miércoles, 5 de febrero de 2014

Una linda estatura tenebrosa

Por Salvador Mendiola
 


Aux noirs vols du Blasphème épars dans le futur.
STÉPHANE MALLARMÉ

Con el poemario Los rituales de la tristeza, Adriana Tafoya nos demuestra de modo evidente que la mujer no nace, sino que se hace, tal como planteara Simone de Beauvoir en El segundo sexo. Y de tal modo se manifiesta en este poemario la trascendental novedad de la escritura de Tafoya, escritura liberada del ser mujer de acuerdo al esquema del orden simbólico falogocéntrico, luego entonces, escritura transgresiva, escritura que libera, escritura con personalidad propia. Hace pensar y vivir de otra manera. Porque tal es el poder de la poesía, generar nuevos saberes, nuevas formas de ser y de estar en el mundo, algo que los versos de Tafoya consiguen de modo lúcido y deslumbrante. Ya que en los textos de este importante libro habla un sujeto femenino que ya no corresponde al modelo institucional de la mujer.


Mientras, ellos me otean
(misóginos)
porque en mis faldones como una criatura
el sol se desgreña
y se desbarata de gozo. No comprenden
cuál es la indiferencia
entre mi amor y su amor.
Giro
y él espera mi rostro volverse
esta es la lógica del nuevo sistema, ésta su posibilidad.
[de RAYAR UN CORAZÓN DE AGUA]


Pero la poesía de Adriana Tafoya va mucho más lejos que eso, es mucho más que feminismo y crítica del orden patriarcal autoritario. Es poesía esencial, poesía donde el/la sujeto poeta deja que el lenguaje exprese lo en apariencia indecible, o sea, lo más deseado, todas las fases del lenguaje como dispositivo comunicador.

La poesía es la casa de la forma y la palabra de Tafoya la construye y habita de modo trascendental, pues cumple de modo perfecto la consigna de Hölderlin: “lo que dura, lo fundan los poetas”. Y Los rituales de la tristeza son una construcción poética que tendrá larga vida y muchos efectos y retumbes, resultado de un trabajo cuidadoso y profundo sobre la conciencia del lenguaje, el cumplimiento de una vocación. Una obra de plena madurez de la poeta. Un libro que con cada poema inaugura nuevas figuras de existir y sentir, nuevas figuras del estar ahí humano, proyectado hacia una muerte, la muerte. Porque el/la sujeto poético que canta en la voz de Adriana Tafoya habla de una forma de ser que es ciertamente la del cuerpo apasionado por la libertad, una nueva libertad física que constituye el horizonte temporal sobre el que los mortales se recortan, pero es también la fuerza del caos de la sagrada intención de la poeta única, que así, verso por verso, manifiesta la definitiva falta de fundamento de cada fundación, abriendo la posibilidad de fundaciones nuevas, pero también señalándolas a todas con su insuperable carácter de nada.


Seamos oscuros
y huyamos de la absolutista elocuencia del cielo,
apartemos con las piernas tantos pájaros como se pueda madurar
hasta que revienten de blancas y puras plumas
como hacen las más tercas, temibles y amorosas muchachillas
con su manchón de vellos.
Entonces volarán los gorriones de la garganta
y posible es –que sólo así—listos estemos
para pertenecer al elegante mármol del cementerio y ser
un puñado
de flores agresivas.
[de GUARDEMOS TODOS LOS PÁJAROS BAJO LA FALDA]

No se puede, desde el punto de vista de Tafoya, poner en movimiento la función inaugural y fundacional del lenguaje poético, y, por tanto, también su autorreflexividad y su función de gimnasia de la lengua y de reapropiación del lenguaje, sin exponerse simultáneamente al encuentro con la nada y el silencio que, sobre la base de la conexión entre temporalidad vivida y ser-para-la-muerte, nos parece que se pueden legítimamente indicar no tanto como una suerte de divinidad pensada en términos de teología negativa, cuanto como lo otro de la cultura, y, por consiguiente, la naturaleza, la corporalidad, la salvaje tristeza de la realidad; o también, si se quiere, el cuerpo y la afectividad, antes y más acá de toda reglamentación alienante operada por lo simbólico. Porque el lenguaje, la materia esencial de la poesía, es el no ser que les da el ser a las cosas, tal como lo han planteado Heidegger y Wittgenstein, cada quien desde su propia perspectiva filosófica.


Desconfía
que tan importante es el silencio
que necesario es no callar
[de EL DERRUMBE DE LAS OFELIAS]

El/la sujeto de la poesía de Adriana Tafoya se comunica desde la razón poética, no es un personaje filósofo masculino, que todo lo quiere ver y nombrar desde lejos y en frío, pero creyendo que lo conoce por dentro y en caliente, sino un personaje muy subjetivo que reflexiona como persona femenina, no exactamente como una mujer, sino desde lo femenino que viene después de la liberación de las mujeres, lo otro del ser mujer. Una tristeza nueva y muy poderosa, la tristeza de reconocer el peso de la realidad en la hora del nihilismo galopante. La tristeza que debe venir después de la vivencia del éxtasis liberador y luego de la frialdad con que debe vivirse la auténtica libertad, que no es hacer lo que un@ quiere, sino lo que se debe hacer para darle sentido real a la vida personal, una cuestión de cada quien con su propia conciencia y su responsabilidad ante la sociedad y el mundo.

Y con todo y el dolor
--y a pesar de él y su dolor
de ese suplicio tuerto y cojo--
se arruga el capullo de la piel
se destiñe la pelambrera de su carne
pues para la muerte el odio no es más que una fresa
que sangra de la rama.
[de LOS RITUALES DE LA TRISTEZA (POEMA ÚLTIMO)]

El lenguaje poético puesto en juego por Tafoya en Los rituales de la tristeza no es primariamente un instrumento sino que es el lugar del des-velamiento, el lugar donde la forma se dice, o sea, donde el contenido revela su deber ser. Porque las palabras no son etiquetas que les ponemos a las cosas, sino que surgen de la percepción significativa y mundanal de las cosas, son la expresión de la forma como un/a sujeto experimenta la existencia. Desde dicha red de relaciones es el lenguaje el que nos habla y nosotros los que co-respondemos. Cuando la co-respondencia es al proceso de des-velamiento en cuanto des-velamiento, el lenguaje parece oscurecerse. Cuando este oscurecimiento no es oscurantismo sino un intento de co-respondencia a lo velado como velado decimos que el lenguaje es poético. Así como una de las características del velamiento es su inagotabilidad, que nos pone siempre de nuevo en cuestionamiento descentrándonos, así también todo auténtico lenguaje poético está siempre por des-cubrirse, nos lleva siempre por delante. Y por tal razón la poesía esencial de Adriana Tafoya como casa de la forma no se aquieta ni envejece, sino que se revela como movimiento libre del pensar y el sentir, como impulso abierto por completo al porvenir, el asombro de lo inesperado.

Guardemos hombres y mujeres bajo las faldas
parjarillos de todos colores,
tibiemos la piel de madre-humedad
para que no aleteen pequeñas sus pestañas por el frío
y suden consuelo en el aislamiento.
[de GUARDEMOS TODOS LOS PÁJAROS BAJO LA FALDA]

Es por eso que l@s poetas son quienes están a la escucha y al cuidado del lenguaje. Es por eso que la medida del ser humano y con ello también la medida de la salud psíquica es el habitar poéticamente sobre esta tierra, como dice Heidegger retomando a Hölderlin. Esto no tiene nada que ver con un misticismo superficial y predecible, pues la pregunta por lo sagrado puede plantearse desde aquí de una forma muy diferente a la que se plantea desde el esquema subjetivista, ni mucho menos tiene que ver con un romanticismo tardío: la experiencia originaria filosófica es vivida ciertamente en determinados momentos, por ejemplo de angustia o de alegría, de libertad o enfermedad, de entrega, en los cuales el estar más allá de las cosas se percibe como des-velamiento. Así la poesía de Tafoya nos dice lo que oculta o vela el encierro patriarcal en el ser mujer, lo mismo que deshace la armadura de engaños con que se teje el ser varón, para dejarnos ver y nombrar otra forma de personalidad. Esto está por supuesto muy lejos de querer ir buscando misterios por donde no los hay. El vivir poéticamente no es vivir en un pseudo-parnaso, sino que es "en la tierra", ni tampoco es una mera actividad intelectual sino que es un "hablar". La existencia poética, es decir humana, es la existencia abierta por excelencia.

Innegable es también
que si no escribiéramos
nosotros, los poetas malos (espuma de los mares),
los grandes poetas no existirían
no podrían formarse porque necesitan
a toda costa
de nuestras olas pequeñas
[de DE LA TRISTEZA DEL POETA AL BAJAR LA MAREA EN LA MESA DE LECTURA]

De manera que el/la sujeto poético de los textos de Tafoya en Los rituales de la tristezanos habla desde una nueva condición del ser, es decir, desde otra vivencia del estar en la casa de la forma. Nos hace salir del lado negativo del lenguaje, donde todo parece ser dicho desde el pasado, para lanzarnos a la experiencia poética del lenguaje como novedad cargada de futuro. Un nuevo saber y sentir, aún indefinibles. Otro modo de estar en el mundo que se expresa de forma trascendental en el conjunto de diez poemas que lleva por título “Los cantos de la ternura”, un discurso extraño dentro de la poesía, pues expresa la tragedia de una madre que ha elegido asesinar a su hijo. Todo ocurre más allá de la violencia usual, en un terreno más que nada metafísico. Porque resulta imposible determinar con claridad las razones que esa madre tiene para realizar tal acto trágico, tan sólo podemos entender que lo efectúa por su libertad y voluntad, porque ella lo considera necesario. El relato de esta acción discurre en diez estaciones, que van del número cero al número diez, como los meses de una gestación. Y quizá todo sea un acto simbólico, un gesto supremo donde la madre mata al hijo en tanto objeto de deseo falogocéntrico, para asumir su maternidad en forma nueva y liberada.

(Ya he escrito un ensayo de interpretación de “Los cantos de la ternura”, que se puede encontrar dentro del conjunto de estas Notas con el título De la interpretación interminable I, II y III.)

Otro poema importante y muy original dentro del gran conjunto de Los rituales de la tristeza es “Viejos rituales para amar a un anciano”. Aquí se deja oír y pensar el nuevo erotismo que produce la escritura de Adriana Tafoya, un erotismo que impulsan las muchas voces femeninas de nuestra actual poesía, donde destacan Silvia Tomasa Rivera y Lucía Rivadeneyra. Es un poema de amor inusual, el instructivo que dicta una persona femenina joven sobre el mejor modo de hacer el amor a un varón viejo, un discurso donde la persona activa es ella y el pasivo es él, aunque, ya entonces, ambos valores se desvirtúan en todos sentidos, se dispersan. Desde mi situación personal, la de alguien que ingresa ya en la sexta decena de años de vida, es un poema conmovedor, me hace desear el gozo de esa experiencia, tal como supongo que ocurre a los personajes femeninos cuando leen poemas eróticos escritos por un sujeto masculino. Por ello, aquí abajo en un Comentario incluyo un vínculo para leer completo ese texto.

Adriana Tafoya (1974) ha alcanzado la plenitud poética con esta obra precisa y exacta. Bien se puede afirmar que su poesía ha encontrado voz y estilo propios. Como propone Hortensia Carrasco en el diálogo con Miguel Ángel Córdova que sirve de epílogo para este libro: la tristeza de que escribe Tafoya es algo nuevo, una tristeza propia de ella, porque es el resultado de un enfrentamiento con la realidad y no una especie de congoja efímera. Es la tristeza de alguien que comprende la verdad del ser. También, entonces, es una nueva versión de la madre y lo maternal, una versión que no depende del padre ni sólo de la materia, una maternidad total que no teme a la sangre y se reconoce con una voluntad única, capaz de hablar por sí y para sí misma, sin caer en la esquizofrenia de quien cree que habla por el padre y el hijo a la vez. Aunque también ésta es una poesía digna del influjo impuesto por escritores como José Carlos Becerra, Jaime Reyes y Ricardo Castillo. Una poesía libre de las ilusiones del canon y sus instituciones burguesas, una poesía contracultural y subterránea, sin inquietud por el mercado ni por el parnaso comodino, una poesía que no depende de mandarines de la kulchura ni de las bendiciones de las personalidades coyoacanas de la crítica literaria. Pero lo mejor de lo mejor de la poesía de Tafoya es que sea una nueva versión de ser humano y poeta, una versión llena de un nuevo humanismo mexicano, y una poesía capaz de dar nueva forma y contenido a la casa del ser. De tal manera podemos tener la certeza de que la poesía mexicana florece, brilla y crece en la obra de Adriana Tafoya, donde lo mejor ya se manifiesta y nos anuncia un porvenir trascendente. Que así sea.



De la interpretación interminable

Por Salvador Mendiola 




I

Donde no media el artificio, toda se pervierte la naturaleza. BALTASAR GRACIÁN


Los cantos de la ternura de Adriana Tafoya son como un cuervo negro que emerge del interior de La tumba de Antígona de María Zambrano. Son la negra verdad luminosa de la poesía esencial, poesía hecha sin concesiones, libre. Son la ruptura del silencio en forma de cantares incendiarios, un paso al más allá en la mística sin Dios ni amo. Son una tragedia vacía de mitología y de ideología, la tragedia del conocimiento íntimo. Son lo que piensa y siente la poeta Adriana Tafoya en un momento crucial de su existencia. Un gran poema, un poema excepcional, sus versos e imágenes hacen pensar en poetas como Sylvia Plath y Alejandra Pizarnik.

Un epígrafe de Honorato de Balzac plantea el objetivo de los diez cantos de este poema: “El amor odia todo lo que no es amor.” Por ello es importante establecer con el mayor cuidado posible cuál es el sentido de “la ternura” para Adriana Tafoya. Entonces, considero que ella funciona en este poema con la primera acepción de la palabra, según el diccionario, donde “ternura” es algo que se deforma fácilmente por la presión y es fácil de romper o partir. Porque este poema habla de la ternura de la madre que sacrifica al hijo, un tema poco usual en la literatura.

El tema del hijo asesinado por la madre, ya sea en forma real, simbólica o imaginaria es una cuestión que conmueve. Una cuestión clave para la liberación femenina de la humanidad. Y este poema lo desarrolla con gran calidad, tanto en lo formal como en el contenido. Es un poema que invita a leerlo en voz alta, lo mismo que hace pensar con cada imagen en cuestiones que pocas veces tomamos en cuenta. Porque se habla de un lado del amor generalmente oculto, el conflicto de la maternidad.

El desarrollo del relato se plantea como un retablo barroco. No es lineal ni narrativo. Son imágenes reiteradas de un mismo acontecimiento, planteadas desde distintas situaciones metafísicas. Diez momentos, numerados del cero al nueve, de intensa reflexión lírica por parte de la madre que ha decidido dejar morir al hijo, no por conflicto con el padre, sino por conflicto con su propia conciencia y su libertad personal. Son versos libres y cada sección es de diferente tamaño, aunque no muy desiguales entre sí. Cinco partes tienen título, las numeradas como (2) La orquídea de la elipse, (3) El sueño ha cambiado, (6) Cremar las mortajas, (7) Vuelo menor y (9) El desmoronamiento de la carnes; las otras cinco partes sólo tienen el número como título.

Dice la Antígona de Sófocles: “Yo no estoy hecha para compartir el odio, sino el amor”. Tal es el hilo rojo que cruza de principio a fin los diez cantos de la ternura de Tafoya. Así es como su poema puede comenzar diciendo: “Tengo que dejarte / cerrar las puertas de la casa / a diecinueve pestillos / los portales de mi pecho. / No pondrás un solo pie / en los jardines, / estúpido retoño.“

¿Y de qué se está hablando? ¿Qué se quiere decir en estos cantos? Imposible una respuesta inmediata, imposible una sola respuesta. Hay que responder muchas veces, desde muchos lugares, desde muchas ideas y sentimientos. No hay un significado literal para este poema, tampoco se le puede sintetizar en una alegoría en concreto. De allí, su importancia. Es un texto que deja llevar a cabo muchas lecturas, muchas interpretaciones. Conmueve. Transforma. Comunica.

¡Y pensar que el jueves pasado un teto cateto tetino dijo que no han aparecido libros de poemas como los de hace medio siglo y hace un siglo! ¡Pobre imbécil, si justo en ese lugar estaba Adriana Tafoya con Los cantos de la ternura!



II

Such horrors have not ceased. MARY DALY

El poema esencial es necesariamente subversivo. No pertenece a la literatura ni al orden establecido de los saberes burgueses. Todo lo contradice. Deshace los cánones y el canon. Por tales motivos nunca se termina de leer y entender, siempre se relee y reinterpreta, nunca se deja congelar en un sentido o significado, hace brotar nuevos conceptos, otras ideas... la libertad.

Un poema lírico como LOS CANTOS DE LA TERNURA de Adriana Tafoya encierra en potencia toda la cadena de las rememoraciones y converge hacia lo umbilical, hacia el origen. Su lectura e interpretación, luego entonces, implica llevar a cabo una liturgia trágica, un ritual que desemboca en la propia disolución del sujeto patriarcal de quien lee e interpreta, una ceremonia que cuestiona la cosa misma del "ombligo" como puente de unión y desunión del/a Hij@ con La Madre. Algo muy doloroso y cruento desde el lado masculino del binomio, pues exige pasar de verdad la puerta de la castración, y en este caso hasta su punto límite, la muerte del hijo. Algo que este poema nos hace vivir en forma real y simbólica, en tanto que la ficción en poesía nada más es una alegoría de lo real y cierto, razón porque la poesía, cualquier poesía no sea fácil de leer ni de entender.

En LOS CANTOS DE LA TERNURA al mismo tiempo vemos y vivimos el instante decisivo en que la madre se deshace del hijo para poder llegar a ser una mujer libre y desdichada. Sí, porque la libertad verdadera no es algo necesariamente agradable ni placentero, porque la auténtica libertad no es hacer lo que uno quiere, sino hacerse responsable uno mismo de lo que es uno mismo: una nada con recuerdos y sentimientos. De forma que en la plena libertad lo que el/la sujeto alcanza es la tristeza, algo que se da después de cruzar por el éxtasis y la frialdad con que nos despojamos de todas las cadenas, cadenas siempre patriarcales o, para decirlo mejor, falogocéntricas. Y eso lo hacen los versos de Tafoya de forma directa y sin eufemismos, por eso son expresión de la ruptura y el dolor, una experiencia donde la belleza es la verdad y la estética es más que nada una cosa de la ética.

Vemos y vivimos la tragedia sin mitología donde la madre que se aleja de la ilusión del hijo como "quien se corta un brazo virulento", una acción quirúrgica de compleja realización, pues la debe hacer ella misma sobre sí misma, aunque ello signifique deshacerse del otro, del otro que más esclaviza y roba la subjetividad. Porque el hijo es siempre la cárcel de la madre, la trampa donde el padre la encierra como en una tumba, la trampa donde ella cree emanciparse del padre-esposo para quedar encadenada al hijo-otro. Tener que romper la ilusión boba de que la maternidad libera y hace realidad el ser de la mujer, un invento patriarcal, falogocéntrico. El gran engaño de que el amor entre dos desemboca en el premio del hijo, siempre del hijo, nunca de la hija --cosa que aquí no desarrollaré hasta sus límites.

Porque al procrear al hijo ella no consideró que él mataría mujeres, comenzando por la que ella es, ni anticipó que él sangraría a su hermana, y porque ella nunca midió que él sería el egoísmo absoluto, como lo son todos los machos patriarcales, los héroes y dueños del orden simbólico falogocéntrico; por eso ella sabe que él debe morir, que él no merece la vida, esa vida de ella, la que él gana para ser libre como un patriarca, patrón y patriota, a cambio de que ella deje de serlo o, peor, a cambio de que ella deje de ser. Razón porque Tafoya, la poeta, tenga que escribir: "Ni te amo hijo ni te odio, / esto lo hago indiferente / y morirás antes que la flor / termine de brotar". Para así poder decirle: "Contigo terminará la historia. / Otros amados nacerán, / pero hombres / ya no". Y de tal modo será, cuando ella mate al hijo, terminará la historia como "His-story" y comenzará el nuevo relato, "Her-Story", o sea, LOS CANTOS DE LA TERNURA. Otra forma de ser, una donde ya no se siente ni el dolor ni el placer del patriarca, una donde la evolución da un salto emancipador, el salto que termina para siempre con las jaulas del dualismo y el binario...

"Quizás estés ahí (tú, quien fuiste el hijo) / y hermoso sea / que no te llames hombre. / Entre todo lo creado / será una hermosura esta inmensa / isla de trigo, / cuando nadie te nombre. / Cuando Nada - - te de nombre."


III

We had the experience but missed the meaning. 
/ And approach to the meaning restores the experience. T. S. ELIOT


Por tanto, indagar por el significado de LOS CANTOS DE LA TERNURA de AdrianaTafoya pide que nos aproximemos al significado de su esencia poética: el acto con que la madre da muerte al hijo. Un acto real y alegórico, pues quiere decir muchas cosas. Ese hijo puede morir por enfermedad, por accidente, por asesinato, por aborto, porque ella no lo concebirá, como una alegoría de la anti-maternidad, y así sucesivamente. Nada fija en una sola imagen el sentido de ese acto trascendental.

"Te enseñé que no hay verdad
incuestionable."

En tanto que la situación Madre/Hijo es algo necesariamente cuestionable, criticable, deconstruible... Ya que no representa un sujeto real, sino una personalidad sujetada. La madre es siervo del hijo, y éste es siervo de ella. Todo es servidumbre entre ellos, renuncia a la plena libertad, complicación de sus libertades, confusión de identidades, y en definitiva: engaño. Una trampa. La gran trampa del sueño de amor entre sólo dos personas, algo que nunca ocurre como se desea y que sólo ocurre contra el deseo. Por eso ella debe actuar en forma radical y tiene que asesinar al hijo. Es "el desmoronamiento de la carne".

Porque el sentido al que la memoria o el poema se aproxima pasa por muchos estratos de sentido de los que, en suma, la palabra poética es por naturaleza depositaria. Escritura abierta, la de Tafoya; no se deja encerrar en nada, ni en la forma ni en el contenido del poema, lo hace estallar y dispersarse. Cada quien lo recibe según su situación y, así, cada quien es la madre y el hijo que necesita y puede ser. Este extraño poema conlleva la restauración plenaria o múltiple de la experiencia en un acto de rememoración o de memoria, porque todo mundo viene de ser una madre y un hijo, porque la hija es un hijo incompleto, según la perspectiva del complejo de Edipo falogocéntrico, por supuesto. Un acto en el que los tiempos divididos se subsumen, pues toda la experiencia así rememorada en su sentido, proyectada de una sola a muchas vidas, vuelve a urdir en potencia toda la trama de lo memerable desde su origen: una madre y su hijo, una madre y su sueño. Tal es la fuerza lírica de este escrito de Adriana Tafoya, lo que he intentado hacer presente con estas tres entregas de hermenéutica poética radical. Porque el llanto personal no es expresable sin la rememoración de su sentido. Y ese acto de consolidación de la memoria por acumulación de estratos de sentido en lo que la experiencia queda restaurada en este poema ocurre como la negación absoluta de un poema también trascendental: la elegía de Jorge Manrique a la muerte de su padre. LOS CANTOS DE LA TERNURA de Adriana Tafoya le cambian la dirección al poema de Manrique y nos dicen que todo tiempo futuro será mejor, que el pasado es lo cerrado e inaccesible, que sólo podemos entrar en el futuro y que, entonces, lo mejor es la muerte. Aunque nos duela el tener que aceptarlo.

En la poesía lírica de Tafoya, el origen está en el porvenir.

Y así podemos seguir, aparentemente girando en círculos sobre el texto del poema, pero en realidad cruzándolo, atravesándolo y proyectándonos, por él, hacia nuestro destino. Que quede.

Para cerrar estos breves apuntes espontáneos, provocados por la primera recepción del poema de Tafoya, diré que la poesía de esta escritora ya me había llamado la atención antes de leer LOS CANTOS DE LA TERNURA. Ya la había identificado como nueva escritura de las mujeres, como nueva escritura feminista radical, sin partido y sin bandera, escritura que se expresa más allá de la política, el dinero y el sexo. Escritura que se revela contra el orden establecido, que en realidad es un desorden impuesto por medio de la fuerza y la violencia. Escritura como la de Silvia Tomasa Rivera, Lucía Rivadeneyra y Francesca Gargallo, por buscar pares inmediatos de Adriana Tafoya; pero entonces la escritura de Tafoya llega, a mi entender y sentir, un poco más lejos, precisamente en el decir de estos cantos, donde la madre acepta asesinar al hijo, algo en verdad muy nuevo y diferente, muy transgresivo. Y de tal manera mi silencio será un anti-homenaje, entendiendo que el homenaja es un acto del hombre para el hombre, y lo que aquí deseo realizar es una celebración de lo no-mujer en lo no-mujer de ella, según mi muy deseado ser no-mujer ni varón. Que quede.

La malicia del sentido (breve aproximación a la obra de Adriana Tafoya)

Por José Miguel Lecumberri



Ligada siempre al proceso creativo se encuentra la necesidad de destruir lo presente, nada nos evoca con más claridad este ciclo esencial del mundo fenoménico que la “malicia” de los niños, esa voluptuosidad del juego que constituye la espléndida crueldad del universo, una sutil, delicada violencia que se encarna ternura y barbarie a un mismo tiempo, como lo poetiza Adriana Tafoya: “Qué bueno era mi abuelito/cuando estaba borracho,/un ataúd para dulces/pudo ser su caja…”
En ningún otro lugar, sino en la infancia se aprecia la cruel voluntad de las cosas por emanciparnos del mundo material, así la imaginación de un niño no es sólo una herramienta de desarrollo cognitivo y espiritual, sino un arma de lo absoluto contra la insignificancia de la criatura, porque los niños saben desde siempre que “Es muy difícil hacer bella la felicidad. Una felicidad que sólo es ausencia de desdicha es cosa fea”, según lo dijera Jean Cocteau.
En Malicia para Niños de Adriana Tafoya, hay algo que remite directamente al Maldoror Lautreamontiano, un yo poético que se desliga del metadiscurso y deviene juego, perversidad e inocencia entremezcladas, voz sin voz de una infancia perdida entre sintagmas y una musicalidad disonante que se paladea magia de sirenas o diamantes vacíos para princesas con olor a alcohol.
Los niños son “felices”, precisamente porque son por esencia maliciosos, porque, como escribiera Estrabón “imitan máximamente a los dioses” y es justo esa malicia la que se traduce en una gratuidad benevolente e imparcial, tanto de ternura como de crueldad. Tan es así, que la poeta nos dice, en un tono severo y al mismo tiempo cómico: “Toda niña como Azul,/quiere ser princesa”, esa preocupación, esa cualificación social y económica de una ensoñación divina, es producto del decaimiento en la condición de adulto (Adriana lo sabe), de la corrupción de los valores naturales intrínsecos a la que llamamos madurez, pues, como concluye Adriana Azul: “Jugará con su diamante/de otras formas./Puede jugar/a que dentro de la piedra/muchas voces canten/y logren que el diamante/se convierta en una enorme/caja musical.”, ese diamante que no es más que un cristal de bisutería, en manos de la niña-princesa se convierte en un artefacto mágico, como el espejo de Alicia o la sombra de Peter Pan, pudiendo convertirse en cualquier cosa, desde una estrella, hasta una canción o una dimensión paralela con mundos inexorables.
Hablando del abuelo, el querido borracho muerto, Adriana dibuja unos versos de profunda clarividencia que dicen: “Me imagino que su piel/está como envinada…”, el objeto de deseo, una singularidad que no cabe más que dentro de una caja de dulces, se explica en una especie de mitología de la interacción adulto-niño, como la dualidad de la acción hablar-comer que en versos de Adriana se describe de la siguiente forma: “Su boca sonreía resignada/como si supiera/que iba a ser comido,/como un postre,/un afrutado dulce/para muchos animalitos/pequeños/e innumerables”. Esa interacción adulto-niño representada por la dualidad hablar-comer, manifiesta especialmente en los trabajos psicoanalíticos de Jung, como una relación esencial entre el mundo fenoménico, caracterizado por el consumo, el acto de comer, de absorber las propiedades de aquello de lo que uno se apropia, ya sea un dulce o un abuelo muerto, y el mundo psíquico caracterizado por la producción de conceptos o afectos, lo que Adriana deja entrever claramente al identificar al niño, ese yo poético, disfrazado de la resignada sonrisa del abuelo.
Otro elemento que no escapa a la aguda visión de la poeta es la tragedia de ser un niño, aquello de lo que todos los adultos hablan al referirse a su niño interior, como guardado en un ataúd de juguetes terribles por haber sido demasiado vivos y demasiado inciertos, Adriana nos cuestiona al escribir: “…no sé por qué/lo que más amamos/lo queremos guardar en cajas”, lo cual me recuerda a aquellos reclamos del Corazón al Desnudo de Baudelaire en el que nos dice que el amor, tras ser un sentimiento puro, “afición a la prostitución”, se convierte rápidamente en algo corrupto, “afición a la propiedad”. De esta forma, al niño se le enseña a acumular, a que, contrario a la naturaleza libre del goce, se debe aprisionar lo que uno considera bello o placentero, una especie de esclavitud mutua entre el objeto y el sujeto, convirtiendo así al niño en un inepto para el desapego, un frustrado respecto del flujo incesante de realidades e ilusiones, lo que hoy llamaríamos: un burgués.
Aunado a esta fuerte y comprometida crítica de los supuestos valores que inculcamos en los niños, Adriana muestra con un hermoso tono satírico, las opiniones del propio niño como una superposición a las palabrerías impuestas por los adultos, como se lee en el poema de Dinosaurios, en el que pese a la recomendación de la abuela de no leer ningún libro que pudiere trastornar la fe del niño, éste concluye de forma tajante, libre y evidentemente mística: “…Pero no sé (de todos)/cuál será; si Zeus, si Jesús,/si Jehová, si Horus, si Thor/o Alá, en fin,/yo prefiero los libros de dinosaurios”, es este misticismo satírico, esta revolución de la inocencia sobre el desbarajuste en el que los adultos nos sentimos seguros, nuestras insignificantes certidumbres, nuestras patéticas experiencias, el que da al niño su máxima libertad, su perfecta identidad con el caos primigenio, fauces del uróboros eternamente abiertas, receptivas, que nunca caen en el delirio de los prejuicios ni de la necesidad de un sentido, pues la infancia ciertamente es lo único que tiene sentido, carece de esa maldición de la carne que busca su último reposo en su primer aliento. La infancia es el espíritu de una situación sin espíritu, el corazón de un mundo sin corazón. El niño sólo avanza pues para él, no hay más que laberintos que son juegos y que no tienen ni necesitan un final o una meta, ya que todo, por simple o bizarro que sea, puede ser transmutado en juego, como lo poetiza Adriana: “Con inteligencia/todo basurero es un tesoro.”
Esa inteligencia elemental, es lo que llamamos inocencia en los niños, la capacidad, que todos o casi todos perdemos, de poder experimentar el mundo y no necesitar sus consecuencias, esto es, el niño sabe que su mundo es muy distinto al de los adultos y, se resiste a aceptar el paradigma que se le impone, por eso Adriana escribe con su voz de niña: “Debo acercarme a la ciencia,/para hacer magia”, el niño sabe que debe cumplir ciertos estratagemas o imposiciones de los adultos, pero tiene una sabiduría aun más valiosa, la del disfraz, la del ardid, el niño es un sabio impostor, un elegante usurero de verdades, un custodio de las revelaciones más espirituales de la materia. En pocas palabras, todo niño es un mago melancólico.


Los cantos de la ternura y el problema de la dulzura

Por Adriana Ventura Pérez


 En sincronía con su tamaño Los cantos de la ternura es un libro que problematiza el asunto de la dulzura, la idea subjetiva de pensar la ternura como ese afecto que deviene de forma natural en la mujer. Más que alimentar esta idea, Adriana Tafoya la pone en tela de juicio; si la ternura es un campo bondadoso, fértil y gentil a la vida, la autora se dedica a buscar su lado menos amable, acaso el más cercano a lo real.
No me atrevo a restringir el poemario a un solo tema, porque los versos de Tafoya, no sólo permiten discutir acontecimientos aislados, nos conducen más allá, nos orillan a enfrentarnos a la idea que fecunda la reflexión, que nos hace interrogar al mundo. Me permito sin embargo, exponer una reflexión motivada por las ideas que encuentro en Los cantos de la ternura.
En el curioso formato que distingue la colección “Poesía sin permiso” de la editorial Verso destierro, se nos presentan nueve poemas cuya estructura se respalda en la libertad de un tema cuya dispersión resulta ser un enriquecedor ejercicio de lectura, lo que nos conduce a innumerables rutas de interpretación, una virtud que debemos celebrar en la poesía.
Adriana Tafoya se ha puesto a hablar de la procreación, de la maternidad, no como una celebración, sino más bien como aquello que trasforma a la madre en un ser responsable, no sólo de cuidar y hacer sobrevivir; Dar vida implica pensar que con cada nuevo individuo se hace cultura, quien nace es humanidad, se integrará al suceder de la historia.
Con una voz que adopta la imagen de la naturaleza que le habla a sus hijos, los hombres, que han asesinado, robado, violado, en fin, ensuciado al mundo. Adriana Tafoya desafía los clichés culturales de una madre natural bondadosa y amable, y se coloca en la voz de una, que así como da la vida, la puede arrebatar. Nada es gratuito en el mundo, a costa de la muerte se nos ha condicionado la vida.

El título de este pequeño libro nos pone en las manos la paradoja de la canción, usada durante la maternidad para acunar el retoño, en esta ocasión, el canto funciona como una letanía que irá acercándonos al lado menos dulce de la crianza. Con un tono que se afina entre las sombras, Los cantos de la ternura nos introducen a un ambiente incierto que se acompaña nada más con el rumor del canto mismo; la música de fondo va cuestionando con tonos altos, el hecho de la vida.
Ya que hemos arribado al asunto de la sombra. Cabe mencionar que asuntos tan sombríamente definidos por las sociedades en las que vivimos, como la maternidad, la vida y la ternura son temas que permean esta entrega. Más que cultivarlos, Adriana Tafoya los deconstruye. Poner sobre la mesa el asunto de la maternidad, un tema ameno para nuestro país, heredero cultural de la concepción judeocristiana, en donde hablar de los temas que involucran aspectos propios del machismo, pone en alerta a muchos. Recordemos que en nuestro país la imagen de la madre se ha alienado con la imagen de un ser inmaculado, limpio y amoroso.
En el poema que presenta Adriana Tafoya se trata de todo lo contrario, la madre posee todo el poder para dar vida, pero también puede mancharse al arrebatarla, sin temer a la mancha. Si es ella quien da, tiene de manera correlativa el don de quitar y hablo del don no como un privilegio, sino como una elección, como podemos notarlo al final del canto 8: “Yo/ madre de rostro negro/ ser de cenizas/ guardo mis ojos/ y no siento nada.”
La luz es una cuestión que también se pone en marcha dentro de Los cantos de la ternura. Cabría preguntarse si la luz es un asunto que irremediablemente es adepto a la mujer. ¿Será acaso que el hecho de dar vida conlleve en el mismo proceso el hecho de dar oscuridad?, por ello las tragedias humanas, la vileza que acompaña a la historia de la humanidad. Ser madre entonces es un acontecimiento oscuro, que nos distancia de la ternura, de la inmaculada sensación del bien.
En Los cantos de la ternura  no podríamos hablar de una voz femenina, se trata de una voz en sí misma, que si bien tiene que adecuarse al tono fuerte desde el que apela a la tensión más que a la atención, pues pareciera que de poco sirve atraer, seducir al receptor, si se no se logra establecer un canal que comunique, que interactúe, incluso provocando. Es en efecto, algo que logra hacer Adriana Tafoya en este pequeño libro. La voz que encontramos en Los cantos de la ternura está dotada de la fuerza suficiente que la impulsa a cuestionar el paradigma de la madre pura, casta y abnegada que amará y perdonará a sus hijos sobre todas las cosas.
Ser madre, en el imaginario colectivo, posibilita una actitud gentil, desinteresada, que implica en el mismo hecho la preservación de la humanidad. Pero en Los cantos de la ternura, la voz se cuestiona si esto vale la pena, si a final de cuentas la razón ha predominado y gana la batalla a la naturaleza hasta lograr devastarla sin dejar resquicios de esperanza. Esta voz elige el exterminio, como leemos en los versos siguientes: “Contigo terminará la historia/ otros nacerán, pero hombres/ ya no.”
En este libro, la humanidad es un asunto que debe pensarse al mismo tiempo que la vida. Habrá que emparentar las prácticas culturales con las prácticas reproductivas. Si la mujer es el emblema, el medio para que la vida se abra paso, y sólo el medio, es conveniente replantear el papel completo de la imagen femenina, ¿es la madre, un personaje carente de autoridad, un medio por donde la vida simple y únicamente se abre camino? ¿Cuándo podremos concebir la idea de una madre oscura, cruel, indiferente? Son preguntas que a mi parecer Adriana, Tafoya, ha intentado hacer germinar a través de sus cantos. Respondamos pues, tiernamente.


Octubre del 2013

Ciudad de México

Malicia para niños o manual de juego para inventar la conciencia

Por Esaú Corona



Malicia para niños, escrito por Adriana Tafoya, es un libro que el niño interior esperaba desde hace mucho tiempo, es decir, que el niño que fui y vive todavía, hubiera deseado tener en sus manos. Compuesto esencialmente por dos poemas, Juguetes del diario y Reflexiones de un niño sobre la muerte (con caja de borrachitos), el libro se va mostrando, revelando hondos secretos acerca de la imaginación, secretos que ofrecen una llave para abrir la puerta hacia un mundo verdadero, a temprana edad y aun siendo adulto.
En su primera parte, el tema aborda la desmitificación de los prejuicios que impone la educación. Verso tras verso, la poeta va mostrándole al niño la vía para romper los muros de las mentiras que existen acerca de la infancia. Propone un juego para cuestionar el valor de lo que se considera verdadero, de lo que se considera infantil, sin  menospreciar la capacidad del niño para comprender que su libertad radica en creer y no creer, en crear la vida y en no aceptar los cuentos de hadas que mienten al definir los deseos y los sueños infantiles. No sin nostalgia, el niño va comprendiendo que su inteligencia y su capacidad creativa le constituyen y le vuelven infinito.

En la segunda parte, la poeta presenta de manera verdadera un tema que es considerado tabú por la educación familiar: la muerte. En la infancia se padece la privación de cualquier tipo de reflexión acerca de este tema, se pretende alejar cualquier idea respecto a él y se presenta únicamente con una connotación negativa y aberrante. En Malicia para niños se desmiente este tema como algo negativo y se invita al niño a jugar con la idea de la muerte y sus símbolos, se le compara a esta con una golosina, y se le encajona y desencajona, se le envuelve y desenvuelve como se hace con un regalo o una sorpresa. “Qué bueno era mi abuelito cuando estaba borracho, un ataúd para dulces, pudo ser su caja” escribe la poeta, quien revela en estas líneas una sagaz impronta para remontarse a sus años infantiles y revivirlos a través de la imagen de un abuelo muerto. dentro de una caja de borrachitos, esos dulces que para muchos fueron nuestro primer acercamiento al aroma del licor.

Mientras otros poemarios infantiles pretenden acercarse a los niños, con temas como “el pollito”, “el perrito”, “el gatito”. Adriana Tafoya, sin subestimar la inteligencia de la edad temprana, despliega un entramado de símbolos que cualquier niño ávido de conciencia podrá comprender, intuir, degustar, como una golosina o como un juguete.
Más allá de la aportación a la apertura educacional que nos ofrece este libro, es, principalmente, un acercamiento a la poesía misma. La autora nos presenta la poesía como un juguete de mil formas, como a un universo que nunca se acaba. El caligrama, recurso utilizado para abrir y cerrar este pequeño poemario, se presenta de manera inteligente. Solazar, poema que da final infinito al libro, es un ejemplo claro de lo que sucede a lo largo de todo el poemario: la poesía es un acertijo, un universo de posibilidades, la puerta de salida hacia un inagotable y multiforme tangram de palabras.


Para terminar, Malicia para niños es una gran herencia, la herencia del sí, del más allá, del infinito. Es un libro que nunca termina y que todo padre que ame la conciencia debe proporcionar a su hijo, como un hermoso juguete para el presente y para el futuro.

lunes, 10 de junio de 2013

"Los cantos de la ternura", en la Universidad Obrera de México


Por Miguel Ángel Córdoba

En 2010 tuve oportunidad de asistir al evento llamado “Un minuto de No + Sangre” celebrado en el Museo de la Ciudad de México, la mecánica era sencilla, había micrófono abierto y en un minuto cada participante tenía oportunidad para expresar libremente su punto de vista, un pensamiento, una canción, compartir algún testimonio o su rechazo contra una desquiciada y estúpida matanza apodada “guerra contra el narcotráfico”, fue una experiencia tan lastimosa por lo impactante de los testimonios, el coraje y la impotencia que llegamos a compartir. Un par de semanas después asistí a otro evento organizado por La Editorial Verso Destierro y el Grupo Tacuba, de hecho fue mi primer acercamiento a la Poesía y a la obra de la maestra Tafoya, su poema “Diálogos con la maldad de un hombre bueno” me dio oportunidad de conocer otra alternativa para desarrollar la conciencia y aprender otra forma de lucha por un cambio posible.

La poesía de la maestra Tafoya cimbra, trastoca las fibras más sensibles del espíritu y nos obliga a caminar por el sendero del análisis y la reflexión, su valor estético y literario se convierte en arte al abrir puertas ocultas donde la idea de lo inconcebible e inimaginable se derrumba y se presentan en el plano de lo real en forma intempestiva y traumática, traspasar este portal nos marca y exige a percibir y entender de otra forma la realidad y el sentido de la vida.

Su obra reciente, y que estamos presentando, “Los cantos de la ternura” es muestra donde la poesía se convierte en reclamo y exigencia ante la vileza humana. Podríamos sugerir que es la representación de la madre universal a su hijo que sucumbe a la maldad, a la degradación porque llega a cometer actos impuros y banales, capaz de ejecutar los peores crímenes alentado por la soberbia y la ignominia. O pueda ser, también, otra faceta no descrita, me atrevo a decir, no imaginada, el amor histérico.

 “Los cantos de la ternura” es la ruptura de esa idea donde la poesía es amor y sentimientos sublimes, con otra manifestación de un amor que lucha contra la irredención natural del hombre y a la vez la alienta. Imágenes de moral soberbia, de arrepentimiento por un pecado concebido que rompe estereotipos del amor madre - hijo, donde el hijo cae y vive en un limbo que rompe su naturaleza humana, para iniciar su largo camino de construcción como hombre.

“Los cantos de la ternura” es un libro poema que construye imágenes portentosas en un lenguaje sencillo pero lleno de figuras poéticas, donde el amor nos muestra una faceta desconocida y oculta que puede llegar a la destrucción, es la representación femenina del Dios colérico, inflexivo y desterrador, que exige sacrificios como muestra de lealtad y sumisión “Los cantos de la ternura” es un libro poema de lectura obligatoria, para la reflexión del paso en nuestro devenir histórico, y encontrar una luz en nuestro camino como seres humanos.

Mayo de 2013.

sábado, 12 de mayo de 2012

Las 13 mejores poetas mexicanas según Roberto Absenti

Por Roberto Absenti

para Carlos Santibáñez y a mis amigas poetas con todo respeto

Y llegó la primavera, mis enamorados y pícaros lectores. La hermosa temporada donde todos deseamos aparearnos; bueno, yo sí, porque todavía puedo: no se ustedes, pero yo soy rete-querendón. Este es el temporal donde los floripondios dan la vuelta en círculos a la plaza del pueblo como panzones abejorros en busca de chupar el néctar sagrado que es la miel.
Los rayos de sol y las muchachas ¡oh sí!, ¡las muchachas!, ¡las señoras! y por qué no, las viejecillas también, ¡son tan cálidas! Sí mis estimados lectores, estoy enamorado de las poetas, y sobre todo de su poesía. En esta ocasión, como en otras, no me importará que me tachen de arbitrario, excluyente y demás por dar la visión de mi tiempo y los hechos tal cual yo los vivo. No me detendré para quedar bien con nadie, sino al contrario, diré a calzón quitado cuáles son mis poetas favoritas, atreviéndome a decir con los pelos en la mano, que son las mejores.
Claro está que esto depende de mis lecturas y mis conocimientos sobre poesía, que son muchos, sin dejar de lado mi sensibilidad exagerada para las artes en general.
Y así como el ma’istro Langagne dice qué es poesía y qué no, afianzando su criterio sólo en sus lecturas de la colección Tierra Adentro, y en los poemas de sus pupilos, (por supuesto corregidos por él), yo también diré qué es lo bueno. Total (por lo que veo) mi criterio está mucho mejor alimentado que el de él. Iba a mencionar a la recién descubierta Norma Bazúa, pero ya no se vale pues ya se nos fue, y lo importante es hablar de las que están vivitas y coleando. Pensé en Dolores Castro, pero la verdad (entre nos) no me gusta tanto. También pensé en mencionar a una gordita poeta que me trae loco, ¡pero eso sí se iba a ver muy nepotista!, así que solo mencionaré a mis trece favoritas: que no han sido nunca mis novias, pero no por eso tienen menos calidad.
1. María Baranda: poeta nacida en 1962. Nada más leer el título de algunos de sus libros para que ya nos ponga a viajar; El jardín de los encantamientosDylan y las ballenas y Fábula de los perdidos, ¡qué belleza! Aquí expongo algunos versos suyos, de mis favoritos: “Tórrida y demencial,/ amazona del agua,/voy de mirada en mirada/ por los meses, los años, los siglos/que sólo yo conozco, los sueños/ que sólo yo custodio./ Varada en esta proa, atada a mis raíces,/la noche llega a mí para que yo camine”. Esta es una poeta de grandes alturas y de enormes olas, además de tener un rostro misterioso y seductor, espero conocerla pronto en vivo.
2. Ileana Garma: poeta jovencita, bastante persuasiva en la hechura de sus versos, a pesar de apenas haber nacido, pues es de 1985. Demuestra una gracia, una dulzura y un abandono bastante atractivos para un hombre y un lector como yo. Chequen esta estrofa: “Estoy atada de manos y pies y entrañas/ por alamedas rojas/ donde se petrificó mi rostro/ por hombres hechos de barba y lenguas de musgo/ por soles coagulados en un sucio parque/ en un sucio mar/ que tragaba niñas con sueño”. ¿Chingón, no? O estos otros versos: “pedófilo de la muerte/en los índices de las púas/ violador de lo que tiembla”, ¿a poco no sienten que se les enchina el cuero a pesar de la sutileza de estas caricias...? Ileana es belleza, es la juventud de Mérida, es la poesía misma.
3. Roxana Elvridge-Thomas: poeta de 1964, año en que yo también nací, esto lo digo metafóricamente, pues yo soy más joven, no se la vayan a creer. He descubierto que me gustan las mujeres y las poetas mayores, y Roxana merece ese título, poeta de actitud intachable. Lean estos versos: “Rasgo mis yemas al tocar tu argolla en llamas./Ansío tu imposible regreso,/Tu aliento que sacie en mi sed el alma calcinada”. Es aterradora su entrega en estos versos, en verdad que estremece, por eso merece ser una de mis poetas favoritas, deben leerla para comprender esto y tener una pequeña aproximación a lo sofisticado de mi gusto poético.
4. Hortensia Carrasco: poblana de 1971. Nacida poblana y con lo que me gusta Puebla y la falda corta con la que aparece en su face. Esta bárbara mujer y poeta me causa reflejos y sentires insospechados cuando la leo en sus poemas del encierro: “Preferimos que los nombres/ no sean eso sólo nombres/ y que alguien diga/ que tiene ojos y palabras/ o que alguien grite/ y salga a platicar en las esquinas/sin temor de que el graznido/ violento de los días/ transcurra momento a momento/ partiendo vertebras y carne”. “Quisiera voltear y decirle/ yo también necesito/ algo oscuro que me ampare”.Y aquí estoy yo para cumplírselo, si ella me lo permite, claro está. Yo sería eso oscurito que necesita; me conformo con que me deje leer sus poemas inéditos, sería un verdadero privilegio para mí.
5. Gloria Gómez Guzmán: poeta revolucionaria e imponente, que escribe poemas que hace sentir al más frío de los seres. Nació en 1950, y aunque poco conocida y valorada, eso no impidió que yo lograra encontrarla y leerla para presumirla ante ustedes como la grandiosa poeta que es. A pesar de los que no le quieren dar importancia y le dan un lugar nulo en las antologías mexicanas (ya saben que nunca faltan los envidiosos o los militantes que se hacen pasar por poetas o críticos de poesía para tratar de desacreditar a mujeres poetas que en verdad valen la pena como lo es Gloria Gómez). Aquí un poema de su autoría: “las piernas de mi padre duermen/ desde que empezó el invierno/ el doctor nos dijo que eso/lo liquidará/ que es cuestión de días/ no es justo/él fue arriero/ pescador/ chofer de ruta/todo eso en sesenta años/ no es justo/ aunque sea mi padre/ no merece perder la vida de ese modo”. Digna poeta dentro de la saga de Leopoldo Ayala, y de Roberto López Moreno. Les recomiendo conseguir sus libros.
6. Mirtha Luz Pérez Robledo: chiapaneca nacida en el funesto año de 1968. Poeta con varios premios en su haber, con poemas de impecable manufactura y como sucede en esta sociedad de injusto machismo, cuenta también con el absoluto desconocimiento de su obra, pues en ningún lado la conocen, eso es malo para la poesía, pero bueno para mí, pues así tengo el privilegio de dárselas a conocer, casi de primera mano, aquí les obsequio estos versos: “Porque soy camino solitario/ me sigo/ me sigo hasta perderme/ en el espeso follaje de las tardes/ donde sólo me escucha el pensamiento”, esto es un poco de ironía diría yo. Busquen los libros A la diestra del reinoEn el sereno punto del mundo y Vacío bajo la luna y el dulce retorno. Seguro que les provocara mucho placer si acompañan sus versos con una copa de buen vino.
7. Silvia Tomasa Rivera: mujer acuñada en 1955, pero sensual poeta, lean nada más qué belleza de poema: “Esa Mujer fue por demás perdida,/ todos la vieron bañándose en el río/ sonriéndole a los pájaros./ Hacía tiempo que se quería ir al mar,/ la tierra no era de ella —les decía—./ No desembocó lejos/ porque no dijo nada/ pero estuvo en lo suyo desde el principio./El río lavó su cuerpo y lo arrastró/ seguramente al mar”. Ay güey!!! Este lo tome de su libro Cazador, esto es escribir, no porquerías ero-ñeras, de algunos escribanos y escribanas que se quieren sentir poetas pero que estarían mejor lavando platos, pisos y cisternas o atendiendo un Oxxo por ahí; es más, tendrían más éxito de amas de llaves de alguna casa de cultura o de dueñas de alguna vecindad, o en el oficio más antiguo del mundo: de brujas, no piensen mal mis misóginos lectores, qué creían que iba a decir.
8. Adriana Tafoya: nacida en 1974, unos años más cerca de nosotros y sobre todo de mí. Esta poeta es una cabrona hecha y derecha, no se anda con medias tintas, ni le pide permiso a nadie para escribir poesía ¡y qué poesía señores!!, y aunque algunos detractores se le abalancen por los temas que aborda, deben admitir lo bien que lo hace, nada más échenle un ojo a estos versos: “En el sofá/un hombre desnudo/ con los calcetines puestos/ anudados por las puntas/ estira los pies/ hasta tensarlos/ en compás erótico/ Casi eyacula”, “Me dispongo a posarme en la punta/ de un tornillo plata/que brilla erecto/ sobre un par de almendras en bolsa de cuero/ que tensan a este hombre/ al punto del delirio/ desnudo/con los calcetines/anudados”, o estos otros “él dijo: me haces falta/ Adormilada/ abro las piernas/ que atesoran mi sexo oscuro/ inflamados sus pequeños olanes magenta/ en esta flor clava su lengua/ no me molesto con él/ sé que tiene hambre”, queda claro que esta poeta gana cualquier guerra de poder, ya sea amarrándole los calcetines a sus contrincantes o haciéndolos comer… de su estética poesía, por supuesto. A nadie se le debería negar un taquito.
9. Maricruz Patiño: señora poeta que nace en 1950, interesantísima mujer que en algunas ocasiones se me hace como feminista, otras, más como matriarca, y en otras, simplemente me hace sentir su misterio. Lean estos versos suyos: “Yo que no sé lo que es vivir entre flores/ni abrirse paso entre las hojas/o sobrevivir al cortejo de los colibríes/y al acecho continuo de pájaros e insectos/¿cómo podría saberlo?/Yo, que sólo soy una mirada/que ha venido a contemplar/y se irá contemplando./ Los personajes”, y estos “Y la doctora Marta suturará las heridas de los niños/rodeada entre las flores pensará en el Hombre/Y al dormirse su último poema/irá de nuevo a un hombre/Y pensará que este jardín tan sólo es bello/si lo mira un hombre”. ¿Verdad que fascina con su poesía llena de inteligencia? Estos versos los tomé de su poema bajo el Volcán. Tiene versos en código morse como en El timón dorado. Denle una leidita, no se arrepentirán.

10. María Elena Solórzano: real poeta del 41, dirán algunos que podría ser novia del Ma’is Rojas, pero eso no es posible porque las poetas jamás envejecen, (esta frase me la piratee, ¡a güevo!) con eso de que ser pirata nunca pasa de moda y lo hacen hasta los más educados... pero volviendo al tema, María como todas las Marías tiene mucho que dar, échense este trompo a la uña: “Busco el anillo de Salomón./ Como Jonás seré engullido por una ballena,/ en los resquicios de su cuerpo viviré,/ me revolveré en sus entrañas,/ me acostumbraré a esas blanduras,/ un día saldré por la fuente de su lomo./ Busco el anillo de Salomón,/ está cerca del corazón de un pez./ Por el brillo de su piel sabré,/ por sus escamas iridiscentes sabré,/ por sus ojos de infinita tristeza sabré./ Busco el anillo de Salomón/ entre los tentáculos de la anémona,/entre los vaivenes del mar./ Con mi anzuelo atraparé un pez/ y en su vientre encontraré/ la sortija con el brillante azul”. Este poema que recién acabo de conocer me puso loquito de admiración por ella. Aunque confieso que me gusta más cuando discretamente coquetea, como en estos versos: “Hoy, pruebo mis alas./Todavía son frágiles,/todavía tengo miedo a las tormentas,/todavía tengo miedo a los escorpiones,/todavía me deslumbran oropeles./Gozo la gloria del despegue,/el viento roza mis mejillas,/no estoy acostumbrada a las alturas,/el vértigo casi me obliga a desistir”, ¿a poco no dan ganas de protegerla y de apapacharla?, ¿a poco no dan ganitas de darle un beso?

11. Coral Bracho: es una poeta que no debe de faltar en toda buena selección poética (sería de mal gusto), nacida seguramente ya maestra en 1951, ¿quién no recuerda Peces de piel fugaz? con ese libro me quedo, ya no necesita escribir más. Disfrutemos juntos, mis golosos lectores, estos versos: “Las raíces inhalan. Basta deslizar poco a poco los dedos sobre las rocas para saberlas lisas y despobladas. Árboles de cristal./Y es el instante de inusitar la lancha por la quilla y deslindar el filo./Los dedos largos y finos./Sus ojos límpidos/.Este estupor de seda que se derrama. Pero empezar aquí”, y así nos la podríamos seguir con sus olas y corrientes como versos, como agua plúmbea, pero siempre agua, ahí…  ¡ahí sí ya me viaje!: bueno, sólo me resta comentarles que es una poeta muy femenina y muy femenina su poesía también, y eso me encanta.
12. Gabriela Borunda: poeta de Chihuahua conocida sólo por lectores especializados, nacida en 1973. No la conozco en persona pero ha de ser muy guapa a juzgar por sus versos, léanlos y díganme si no están de acuerdo: “Soy la señora de la vida/el ángel hembra de la misericordia/la visitación que a las cuatro treinta de la mañana/ recorre el hospital/La era de la bestia principia a una señal mía/(cierro los ojos)/el futuro sí existe/ Me río de tu llanto/me cago en tus pretextos/tú consumes el instante/y yo/sólo tengo razones para la vida”, ¡poemaazo!, buenísima poeta no cabe duda, y juro que mucho después me enteré que tenía varios premios ganados. Que conste que no me dejo llevar por eso. Y con justa razón los tiene, yo le hubiera dado seguramente otro más para su lista.
13. Y para terminar esta lista de las mejores poetas mexicas, no podría faltar la maestra Ernestina Lumbreras, por aquello de que una antología se tiene que cerrar con “broche de  oro”, como ustedes saben. Además yo no estoy de acuerdo en que el trece sea de mala suerte, ahora todos sabemos que los apóstoles eran trece con María de Magdala, y pues como María no me faltaba… pues que les traigo a Ernestina, al fin que por fin, se le va a hacer justicia, y será incluida como lo que es: una gran dama de la poesía, pues si el mundo lo sabe, que lo sepa Dios, ¿no creen?, mis queridos lectores de closet. Ahora, regocijémonos con sus místicos versos: “Pasó la vida sin verme enamorado/de todas las muchachas. Las quería/corriendo tras el canto de los grillos,/excitadas y trémulas, perdidas/en la luz del rayo verde que rocía/mis mejores ensueños. (...) Muy lejos,/el pito del tren me vuelve a mis faenas./Sin embargo las amo, bellas todas,/y no pienso dejarlas, vivo o muerto,/irse sin mí, llevando el pensamiento/de respirar el aire que las viste”. Es muy chingona poeta, quién dijo que no, de hecho tiene todo un círculo de fans en Guadalajara, Jalisco, tierra donde se dan los hombres... pero unos a otros, ¿a poco no, mis estimados? Ah!, se me olvidaba… Ernestina nació en 1966.

Y ya me despido mis eruditos lectores, feliz de develarles mis gustos poéticos, e imponérselos como lo mejor y lo único en la poesía de mujeres, según acostumbra el gremio oficialista, con la diferencia de que yo lo hago desinteresadamente, y con un criterio de verdad. Y ya saben, si quieren aprender de poesía, acérquense al balcón, y no al ma’istro Varela, que la neta, ya su criterio está muy amafiadón.