Adriana Tafoya, Los cantos de la ternura, Ed. VersodestierrO
poesía para evolucionarte y ser, (Col. Poesía sin Permiso), fotografía y diseño
de portada: Andrés Cardo, versodestierro@gmail.com, México, marzo 2013. Reseña
por: Carlos Santibáñez Andonegui.
El dar a entender lo contrario de lo que se expresa, es ironía. Cuando
la voz de la poeta afirma en la obra que nos ocupa: “Ni te amo hijo ni te
odio,/ esto lo hago indiferente/ y morirás antes que la flor/ termine de
brotar”, hay ironía, porque en una mujer que deja morir a su hijo o lo mata, no
puede haber indiferencia. Hay ironía en el hecho de que tengamos que buscar los
elementos mitológicos previos de que esa mujer probablemente sea una diosa o un
ser del inframundo que trata de asemejarse a ella. En la mitología, es Hera la
esposa de Zeus, quien intenta matar al niño que Zeus su marido, ha engendrado
con otra, (sea Semele o Perséfone dependiendo la versión) fuera de matrimonio.
La ironía está en que la referencia mitológica se disimula en este poema, al
punto de insinuarse apenas al mencionar que el feto al que se trata de asesinar
es hijo de Bacchus, nombre que hace factible invocar a Baco, el dios del vino,
el que libera a uno de su ser normal mediante la locura, y a partir de ahí,
reconstruir que el niño era hijo del hijo odiado, asesinado, resucitado en tanto
fruto de los amores de Zeus, padre de los dioses, con una “no tan diosa”, como
Perséfone o Semele, y la ira de la esposa de Zeus, Hera, diosa de diosas lo
perseguía para matarlo pero de alguna forma el niño era salvado en parte, sea
trasplantado al muslo del padre o mediante la treta de salvar su corazón, única
parte del cuerpo que los rayos no habían destruido, de donde el dios de dioses
lo rescataba para volverlo a plantar en la matriz de la madre, o dárselo a
comer, haciendo al niño nacer así dos veces. Es así en la mitología, pero en
este poema tendríamos que adelantarnos a saber esto, para entender que es la
diosa de diosas quien advierte al hijo de Baco: “Irónico será verte/ jugando al
tigre/ con un mechón/ de mi melena”. A lo mejor llegado a este punto ya
pudiéramos empezar a decirle a Adriana Tafoya: “Elemental mi querido Watson”.
Se ha sugerido que los ritos dionisíacos pudieron jugar alguna
influencia en el ritual cristiano de comer y beber el cuerpo y la sangre de
Cristo. Es irónico que se pueda emprender la lectura de este poema sin
referentes que apuntalen suficientemente esta otra lectura. Por aquello que
alguien dijo alguna vez: con la ironía no se juega. Pero eso también es
irónico. De la ironía no puede zafarse la poesía en general, pero tampoco se
vale abusar de ella. Si su sentido era tan hondo como proyectar el destino del
hijo del odiado como aquel que no es Amo, ni del verbo amar, se
deben dar más pistas. Una de ellas: la ironía. El mundo no podrá durar otro
milenio según han empezado a demostrar ecologistas, pero ni eso podrá cambiar
definiciones de anteriores milenios que más vale prepararse a admitir tal como
están. Por ejemplo el amor hacia un feto que se anima a venir a la vida, que
nada tiene que ver con estos versos de la autora en la obra que nos ocupa: “No
pondrás un solo pie/ en los jardines,/ estúpido retoño”. Porque pasando al
plano social, el aborto, cuando es necesario o de carácter legal, según lo
instruyan las diversas legislaciones en cada lugar, no se produce nunca con el
deseo en sí de matar al feto, de matarle de mala fe, sino se admite como un
“menos mal”. Por eso, calificaría de excesivamente arriesgada la postura
poética de Adriana Tafoya en su opúsculo: Los cantos de la ternura.
Desafiar el sentido elemental de amor al recién construido es algo que yo nunca
hubiera hecho. Hacerlo, o seguir estimando a la persona que lo hace, requiere
una justificación teórica del tipo de justificaciones que puedan recaer a la
escena de El extranjero de Albert Camus, en que al protagonista
no le causa ningún sentimiento aparente la muerte de su madre, como acabo yo de
hacerlo con traer a cuento los ritos dionisíacos misteriosamente filtrados al
ritual cristiano. Los misterios dionisíacos son tan importantes que una teoría,
el dionisismo, rastrea en ellos las raíces del arte literario y la tragedia. En
tiempos más recientes Bultmann y otros opinaron que la teofanía dionisíaca
estaba transferida a Jesús. Se sabe que el milagro de la transformación del
agua en vino ya estaba antes de Cristo aunque de otro modo. Se suponía
realizado indirectamente en unos recipientes dejados en reposo al alto vacío
por sacerdotes adoradores de Dionisio. Lo cierto es que los palestinos ya
estaban familiarizados con la transformación del agua en vino como milagro
antes de que lo actualizara el evangelio; a casos como éste la teosofía
judeocristiana aplica el nombre de “causas primeras”, sin que por ello pierdan
un ápice de su valor, al contrario, esto les aumenta el misterio. Tampoco es
aplicable a estos casos el apotegma byroniano retomado en Rosario Castellanos y
que estaba también en Baudelaire y antiguos clásicos, de que “matamos lo que
amamos, lo demás no ha estado vivo nunca”. Eso es otra cosa: eso es que creemos
amar a alguien y sin querer le estamos poniendo “la inicial de fuego”, la
dolorosa marca de nuestro amor. Es trágico y ya. Ni modo de no amar a nadie.
Tampoco estamos ante otro de los flancos más sabrosos de la ironía: la
irreverencia. Qué va. Estamos ante la ironía lindante con lo canalla. Dionisio,
o Baco, hijo de Zeus, raíz de la vida indestructible se ha etiquetado como
deidad de vida, muerte y resurrección. Su hijo debió ser la versión corregida y
aumentada. (En ese tenor la mitología habla de Acis, un príncipe siciliano). Al
faltar elementos o ser sólo rastreables por especialistas, debemos situar el
alcance de la ironía de Adriana Tafoya en el valor de trascender el acto de
parir por parir, sin reparar en consecuencias, sin obligarse al compromiso por
amor, de educarle, orientarle, sacarle adelante o, como se dice, no darle la
caña sino “enseñarlo a pescar”. Cuánta irónica ternura se desprende en estas
fechas, de los Nacimientos, y cuán lejos se está de comprender la tierna ironía
de nacer. Se cae en la simpleza de parir y ahogar el compromiso en celebración
momentánea, y en el hombre suele ser aún más cobarde porque, en muchos casos
olvida de que hizo un hijo o una hija y llega a abandonarle a su suerte, y eso
sí: él es hombre ¿eh?, puedeproclamarse hombre y que se lo celebren en todos los
foros. Y decretar oficialmente que eso es un hombre en no sé cuántos países, en
no sé cuántos idiomas, y se prohíbe pensar que vaya a ser de otro modo. Que
encarcelen a quien no piense como él. El hombre machista, traidor hasta con él
mismo, reafirmado en más de setenta países que proclaman su rechazo a otras
formas de sexualidad, pero de eso, qué poco se sabe, qué poco se habla, y
cuánto se calla. Pues bien, esto es lo que yo resalto en la lectura del poema,
convertido en breve libro, por Adriana Tafoya, publicado en la fina colección
“Poesía sin Permiso”, de su editorial Verso Destierro. Pero que en realidad es
parte del poemario inédito Los rituales de la tristeza y que
en tanto obra de arte difícilmente pudo haber sido hecho con la sola intención
de “gustar”. Su propuesta vale por un arte que no nace para gustar, como el
feto de esta historia poética, sino para mover y remover estructuras. El
verdadero valor humano en el hecho de parir, se ha perdido en tantos casos, al
no asumir el compromiso de que HA NACIDO UN NIÑO, lo que tanto se dice de
dientes para fuera en estos días de Nochebuena, y concretarse a parir en forma
autómata, lo que ha llegado a ser más común de lo que parece, y es tan cruel,
tan crudo, que es posible requiriera una metáfora igualmente sucia y cruel como
la que emplea la autora, de odiarlo de plano, irse al otro extremo y propiciar
incluso su exterminio o desaparición. Sólo por esa intención de destruir para
construir, de señalar lo peor para propiciar lo mejor, acepto el traslado de la
“voz” o la “mirada” autoral hacia la infamia, y la distancia respecto a
un manuscrito anteriorque este poema exige como una petición de principio,
¿letanías satánicas?, investigación documental medievalista en causas
instruidas por herejías y confesiones inquisitoriales para quema de brujas
como: “Apagaré la luz/ para que no me encuentres”, que jamás podrán ser
inspirados por Dios, sino precisamente, por quien ha reconocido la Iglesia
Católica también en recientes modificaciones a su Santa Misa, no es, no puede
ser objeto de aquella sangre preciosa que fue derramada para el perdón de los
pecados. Por eso ya no se dice que la Preciosa fue derramada por nosotros “y
por TODOS los hombres (y mujeres) para el perdón de los pecados, sino solamente
por MUCHOS”.
El resplandor no siempre viene de la luz, a veces nos acerca a la
peligrosa “luz bella”, que es “luzbel” (el diablo), así cuando la madre asesina
profiere: “No debí radiar/ y obsequiarte el colibrí dorado.// No debí radiar/ y
concederte la palabra”, así sea luz y sea bella, no es más que luz bella:
Luzbel. La luz bella enreda al poeta, es una trampa. En ella cae la mujer
cuando asume en forma destructiva su superioridad ante el hombre. “No te
engañes, no soy virgen/ los hombres no me son ajenos./ Tú eres niño/ es ese tu
lugar/ en el que derramo mis gorjeos/ y donde con violencia/ se aprietan las
flores”.
No es tan cierto. Siempre se ha sostenido la creencia –y no se ha podido
derogar- de que detrás de un gran hombre, hay una gran mujer, en el fondo no
tan pasiva como parece, y la convicción, que cualquiera puede constatar, de que
muchísimos hombres dan a las mujeres algo material a cambio de su amor, por más
que a muchas les urja darse por robadas. Hay de todo, pero en la balanza vemos
que el hombre tiende a dar algo a quien desea o ama. Y no a quedarse con todo o
gastárselo en copas y farras. La vida no es mitología. No es la mujer la
víctima y el hombre el victimario o viceversa.
Y es que la definición de la ironía, va más allá del “canon”. Hay cosas
que queremos englobar bajo la palabra “canon” y prenderles fuego como a los
regalos de un novio traicionero. Pero la verdad es que ni siquiera se inmutan
con nuestra ceremonia rosa de prenderles fuego en el jardín. La ironía es una
de ellas. Dar a entender lo contrario de lo que se expresa o de lo que es, es
tan antiguo como la poesía misma; podrá ser manejado de muchas maneras y a
virtud de ello defender que ha dejado de ser figura retórica en tanto no se
adscribe a un solo verso o unidad reconocible dentro del texto, sino se expande
como por prodigio, y esto desde luego es un logro, porque hace avanzar la
ironía impregnando a todo el texto, pero no significa que ya no sea ironía.
La obra que nos ocupa, utiliza la ironía en tanto expresa puntos de
vista que parecen incongruentes o tienen una intención que va más allá del
significado simple o evidente de las palabras o acciones: lo criminal repugna a
la naturaleza humana y se vuelve punible en el momento de hacer daño a quien se
aventura en el riesgo de vivir, como lo hicimos todos alguna vez para estar
aquí, aun cuando seamos sus autores aparentes porque la naturaleza nos usa en
calidad de instrumento de su creación; no somos omnipotentes, respondemos a un
plan. Si hay propuestas antipoéticas e inhumanas, son lanzadas aquí a partir de
una plataforma irónica que se construye con antelación: “No consideré que
mataras mujeres,/ no anticipé que sangrarías/ a tu hermana/ nunca medí que
tomaras/ al mundo/ al universo/ como una propiedad”.
Pero ni la poesía, ni la mitología, ni nada justifica el que una mujer
quiera matar al fruto que trae dentro de sí; que lo planteen estos cantos, lo
acepto como visión irónica a la que se antepone el epígrafe de Balzac “El amor
odia todo lo que no es amor”, pero a ese epígrafe opongo este otro también de
Balzac: “Ninguna mirada me ha servido para iluminar este mundo”, y en
completa ironía, concluyo: Y mucho menos ésta.
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