desde dicha red de relaciones es el lenguaje el que nos habla y nosotros los que co-respondemos. Cuando la co-respondencia es al proceso de des-velamiento en cuanto des-velamiento, el lenguaje parece oscurecerse. Cuando este oscurecimiento no es oscurantismo sino un intento de co-respondencia a lo velado como velado decimos que el lenguaje es poético. Así como una de las características del velamiento es su inagotabilidad, que nos pone siempre de nuevo en cuestionamiento descentrándonos, así también todo auténtico lenguaje poético está siempre por des-cubrirse, nos lleva siempre por delante. Y por tal razón la poesía esencial de Adriana Tafoya como casa de la forma no se aquieta ni envejece, sino que se revela como movimiento libre del pensar y el sentir, como impulso abierto por completo al porvenir, el asombro de lo inesperado.

Guardemos hombres y mujeres bajo las faldas
parjarillos de todos colores,
tibiemos la piel de madre-humedad
para que no aleteen pequeñas sus pestañas por el frío
y suden consuelo en el aislamiento.
[de GUARDEMOS TODOS LOS PÁJAROS BAJO LA FALDA]

Es por eso que l@s poetas son quienes están a la escucha y al cuidado del lenguaje. Es por eso que la medida del ser humano y con ello también la medida de la salud psíquica es el habitar poéticamente sobre esta tierra, como dice Heidegger retomando a Hölderlin. Esto no tiene nada que ver con un misticismo superficial y predecible, pues la pregunta por lo sagrado puede plantearse desde aquí de una forma muy diferente a la que se plantea desde el esquema subjetivista, ni mucho menos tiene que ver con un romanticismo tardío: la experiencia originaria filosófica es vivida ciertamente en determinados momentos, por ejemplo de angustia o de alegría, de libertad o enfermedad, de entrega, en los cuales el estar más allá de las cosas se percibe como des-velamiento. Así la poesía de Tafoya nos dice lo que oculta o vela el encierro patriarcal en el ser mujer, lo mismo que deshace la armadura de engaños con que se teje el ser varón, para dejarnos ver y nombrar otra forma de personalidad. Esto está por supuesto muy lejos de querer ir buscando misterios por donde no los hay. El vivir poéticamente no es vivir en un pseudo-parnaso, sino que es "en la tierra", ni tampoco es una mera actividad intelectual sino que es un "hablar". La existencia poética, es decir humana, es la existencia abierta por excelencia.

Innegable es también
que si no escribiéramos
nosotros, los poetas malos (espuma de los mares),
los grandes poetas no existirían
no podrían formarse porque necesitan
a toda costa
de nuestras olas pequeñas
[de DE LA TRISTEZA DEL POETA AL BAJAR LA MAREA EN LA MESA DE LECTURA]

De manera que el/la sujeto poético de los textos de Tafoya en Los rituales de la tristezanos habla desde una nueva condición del ser, es decir, desde otra vivencia del estar en la casa de la forma. Nos hace salir del lado negativo del lenguaje, donde todo parece ser dicho desde el pasado, para lanzarnos a la experiencia poética del lenguaje como novedad cargada de futuro. Un nuevo saber y sentir, aún indefinibles. Otro modo de estar en el mundo que se expresa de forma trascendental en el conjunto de diez poemas que lleva por título “Los cantos de la ternura”, un discurso extraño dentro de la poesía, pues expresa la tragedia de una madre que ha elegido asesinar a su hijo. Todo ocurre más allá de la violencia usual, en un terreno más que nada metafísico. Porque resulta imposible determinar con claridad las razones que esa madre tiene para realizar tal acto trágico, tan sólo podemos entender que lo efectúa por su libertad y voluntad, porque ella lo considera necesario. El relato de esta acción discurre en diez estaciones, que van del número cero al número diez, como los meses de una gestación. Y quizá todo sea un acto simbólico, un gesto supremo donde la madre mata al hijo en tanto objeto de deseo falogocéntrico, para asumir su maternidad en forma nueva y liberada.

(Ya he escrito un ensayo de interpretación de “Los cantos de la ternura”, que se puede encontrar dentro del conjunto de estas Notas con el título De la interpretación interminable I, II y III.)

Otro poema importante y muy original dentro del gran conjunto de Los rituales de la tristeza es “Viejos rituales para amar a un anciano”. Aquí se deja oír y pensar el nuevo erotismo que produce la escritura de Adriana Tafoya, un erotismo que impulsan las muchas voces femeninas de nuestra actual poesía, donde destacan Silvia Tomasa Rivera y Lucía Rivadeneyra. Es un poema de amor inusual, el instructivo que dicta una persona femenina joven sobre el mejor modo de hacer el amor a un varón viejo, un discurso donde la persona activa es ella y el pasivo es él, aunque, ya entonces, ambos valores se desvirtúan en todos sentidos, se dispersan. Desde mi situación personal, la de alguien que ingresa ya en la sexta decena de años de vida, es un poema conmovedor, me hace desear el gozo de esa experiencia, tal como supongo que ocurre a los personajes femeninos cuando leen poemas eróticos escritos por un sujeto masculino. Por ello, aquí abajo en un Comentario incluyo un vínculo para leer completo ese texto.

Adriana Tafoya (1974) ha alcanzado la plenitud poética con esta obra precisa y exacta. Bien se puede afirmar que su poesía ha encontrado voz y estilo propios. Como propone Hortensia Carrasco en el diálogo con Miguel Ángel Córdova que sirve de epílogo para este libro: la tristeza de que escribe Tafoya es algo nuevo, una tristeza propia de ella, porque es el resultado de un enfrentamiento con la realidad y no una especie de congoja efímera. Es la tristeza de alguien que comprende la verdad del ser. También, entonces, es una nueva versión de la madre y lo maternal, una versión que no depende del padre ni sólo de la materia, una maternidad total que no teme a la sangre y se reconoce con una voluntad única, capaz de hablar por sí y para sí misma, sin caer en la esquizofrenia de quien cree que habla por el padre y el hijo a la vez. Aunque también ésta es una poesía digna del influjo impuesto por escritores como José Carlos Becerra, Jaime Reyes y Ricardo Castillo. Una poesía libre de las ilusiones del canon y sus instituciones burguesas, una poesía contracultural y subterránea, sin inquietud por el mercado ni por el parnaso comodino, una poesía que no depende de mandarines de la kulchura ni de las bendiciones de las personalidades coyoacanas de la crítica literaria. Pero lo mejor de lo mejor de la poesía de Tafoya es que sea una nueva versión de ser humano y poeta, una versión llena de un nuevo humanismo mexicano, y una poesía capaz de dar nueva forma y contenido a la casa del ser. De tal manera podemos tener la certeza de que la poesía mexicana florece, brilla y crece en la obra de Adriana Tafoya, donde lo mejor ya se manifiesta y nos anuncia un porvenir trascendente. Que así sea.



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